Poco se habla, y es una lástima, del festival Estaciones Sonoras de Cascante. Desde hace muchos años, uno de los mejores ciclos musicales que se desarrollan en Navarra, con un cartel por el que han desfilado artistas de la talla de Iván Ferreiro, Soleá Morente o La Habitación Roja. Sin ir más lejos, en mayo tienen programados a Morgan, Depedro y La Casa Azul, y en agosto, a Zahara. Encomiable trabajo el de la organización, que lleva mucho tiempo haciendo que Cascante tenga una propuesta cultural a la altura de la de sus vinos. Siguiendo la línea de excelencia que le caracteriza, el pasado sábado le tocó el turno a Mikel Erentxun. El donostiarra se encuentra en un momento intermedio, finiquitando los últimos conciertos de la gira de su anterior álbum, el excelente El hombre sin sombra, y a punto de publicar un nuevo disco que llevará por título El último vuelo del Hombre Bala. Con la tranquilidad de no tener que promocionar ningún material concreto, Mikel ofreció una actuación en la que repasó temas de toda su carrera.

El concierto tuvo lugar en una sala de las bodegas Malón de Echaide, que se había llenado hasta la bandera para disfrutar de uno de los grandes nombres del rock nacional. Se daba la circunstancia de que ese día cumplía años, por lo que, cuando salió al escenario, el público lo recibió cantándole el “cumpleaños feliz”. No fue la única vez que los asistentes tendrían que forzar sus gargantas, pues después corearían muchas de las canciones. Erentxun, vestido de negro, con sombrero color crema y guitarra acústica, estuvo acompañado por Carlos Arancegui en la batería. Abrió con Amara y Penumbra, para disparar después su primer hit, Mañana, recibido, bailado y cantado con auténtico fervor por la concurrencia. Siguió con Veneno, una canción inicialmente incluida en un disco “no oficial” y que sus seguidores acabaron convirtiendo en uno de sus temas imprescindibles. A pesar de lo escueto del formato (guitarra y batería), el dúo ofreció gran variedad de registros: así, Ojos de miel arrancó con sonidos disparados, Cartas de amor sonó tan asilvestrada como siempre gracias a la desaforada interpretación de Mikel y al salvajismo de Carlos con sus baquetas, mientras que Vasos de Roma y Ginebra tuvo armónica y fraseos dylanitas.

Según avanzaba la actuación, el donostiarra fue sacando de su chistera algunos de los innumerables himnos que atesora en su ya larga carrera en solitario, como la muy reciente Cicatrices, que en su último disco cantó a dúo con la musa televisiva Maika Makovski, o ese latigazo pop que sigue siendo A un minuto de ti. Siendo dueño de semejante repertorio, le honra no hurgar en exceso en los siempre efectivos baúles de la nostalgia y esforzarse por conectar con el público a base de temas menos conocidos, como hizo, y de qué manera, con la incendiaria Corazones. La cita estaba llegando a su fin y no había sonado todavía ninguna canción de Duncan Dhu. Erentxun, sabedor de la vigencia que mantienen muchas de las canciones de su banda madre, quiso rescatar alguna de sus viejas perlas. Lo hizo como quien coloca la guinda a un pastel ya cocinado, aunque, conviene insistir en ello, los ingredientes principales que utilizó, y con los que conquistó a los comensales, pertenecieron a su carrera en solitario, algo poco habitual en artistas de su generación. Así llegaron Esos ojos negros, Una calle de París, Cien gaviotas y Jardín de rosas, cantada esta última por el público. Fue el colofón a un excelente concierto que confirmó el momento dulce que atraviesa Mikel. Esperemos que su próximo lanzamiento le traiga de nuevo a tierras navarras.