barcelona - El director británico Mike Leigh, que presentó en el BCN Film Fest su última película, La tragedia de Peterloo, se reafirma en que cree en el cine, si bien reconoce que se debe aceptar que “hay muchas maneras de ver películas”, es un hecho y “no es malo”, en referencia a plataformas como Netflix o HBO.

Leigh, director de filmes como Secretos y mentiras o El secreto de Vera Drake, confesó: “Creo en el cine, en la sala de proyecciones, estar a oscuras, en grupo, pero hemos de aceptar la situación que vivimos; y al final todo el mundo tiene derecho de apagar la televisión y dejarlo para más tarde”. Casi una década después de su último largo, Leigh ha sacado adelante un ambicioso proyecto, La tragedia de Peterloo, una película de época ambientada en el Manchester de 1819, donde la caballería inglesa decidió atacar una masiva manifestación pacífica en la que los obreros y sus familias, incluidos los niños, solicitaban el sufragio universal. La intervención del ejército se saldó con una masacre, 18 muertos pasados a bayoneta o atravesados por sables, y cientos de heridos. Mike Leigh rescató este episodio del olvido, consciente de que “no es muy conocido, tampoco en Reino Unido; no está en los libros de historia de las escuelas”.

Una lectura sobre estos acontecimientos llevaron al director a consultar “un archivo enorme que guardaba mucha información, porque no se trata de un tema oscuro ni esotérico”. Leigh se enfrentó a varios retos con la película: “Aparecen muchas personas en escena haciendo muchas cosas de manera simultánea, además del desafío del presupuesto o las escasas seis semanas de rodaje”. Seguramente, lo más difícil fue, reconoce el director, encontrar la ubicación donde tiene lugar la masacre final, pues “el lugar original de Manchester desapareció en la época victoriana, pero finalmente se pudo grabar al este de Londres, en un fuerte construido en época de Enrique VIII”. A su favor jugó la suerte de trabajar con “actores buenos e inteligentes, un buen equipo de fotografía y de vestuario”.

En el trasfondo de esta historia real, Leigh piensa que había entonces, no solo en Gran Bretaña, un miedo generalizado a que el espíritu de la Revolución Francesa se extendiera entre las capas populares: “Preocupaba a las élites e inspiraba a los radicales”.