donostia -De manera sorprendente y sin previo aviso, ajeno a modas e imposiciones, como quien vive al margen del tiempo y de las reglas, el fin de año nos ha traído la vuelta de Lisabö. Sin pistas pero fiel a sí mismo, a su intensidad y crudeza poética y post hardcore, el ahora renovado grupo euskaldun despide 2018 con Eta edertasunaren lorra-tzetan biluztu ginen (bIDEhUTS), un álbum difícil pero adictivo que se presentará en directo y que defiende “el poder de la música como factor transformador de la realidad en ilusión y amor”.

La vuelta de Lisabö es un todo un acontecimiento para el aficionado vasco y estatal más inquieto, el que se nutre de la escena más avant garde del indie y disfruta con Shellac, Slint, Experience y ¡Cómo no! sus admirados Fugazi. Los de Irun/Hondarribia se consolidaron como una banda de referencia de los sonidos más crispados desde su anterior disco, Animalia lotsatuen putzua, que fue votado como el mejor de 2011 por la influyente revista Rockdeluxe.

Y ahora, siete años después, sorprenden con un regreso que nadie más allá de su círculo más íntimo conocía/esperaba, dada su particular forma de entender la música, de manera intuitiva y sensitiva, ajena a las modas, al mercado y al tiempo de edición de sus álbumes. “Queríamos haberlo publicado antes, pero la vida marca los ritmos y han hecho falta tres años desde que comenzamos a prepararlo”, explica la banda.

Eta edertasunaren lorratzetan biluztu ginen (Y nos desnudamos tras el rastro de la belleza) es puro Lisabö, un grupo que ha optado por concebir estas siete canciones nuevas “entre las paredes de nuestro local, de un modo íntimo y silencioso, sin responder a ningún tipo de estrategia, simplemente escuchando el ritmo que nos pedía, sin injerencias externas, con sus momentos inspirados y su temorosos parones”, explica la banda liderada por las guitarras y las voces de Karlos Osinaga y Javi Manterola.

cambios El largo proceso de creación se ha visto mediatizado también por las salidas del grupo de Iván Zabalegi y Joseba Ponce (DUT), mitigadas por “la ilusión” provocada por los regresos (a la grabación, no en directo) de Aida Torres a una de las baterías y el de la colaboradora habitual Maite Arroitajauregi, alias Mursego. Santi Noain y Okene Abrego completan la nómina de colaboraciones de un álbum de difícil encaje estilístico y que fluctúa entre la violencia y la delicadeza, con un pie siempre al borde del precipicio y el sentimiento de vértigo acechando en las sienes.

Lisabö sigue arañando, sí, haciendo sangre, implicando al oyente y enfrentándose a él con una música claramente heredera del post hardcore y post rock y que alterna oscuridad y luz, violencia y calma. Y la lisergia recitada de Errautsaren bezpera con la crudeza e intensidad de Nomaden zirkulu tematia, la alternancia de texturas de Olio tantak ezapinetan con el amago melódico de Oroimena galdu aurretik idatzi gabeko gutuna y su final henchido de emoción, los riffs incisivos de Amuz inguratuta...

Lisabö ofrece tormentas de electricidad desbocada y psicodelia, caricias y disparos entre los que se atisban las enseñanzas (reconocidas) de The Clash, Laboa (“beti Mikel”, reivindican), el fallecido Jason Noble, el dúo Stars of the Lid, Ornette Coleman, Nick Cave... Mantras desbocados y voces y recitados crispados repletos del aliento poético que aportan los textos (densos, largos, poéticos y ¿automáticos?) de Martxel Mariskal. “Hoy en día la poesía es más necesaria que nunca para poder sobrellevar el día a día. Y es desde un posicionamiento en torno a ella desde donde parte el disco”, según el grupo, que dice creer “en el poder de la música como factor transformador de la realidad en ilusión y amor”.

El disco se inicia invocando al diablo, critica la amnesia y sumisión del ser humano, a quien ve como “insectos y animales resignados vestidos para la fiesta”, e incluye versos inquietantes como “la vida estaba embarazada, la muerte ha dado a luz, la comadrona suicida ha llorado cuando la he besado”.