Síguenos en redes sociales:

La noche más experimental

Esta tercera edición del Festival Santas Pascuas está siendo la más ecléctica y variada de todas. La primera jornada fue una fiesta con The Mani-las, Ángel Stanich y Novedades Carminha. La segunda, un derroche de elegancia con Nacho Vegas. La tercera, rabiosamente joven e irreverente con Moisés No Duerme & Los Noctámbulos y Yung Beef. Y la cuarta, podríamos decir, la más experimental, arriesgada e introspectiva, llegó de la mano de Joseba Irazoki y Delorean, en el que sería uno de los últimos conciertos del grupo guipuzcoano antes de su anunciada separación. Abrió la noche el guitarrista navarro, en el mismo escenario en el que, pocos días antes, había tocado como miembro de la banda de Nacho Vegas. Y es que, hasta ahora, Joseba ha ejercido como fiel escudero de otros artistas, como el ya mencionado Nacho Vegas, Mikel Erentxun o Duncan Dhu, además de formar parte de proyectos como Atom Rhumba o Bas(h)oan. Virtuoso como pocos con las seis cuerdas, su enorme versatilidad le permite reproducir fielmente los arreglos de composiciones ajenas, cuando toca para otros, así como componer, interpretar e improvisar libremente sus propias creaciones. Las últimas veces que le habíamos visto en solitario, tocando solo cual hombre orquesta o dibujando con su guitarra la banda sonora viviente de una película italiana, habían sido más experimentales. Sin embargo, en esta ocasión, se ciñó más al formato de canción de rock. De hecho, estaba presentando su reciente disco, Zu al zara?, que, por cierto, lidera varias listas de mejores discos de 2018. Acompañado por una banda de lo más contundente y ocupándose de la guitarra y de la voz, Irazoki ofreció una actuación imponente, deslumbrando y abrasando con un sonido granítico en el que no hubo fisuras.

Tras un breve receso, Igor Otxoa y Harkaitz Martínez, o lo que es lo mismo, Oreka TX, comenzaron a tocar una de las txalapartas que había dispuestas sobre el escenario. La escenografía, con una enorme tela blanca cubriendo toda la parte trasera del escenario, jugaba con las luces y las sombras. Detrás de las txalapartas, elevados sobre unas plataformas, los cuatro miembros de Delorean creaban nebulosas atmósferas artificiales con sus sintetizadores. Una vez conseguido el climax sonoro, disparaban fragmentos de canciones de Mikel Laboa. El contraste que se producía entre el sonido de la txalaparta, la electrónica de Delorean y la guitarra acústica y la voz de Laboa era ciertamente ensoñador, ideal para ser disfrutado en una sala cómoda y con tan buena acústica como la que ofrecía Baluarte. Oreka TX combinaban la txalaparta con otros instrumentos: una especie de xilófono, timbales o unas esferas de madera que finalmente resultaron estar llenas de agua. Así aunaron lo natural con lo analógico y lo tecnológico. Un maridaje perfecto, experimental y vanguardista, que sitúa al grupo, por ambición y capacidad, muy por encima de sus compañeros de generación. Hermosísima manera de decir adiós.