PAMPLONa - Estos días comienza la promoción de Los abrazos oscuros, ¿qué le aporta esta fase del trabajo en la que empieza a recibir la opinión de los lectores?

-Cada libro es una salida a escena y uno nunca está demasiado cómodo en escena, sobre todo al principio, cuando tienes algo de miedo, luego ya se disfruta. En mi caso, como siempre afronto cada libro como un reto, siempre me meto en nuevas arenas, y, claro, una nunca sabe qué puede pasar, qué esperará encontrar el lector al que le gustó la obra anterior, porque aquí va a encontrar algo muy distinto.

Este título, el cuarto de su trayectoria, sale casi un año después de que publicara Lo que tengo que contarte. Parece que últimamente ha pisado el acelerador o ha levantado el pie del freno.

-Es cierto que entre el segundo y el tercer libro pasaron cinco años. Y fue porque yo decidí que tenía que encontrar una editorial que se adecuara más al lugar en el que quería estar como escritora. Necesitaba una editorial más literaria con la que realmente pudiera construir una carrera, y eso no es fácil de encontrar. Así que cuando salió la tercera novela, esta ya estaba prácticamente terminada. No es que haya escrito mucho más rápido, un poco más sí, porque ahora tengo más tiempo para dedicar a la literatura, pero, como mínimo, un libro me lleva dos años.

Esta cuarta novela es un tobogán de emociones para la protagonista, ¿también para la escritora?

-Sí, de hecho, con este libro me ha pasado lo que me pasó con mi primera novela (Eva desnuda), que he acabado agotada. El que lo lea verá que te metes en unos terrenos que son muy perturbadores y yo para trabajar bien tengo que estar dentro de mis personajes. Hay un momento en que los personajes van solos y, a la vez, son tan parte de ti que te agotas.

¿De dónde nace esta historia?

-Nace de un momento en el que yo me sentía feliz, pletórica y muy segura. Y de repente sentí vértigo. No siempre he estado así, creo que la felicidad no es un estado, sino que se compone de momentos, y con la seguridad pasa algo parecido. Reflexionando sobre eso, me di cuenta de que la seguridad es algo muy frágil y, aunque influyen situaciones externas, en gran medida depende de nosotros mismos. Además de la seguridad, quería explorar el tema de la ética. La ética como transgresión de la norma, que es de lo que habla un filósofo que me interesa mucho, Slavoj Zizek.

También hay otra frase que sobrevuela la trama, que es la de la periodista Janet Malcom.

-Sí, es la que dice que vamos por la vida oyendo mal, viendo mal e interpretando mal para dar sentido a la historia que nos contamos a nosotros mismos. Malcom se ha convertido en el azote de la prensa norteamericana porque dice que no hay objetividad posible, y es verdad, porque cuando cuentas una historia no puedes ser objetivo porque la cuentas a través de ti. Y un poco nos pasa eso con nuestras propias vidas, que muchas veces perdemos la objetividad. En este sentido, reflexiono sobre el hecho de que está claro que es importante olvidar cosas para seguir viviendo, pero bloquear la memoria puede ser muy peligroso, ya que todo eso puede volver.

El tema del pasado está muy presente en esta novela, un pasado que Virginia, la protagonista, pretende mantener bajo candado.

-Ella hace algo que creo que hacemos muchos en el siglo XXI, y es creer que podemos hacer tabla rasa y podemos empezar a vivir otra vida. Y en nuestra sociedad privilegiada, además, creemos que podemos decir ‘ya está, mañana voy a ser otra persona y me voy a olvidar de todo lo que no me gusta’. Eso hace ella. Y yo creo que no se puede olvidar quiénes somos porque si lo olvidamos, nos quedamos sin raíces y sin referencias, y es muy peligroso. Esto lo puede entender fácilmente mucha gente, desde quienes han tenido que convivir con el alzhéimer y saben que cuando pierdes la memoria lo pierdes todo, hasta todas las personas que creemos que la Ley de memoria histórica es necesaria. La memoria nos hace ser quienes somos. Sin embargo, en su huida hacia delante para construirse de nuevo, la protagonista ha decidido olvidar.

Seguramente porque, como describe en los momentos en que le vienen algunos recuerdos, el pasado en aquel barrio de su infancia le parece gris, oscuro, feo.

-Sobre todo feo. Ella siempre fue una privilegiada, pero en un entorno feísta. Y como es una persona con una sensibilidad exagerada, eso le molestaba, no era un lugar donde quería quedarse y luchó para dejarlo atrás. Además, es hija única, con una madre que nunca estuvo, y con un padre que tampoco por otros motivos. En ese sentido, siempre estuvo muy centrada en sí misma, pero también muy sola. Esa falta de aprender a conectar, de tener la capacidad de relacionarte con los demás, creando vínculos profundos y sinceros es algo que conoce.

Ella no guarda vínculos con su infancia, los ha borrado de su memoria.

-No. Y yo creo que la gente que no tiene raíces es la más autodestructiva, porque, al final, lo que nos mantiene agarrados a la vida cuando atraviesas malos momentos o dificultades es el amor que tienes hacia otros.

En el caso de Virginia, parece que ese agarradero es su familia perfecta, con la que aparentemente es feliz, aunque debe existir una cierta impostura en todo eso, porque pronto cae en el juego de Daniel.

-Ella es una mujer que se siente seguro porque cree que lo que tiene es de verdad, se ha esforzado para que sea de verdad. Piensa todo el tiempo en sus hijas, no quiere ser infiel y si no hubiera estado en esas circunstancias, igual no hubiera pasado nada de lo que pasa. Lo que puede resultar tan perturbador para el lector es que demuestra que cuando nuestras circunstancias cambian, nuestra ética y nuestros valores, también. Y si tú te ves en unas como las que se ve ella, es muy difícil juzgar. Si nadie te ve, si crees que vas a morir...

Poco sabía lo que le iba a pasar cuando acepta el trabajo en Seychelles.

(Ríe)-Nada. De hecho, lo acepta porque, aunque está feliz con la familia que se ha esforzado en construir, en parte necesita volver sentirse ella, recuperarse como mujer trabajadora y reencontrarse con su vida profesional. Esta construcción de una familia de verdad la había alejado de su mundo, y lo añora, así que pasada la época en la que sus hijas eran pequeñas, quiere volver a tener el control.

¿Conoce a muchas virginias?

-Sí, yo creo que tengo mucho de Virginia, pero cualquier mujer que trabaje, que luche por mantener una cierto equilibrio entre su vida personal y su vida profesional se puede sentir Virginia.

¿Y qué hay de Álex, su marido, parecen tener una relación idílica, pero de algún modo él cuida de ella?

-Es que ella usó su sexto sentido o su intuición cuando eligió a un hombre como Álex. Él es el único personaje que mantiene sus vínculos con el pasado, sabemos quién es su familia, sus amigos... Es un hombre coherente, ha tenido una vida más normal, tiene raíces, es una persona sólida, alguien al que te puedes arrimar porque sabes que te va a proteger.

Es curiosa la relación de Virginia y Zulena, la asistenta, que parece que la vigila.

-Cuando vuelve, Virginia siente que es una persona totalmente distinta y que siempre va a tener que interpretar el papel de otra persona. Ella no es ella más. Y de algún modo percibe que Zulena se ha dado cuenta de eso y cree la juzga. Zulena es como la protectora de la familia y sabe que Virginia puede ser la que lo dinamite todo. Muchas veces, estas personas que te ayudan en casa se convierten en parte de tu familia y asumen la misión de salvaguardar el orden.

Hablemos de Daniel, ¿cómo ha construido a este hombre enigmático del que vamos conociendo cosas muy poco a poco?

-Para mí es un personaje que acabó de tomar forma casi al final de la novela. Yo no quería a un hombre poderoso tipo el de 50 sombras de Grey, sino a una persona compleja de la que pudieras comprender muy bien de qué lugar viene su oscuridad. Además, uno de los aspectos que más ternura me inspiran de él es que fue un niño frágil, enclenque, no querido, seguramente fracasaba porque no veía bien... Y cómo sufre con lo que hace su primo, al que adora, sintiendo el dolor como lo siente un niño, de una manera tan poderosa. Yo quería que este personaje se fuera descubriendo y que se comprendiera. Me he esforzado mucho en eso, porque si no se comprendiera toda la parte de Daniel, la novela se me caía.

De alguna manera, en esa segunda parte teje una tela de araña para Virginia.

-Sí, la voy envolviendo. Mi vanidad de escritora está en la forma en que he construido la novela. Tiene dos partes y un epílogo, y quería ser capaz con muy pocos personajes y muy pocos escenarios de ir desplegando esa tela de araña que poco a poco se va pegando a ella y construir una red de la que parece que no va a tener escapatoria.

En esta red en la que va cayendo, el sexo juega un papel importante.

-El sexo es el gancho. Ella cae porque es muy seductor e irresistible sentirse tan deseada, pero, en la segunda parte, el enganche que tiene ella con él es porque intuye que le falta una pieza de información que ella ha decidido olvidar y que siente que podría hacerle sentir completa. Eso es lo que hace que la atracción no muera.

¿Ha pretendido en algún momento que la historia tenga un afán moralizante?

-No, y de hecho me he esforzado en que no lo tenga. Quería construir un personaje que, sin ser ejemplar, fuera muy auténtico. Todos estamos llenos de claros y de oscuros. Nunca he querido juzgar a Virginia, y al final creo que ella saca una conclusión de todo lo que ha vivido y actúa de un modo que demuestra que esta vez sí va a asumir su pasado.

Ha creado a una nueva protagonista, ¿qué tienen en común las mujeres de Julia Montejo?

-Son todas mujeres fuertes y no son victimistas. Todas tienen que tirar para delante con mucho a sus espaldas, pero eso es parte de la vida. Siempre intentan encontrar su camino por sí mismas, sin que se lo marquen. Yo no soy ellas, pero, lógicamente, estoy en todas, y si tuviera que elegir a uno de ellos me quedaría con Amalur, de Lo que tengo que contarte; es un personaje maravilloso.

Título. Los abrazos oscuros.

Autora. Julia Montejo.

Editorial. Lumen.

Extensión. 308 páginas.

Precio. 21,90 euros.

Argumento. Virginia parece asentada en una vida que eligió después de años de aventuras; tiene a Alex y dos hijas que la adoran. Pero resulta que la inquieta una hambre extraña. Y Daniel lo sabe.