Conocíamos a E. Solinís (Bilbao, 1974), como un excelente intérprete de guitarra -y todos sus antepasados- desde su actuación en la S. de M. A. de Estella (2012). Hoy, además de corroborarse como gran músico, lo descubrimos como un musicólogo peculiar y un tanto heterodoxo, que nos ha fascinado con su sabiduría bien explicada. Se presenta cercano, familiar, muy abierto a todos lo sonidos, vengan de donde vengan: de Haendel, Mateo Albéniz o El Habichuela. Lejos del musicólogo rancio que sienta cátedra con teorías especulativas sobre música y músicos de los que no escuchamos ni una nota. Y, sin embargo, sus explicaciones son absolutamente convincentes porque nos las sirve con continuos ejemplos -pruebas- de sus teorías. Ejemplos magníficamente interpretados -estupenda la elegantísima vihuela-, que corroboran teorías que, en principio, parecen disparatadas. ¿Escribió Haendel una partitura de flamenco?, claro que no; pero sí escribió la cantata 140, No se enmendará jamás -(de la que por cierto María Bayo tiene una excelente versión)-, en castellano, y que, como en el caso de Bach, y otros compositores del renacimiento y el barroco, utilizan ritmos que luego los escuchamos en la guitarra flamenca: jácaras, canarios, folía, fandango? Pero que, a su vez, se alimentan de las músicas venidas de África, de la tradición oriental, de la judía, árabe, etcétera. Todo esto, así dicho, parece demasiado general y perdido en la noche de los sonidos. Pero, concretado en cada interpretación y en su instrumento, queda francamente clarividente.

Enrike desplegó un muestrario interesantísimo -y muy entretenido- de cuerda pulsada. Comenzó con la Guiterna, muy de aquí, copia de la catedral de Pamplona. Su sonido nos trae aires del Este. Estamos en el pre-renacimiento. Con ese sustrato ostinato donde se asentarán el renacimiento y el Barroco. Luego toma el laúd -llamado de muchas maneras en diferentes países-. Muy moro, música horizontal, subiendo en tono mayor, bajando en tono menor, tocado con el pulgar -todo tan flamenco-. Nos hace una maravillosa muestra de llevar el Concierto de Aranjuez de Rodrigo al ritmo árabe de la moaxaja. No es un disparate pensar que desde Tudela -centro cultural muy importante- pasara a Europa. Después de estos instrumentos, que se rasgueaban, se necesitaba otro más específico para el punteo: nació la vihuela, instrumento culto, nítido de sonido punteado donde luce La canción del Emperador. Pero la vihuela se va haciendo popular, y pide rasgueo, fundamental para el acompañamiento. Y surge el -pequeño de formato- Cabaquiño o guitarro o guitarrico, según el lugar, -(y que nos lleva hasta el ukelele)-, que, se usa, por ejemplo en los fandangos de Murcia. Y terminó con la guitarra barroca, hija de la vihuela, que ha perdido cuerdas y se presta tanto al punteo como al rasgueo. Y de nuevo se luce nuestro intérprete con obras de Mateo Albéniz (Donostiarra), con su Sonata en Re Mayor; y Gaspar Sanz. Una delicia de lección-concierto.