pamplona - Tras dejar Kalakan el pasado año, Thierry Biscary (1976, Anhaux, Baja Navarra) presenta su nuevo proyecto, Manez eta Kobreak, donde comparte música y tablas con una formación de cantantes e instrumentistas de viento metal. Acaban de editar su primer trabajo, de título homónimo, que supone un viaje poético hasta el lugar natal de Biscary a través de relatos de amigos y familiares del cantante. Esta tarde lo presentarán en el Museo Universidad de Navarra, con un espectáculo especial en el que varias obras del centro tendrán protagonismo.

Su trayectoria está ligada a bandas como Bolbora, Helgaka, Kokin y Kalakan, la cual abandonó recientemente. ¿Cómo surgió el proyecto de Manez eta Kobreak?

-Lo tenía en mente desde antes de Kalakan. Vi a la cantante islandesa Björk, que hizo un disco y una gira llamados Volta, donde llevaba un quinteto de metales... y me llamó la atención, me parecía contemporáneo. Pensé que podría hacer algo así, desde mi mundo tradicional o folk, pero con vientos. Pero luego llegó Kalakan, se fue desarrollando... Y al dejarlo fue cuando decidí llevar Manez eta Kobreak a cabo, no con la ambición de Kalakan, que es más internacional, sino más como una primera piedra de mi motivación artística.

¿Qué le llamó la atención de aquella formación de viento metal para dirigirse hacia esta dirección?

-Me vino a la cabeza una orquesta llamada Ramuntxo. Uno de sus componente era de mi pueblo y a mi padre le gustaba esta música, era de los años 60-70... Yo no los conocí, pero sí que conozco las txarangas de hoy día: cuando son fiestas, empiezan a tocar y te da algo... Esa cultura popular me gustaba, yo vengo de ahí y veía una conexión interesante. También era una apuesta, porque yo conozco el mundo del canto y me preguntaba si era posible mezclar el canto y los vientos. Quería hacer algo íntimo, como un pequeño acústico. Hemos empezado así y funciona, contamos historias y anécdotas pequeñas de mi entorno, pero mezcladas con la Historia real del pueblo.

El disco recoge relatos y fábulas que le contaron su familia, amigos y vecinos, pero las letras están escritas por poetas y bertsolaris, que toman estos testimonios como punto de partida. ¿Por qué abordar recuerdos tan íntimos a través de letras escritas por otros?

-Al principio intenté hacer yo las letras pero no me salían, yo no tengo esa habilidad a la hora de escribir... También busqué otras poesías escritas, pero no encontré algo que me impactara... Y fue entonces cuando acudí a poetas y bertsolaris, pero con una idea precisa: les di el personaje, qué le pasaba, qué quería contar... Incluso alguna fotografía, porque también he buscado imágenes y una estética. En este intercambio hemos logrado plasmar lo que yo quería contar, pero también con esa habilidad que tienen ellos de escribir poesía.

¿Qué motivó esta necesidad de volver a casa y abordar sus raíces y entorno desde las canciones?

-Soy el hijo mayor, me tocaba continuar con el caserío familiar y casi lo hago en 2007... Pero no tenía sentido: podía adaptarme, pero tengo mis creencias y mi creatividad y eso choca con mi gente, con mi pueblo, con el entorno... Ese no era el camino y en 2009, me dije: “Tengo tres años para lograrlo, si no lo consigo, haré otra cosa”. Me dediqué al 100% a la música y a los tres años estaba de gira con Kalakan y Madonna. Pero mi padre me dejó de legado un patrimionio oral y yo no sabía qué hacer con eso. Es algo que me nutre, pero a la vez me tira a mi tierra, y yo soy aéreo... Y decidí utilizar el arte para superarlo y traspasarlo. Creo que con este primer trabajo estoy pasando una página. También he elegido un nombre, Manez, que es el apodo de mi abuelo y de mucha gente de mi zona de cierta edad... Es mi raíz, donde empiezo, pero en mi mente tengo algo más abierto: Manez será Manez, pero con otras muchas cosas y experiencias.

El resultado es un acercamiento a un País Vasco poético y emocional, real y fantástico. ¿Está en la propia imaginación del oyente el conectar con esas historias personales?

-Sí, es algo que ya he comprobado con Kalakan: es increíble cómo llegan las cosas. He enviado las canciones a 15 personas de mi entorno, a amigos de Toronto, Brasil, California... Casi siempre gente que no sabía euskera. Y me han escrito cosas que flipaba: ¿Cómo les puede llegar eso, si ni entienden la letra? Pero lo entienden... Creo que el ser humano es capaz de entender cosas que van más allá de las palabras, como la música.

En la cita de hoy presentará un concierto inspirado en varias obras del Museo Universidad de Navarra. ¿De qué forma acerca su música a la colección del centro?

-Hemos decidido centrarnos en el auditorio, pero utilizando obras del museo proyectadas en una pantalla. Vamos a trabajar luces, fotografías y unas cuantas obras del museo para hacer eco a la música. He hecho un trabajo paralelo sobre la estética y es cierto que todos los personajes e historias de las canciones tienen un fondo, así que vamos a trabajar sobre distintos niveles. Las obras son los fondos estéticos de las canciones, casi como otro personaje. Hay unos cuantos artistas expuestos en el MUN que trabajan sobre fotografías con distintas capas para recrear unos paisajes que llaman infinitos, y encajan muy bien, son perfectos. Utilizaremos varias obras de Fernando Maselli, Elena Asins y José Ortiz Echagüe.

En el proyecto comparte escenario con músicos que a su vez son también cantantes, ¿cómo confluye esta dualidad en los conciertos?

-A la hora de elegir la formación, tenía claro que quería tener instrumentistas de viento metal que fueran también cantantes. De esta manera le doy más relieve, me gusta mucho trabajar así. Con mi grupo podemos hacer un dúo, un solo, un bombardino con voces, dos bombardinos solos... Hay miles de posibilidades y eso me encanta. Cuando voy a un concierto busco la variedad. Respeto a los artistas que tienen una línea muy clara y que saben repetirla, pero a mí me gusta la diversidad, que haya propuestas distintas, cosas con metales y voz, pero también solo voz, o cuatro voces...