Lujo para la serva Padrona
Al entrar al teatro, el público se encuentra en el hall, un pequeño grupo de músicos que amenizan la entrada, y diversos personajes vestidos para la escena. En el recuerdo, aquel Orfeo de Monteverdi, donde empezó todo el movimiento musical de David Guindado: fecundo, controvertido y arriesgado como pocos. Hoy, Ópera de Cámara y Coral de Cámara de Navarra representan La Serva Padrona: la operita de Pergolesi que, en su tiempo, tuvo más éxito que la gran ópera del mismo autor, donde estaba insertada como intermedio. Pablo Ramos, el director artístico, envuelve -a su vez- este divertimento bufo en un muy logrado escenario, con un lujo de detalles, a la altura de unas Bodas de Fígaro mozartianas, por ejemplo. La casa de Uberto -il padrone- es elegante, muy bien acotada con unos ventanales, e, incluso, con posibilidades técnicas de girar muebles. El vestuario es muy rico, acertado y agradable. La iluminación acentúa los colores pastel y crea ambiente. El movimiento escénico -muy movido, la verdad- casa con la música vivaz, aunque en algún memento parece un poco excesivo. Y un montón de figurantes -que no suelen aparecer en la representación de esta ópera- elevan, en fin, la función, a la categoría de gran ópera. Esto, con ser maravilloso, es un arma de doble filo, porque, quizás, a la obra se le pide más de lo que es: una partitura maestra, precisamente en su simplicidad, en su diafanidad -ya saben, la opera bufa defendida por Rousseau, en contra de los intelectualistas de Rameau-. En todo caso, bienvenido sea este lujo que, gustó a todo el mundo.
En cuanto a la parte musical hay que señalar que siempre el tempo, la intención, lo diáfano y vivaz de la partitura, estuvieron en la dirección de Guindano. Todo este período de la música lo domina muy bien. Nunca decae ese tactus barroco que mantiene todo en vilo. La respuesta de los intérpretes a su mando, fue más desigual. Los dos protagonistas dan una figura perfecta teatralmente; son creíbles; con más experiencia en las tablas de Pablo López. Su Uberto es espléndido en toda la parte baritonal, y escaso en los graves; pero, ¿quién da hoy día los graves, tan extremos, que pide la partitura? Muy bien en la vis cómica, respondiendo a los muchas muecas que se le mandaron, algunas muy acordes con el texto -“ya estoy enredado?”, mientras gira la plataforma-. Andrea Jiménez salvó su rol, con menos registros escénicos que su partenaire, y una voz limpia, más blanca que en su última actuación, que ataca bien los agudos, y frasea bien su aria A Serpina recordaréis... Quizás lo más flojo fueron los recitativos; al tener tanto peso en la ópera, me resultaron muy iguales. Pero, bueno, de esto sabe más el director. La orquesta se me quedó un poco corta, quizás por la acústica seca de la sala. Funcionó mejor en la parte grave -continuo, clave, contrabajo- que en la aguda; en algún momento de afinación complicada. Vespone, estupendo en la presentación. La Coral -borracha- funcionó muy bien como intermedio del intermedio.
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