pamplona - Lenguaje conversacional, que no coloquial, y “el escritor no es un ventrílocuo”. Son frases que Ignacio Lloret (Barcelona, 1968) insiste en repetir para hablar de las claves de su nuevo libro, en el que vuelve a experimentar con la forma.

¿Busca nuevos desafíos formales en cada paso que da en la literatura?

-Es que no creo en seguir lo trillado, en contar las cosas siempre de la misma manera. Tan interesante como la historia es la forma de contarla. Para mí uno de los desafíos es buscar nuevos retos a nivel de estructura, de lenguaje y de técnica literaria. Por ejemplo, aquí he jugado con una métrica que no había usado nunca, que es una combinación de frase muy corta, sin verbo incluso, con frases largas. Me parece que eso da agilidad al texto y hace que los relatos sean bastante trepidantes en su desarrollo. Y, por supuesto, en este caso yo tenía claro que el escritor no es ventrílocuo.

¿A qué se refiere?

-Aquí hay diez relatos con diez narradores que son los diez personajes, pero en forma de entrevista transcrita. Esto significa que yo como intermediario he recogido lo que me han dicho esos personajes y lo he transcrito con mi lenguaje, de manera que hay algún lector que podría decir que todos los personajes hablan igual. Pero eso no es importante. El escritor no tiene que inventar una voz nueva para cada uno; lo que hace es recoger una serie de testimonios y transcribirlos con su propio lenguaje y su propia forma. Es lo que hace, por ejemplo, Svetlana Aleksiévich en sus libros -Voces de Chernobil-; ella entrevista a una serie de personajes y luego transcribe ese texto con su propio lenguaje. Porque lo que les va a distinguir en último término, en este caso a estos diez personajes, no es su forma de hablar, sino los avatares de su vida, su historia de amor, sumado a sus circunstancias vitales. El escritor no es un ventrílocuo, sino un comunicador de destinos, narra una serie de experiencias de cada personaje y le vale su propio lenguaje para narrar lo que le cuentan. Esa forma de presentar las historias de manera arreglada da, además, un plus de veracidad a todo lo que se cuenta.

¿Estamos ante personas reales? ¿Cómo realizó la selección?

-A lo largo de la escritura de un libro hay varios descubrimientos. Empecé a escribir sobre un familiar, un tío mío que falleció hace unos años, pero luego fui evolucionando hasta inventarme a varios personajes. Fruto de esa transición, tres de ellos existieron realmente, son familiares, y siete son inventados, algunos de los cuales están basados remotamente en personas a las que he conocido o con las que me he cruzado, y otros son totalmente inventados.

¿Qué me dice de Koldo Aldaz, este supuesto pintor navarro?

-Ese sí está basado en parte en un pintor navarro que murió relativamente joven. He cogido una serie de datos que me comentó un amigo, pero el resto del relato está totalmente recreado. Lo mismo pasa con Beate, la dueña del hostal suizo. Conocí a alguien similar, pero nada más. Hay una especie de constelación de mayor o menor invención, y en todo caso, todos están recreados, incluso los reales. Incluso mi padre está recreado. Yo no me he puesto a investigar en su vida, no se trataba de eso, sino de recrear a partir de lo que sabía, más o menos, de cada personaje. Y si el lector cree que todos los personajes son reales es un logro; ese es uno de los principales logros de la literatura, que tú te inventes algo y el lector crea que es real.

Pero seguro que hay diferencia en el modo en que ha escrito de los personajes inventados y de los reales, que le habrán condicionado más.

-Sí, me han condicionado completamente; tanto, que creo que son mejores los textos de los personajes inventados. Hay un condicionamiento familiar y, aunque te inventes cosas de ellos, no quieres estropear a esos personajes. Para mí no se trataba en ningún caso de recoger sus luces y sus sombras; más bien he querido hacer un retrato amable de ellos y cuando haces eso, siempre hay un punto de panegírico, de buenismo en la presentación de esa persona. Lo he hecho conscientemente; para mí una de las tareas de la literatura es embellecer la realidad.

¿Y en estos tres casos Ignacio Lloret habla de sí mismo al escribir sobre personas tan cercanas?

-No. Estoy completamente al margen, este libro no es autobiográfico para nada. Hay un personaje que hace las veces de intermediario, que es el que pregunta y comenta y que puede responder a mí como autor, pero estoy excluido de todos los relatos, incluso de los de mis familiares. En ningún caso cotejo su vida con la mía o hablo de lo que supuso nuestra relación.

Parece que el tema común a estos diez personajes más que la muerte es el amor.

-Efectivamente. Ese es uno de los descubrimientos que hice cuando estaba escribiendo el libro. En un principio yo quería hacer hablar a estos personajes sobre la muerte, que me contarán qué suponía haber fallecido; sin embargo, mi gran sorpresa es que ellos querían hablar del amor. Y es lógico, al que está muerto no le interesa para nada la muerte, prefiere hablar de su vida y entre los avatares de su vida están los sentimentales. Es el camino que ellos querían tomar y yo lo he seguido. Creo que eso es lo que debería hacer cualquier autor; cuando empiezas a escribir puede que tú quieras ir en una dirección, pero si los personajes te empujan en otra, debes seguirla porque ahí es donde va a surgir la luz en ese libro. Y sí, mi descubrimiento principal es que, en este caso, yo iba a hablar de la muerte y al final hemos hablado del amor y me alegro.

Sorprende la serenidad que casi todos muestran ante el hecho de estar muertos.

-Es así en la mayoría de los casos, pero en algunos se deja ver cierta rabia, un inconformismo con el hecho de estar muertos. Algunos mueren jóvenes, de enfermedad o por accidentes, y es lógico que exista una cierta incomprensión ante lo que consideran una injusticia.

En nuestra sociedad a la gente no le gusta hablar ni de la muerte ni de los muertos.

-Así es. Hay personas a las que les choca el título del libro, pero se me ocurrió desde el principio. Me parecía que, a pesar de que es largo, era fácil de pronunciar y también sonoro. Y me gustaba, precisamente, ese elemento paradójico que se da entre el término animado y el término muerto. Esa ironía me interesaba mucho porque revela muy bien el contenido de los relatos.

Abre con una cita de James Joyce extraída del relato de Dublineses que en inglés se titula The Dead y que, precisamente, habla del peso de los muertos en la existencia de los vivos.

-Es que los muertos son una especie de consejo de sabios que tenemos detrás a los que podemos acudir en busca de asesoramiento. Además, a veces la relación con nuestros muertos es más cercana que la que tenemos con algunas personas vivas. En distintas medidas y con distintas intensidades, creo que todos mantenemos una relación con personas que han fallecido y que han estado cerca de nosotros. Y deberíamos aceptarlo con cierta naturalidad; es una especie de convivencia y acompañamiento que nos puede ayudar cuando estamos solos, por ejemplo.

¿Le ha costado escribir el relato de su padre?

-Sí. Por una parte, por esa cercanía y, por otra, por esa obligación que me imponía a mí mismo de ser positivo. Pero como fue uno de los últimos que escribí, ya me salió casi solo y sin gran dificultad. Además, de los tres relatos que dedico a familiares es el más recreado y el más literario. Y, aunque el lector sabe que ese personaje es el padre del autor, yo no estoy en el libro, mantengo la distancia con él a la hora de entrevistarle. No hago excepciones y creo que esa frialdad es positiva porque le recrea de una manera más interesante.