Pamplona - Jose Mari Apezetxea, el decano y patriarca de los Pintores de Baztan, falleció ayer en Erratzu, su localidad natal, a los 90 años de edad. Arrastraba una enfermedad que le dejó muy delicado del pulmón y que le obligó últimamente a tener ingresos hospitalarios continuos, hasta ayer, cuando se apagó su vida en su casa, Zubietea, donde tenía precisamente colgada la exposición de este año, fiel a la cita pictórica anual. Allí se ha instalado la capilla a modo de velatorio y el funeral se celebrará hoy en Erratzu.

Alma mater de la denominada Escuela del Bidasoa, Apezetxea (Erratzu, 1927) deja un legado humanístico y pictórico -en su caso una faceta no puede separarse de la otra- imprescindible para entender la evolución de la pintura propia del Valle de Baztan. Su influencia ha sido enorme en pintores como los también baztandarras Ana Mari Marín y Tomás Sobrino, los únicos integrantes de la mencionada escuela que quedan en Navarra, tras la pérdida del de Erratzu.

“Ha sido nuestro maestro. Hemos perdido mucho. Nos ha ayudado enormemente. Ha sido un hombre extraordinario. A mí me importan las personas, no tanto la pintura, y en el caso de Apezetxea su humanidad y su sentimiento se traslucen en sus obras”, destacaba ayer una afectadísima Ana Mari Marín. Junto a ella, muy emocionado y triste estaba también Tomás Sobrino, para quien la muerte de Apezetxea es “una pérdida irreparable”. “Se nos ha ido un gran maestro y un gran amigo. Ayer mismo (por el viernes) estuve con él y es envidiable el humor que tenía y que ha mantenido hasta el final. Tenía un sentido vital y humanista enorme”, señaló Sobrino, para subrayar a continuación el gran legado que deja el paisajista de Erratzu: “Desde los cursos de pintura que impartió ha ejercido un magisterio genial, de tantos y tantos años transmitiendo los valores de la pintura de Baztan y de la pintura el aire libre. Del amor por la naturaleza”, destacó Tomás Sobrino.

de alumno a maestro Jose Mari Apezetxea es uno de los paisajistas por excelencia y, en especial, paisajista de su tierra, Baztan. Su obra, en los inicios figurativa, caminó hacia la abstracción durante su larga y dilatada trayectoria pictórica, y lo ha convertido en uno de los iconos y referentes de la pintura contemporánea. Integrante del grupo Pintores de Bidasoa, alumno de Javier Ciga y compañero de Ismael Fidalgo, se convirtió después en maestro en su taller de Elizondo, al que acudió la pintora elizondarra Ana Mari Martín y otros jóvenes inquietos. Apezetxea, Fidalgo y Marín se convirtieron en el núcleo de Baztango Margolariak o Pintores de Baztan. Considerado “el geómetra del paisaje baztanés”, Apezetxea encontró en este núcleo una gran afinidad, con lazos de amistad grupal que dieron al colectivo mayor cohesión. Pero además de decano y patriarca de los pintores baztaneses, Jose Mari Apezetxea fue un hombre sencillo y alejado de las pompas y fuegos de artificio -así lo definen quienes más le conocieron-, que con su trabajo artístico ha abierto nuevos caminos y renovado la plástica del paisaje baztanés.

Junto a Apezetxea, Marín y Sobrino, componen el reconocido colectivo los Pintores de Baztan el artista de Lapurdi Xabier Soubelet y los vizcaínos Marcelino Bañales e Ismael Fidalgo -también formaron parte del grupo Jose Rezola y Kepa Arizmendi-. Apezetxea fue uno de los impulsores: “Es porque soy el más viejo”, recordaba sonriente a este periódico en 2010. “Somos unos seis o siete y cada uno pinta a su aire, eso sí, nos juntamos para hacer alguna que otra exposición”, explicaba entonces el de Erratzu, quien recordaba que cuando comenzó a pintar “aquí (en Baztan) no había nada”. Apezetxea era consciente de lo importante que era preservar la unidad del grupo, “porque mantenerse juntos ayuda mucho a cultivar lo aprendido”, pensaba.

Activo hasta el final, el decano y patriarca de los pintores del valle tenía especial predilección por el otoño de Baztan. “Es cuando el paisaje está aquí pictóricamente más potable”, afirmaba el artista, que acostumbraba a tomar apuntes del natural y terminar luego sus cuadros en casa. Lo que sí tenía claro es que nunca volvía al mismo sitio, a la misma naturaleza que le inspiró para tomar esos apuntes. “Siempre procuro ir sólo un día, porque si voy cuatro, veo cuatro paisajes distintos”, decía, dando fe de su inevitable mirada de artista.