montevideo - La escritora nicaragüense Gioconda Belli, activista política y reconocida feminista, explica que contar su última novela, Las fiebres de la memoria, desde el punto de vista de un hombre, el protagonista, Charles Choiseul de Praslin, fue un “acto de empatía”.

“Ponerme en los zapatos de un hombre fue fantástico porque es un acto de empatía que debería ser la tónica de nuestra lucha, sea feminista o política”, comenta Belli (Managua, 1948) en entrevista en Montevideo. Es la primera ocasión en la extensa carrera de esta novelista, poeta y ensayista, autora de obras como La mujer habitada (1988), El infinito en la palma de mi mano (2008) o El país de las mujeres (2010), que narra una historia desde el punto de vista masculino. “La voz me vino. Pensé que más adelante iba a incorporar una voz femenina, pero no se dio. Me fui metiendo en el personaje y sentí que él tenía que seguir contando su historia”, dice. Además de esta peculiaridad, la última creación de Belli, se basa en una historia familiar, ya que el noble francés de finales del siglo XIX que protagoniza este relato de aventura, intriga y amor era abuelo de su abuela Graciela. “Ha sido muy interesante ahondar en la historia de mi familia, porque la conocía muy por encima. Era como una leyenda a la que no di mucho crédito, pero decidí investigar y la investigación me llevó por muchos rumbos. Encontré una historia realmente fascinante”, detalla.

Choiseul de Praslin es acusado en Francia de un crimen pasional, por lo que finge su suicidio e inicia una nueva vida con otra identidad. En un viaje que le lleva a Nueva York y, de ahí, a Matagalpa (Nicaragua), lucha internamente con su pasado y se topa con un amor, Margarita, que podría redimirle. “Creo que el final es la prueba de que no está redimido del todo, pero me encantó la posibilidad de Margarita. Lo que más me gustó fue la complejidad de los personajes, la misma de la condición humana”, explica.

El ejemplo de la huida y de la doble identidad, en opinión de la autora, tiene que ver con ella misma, ya que tuvo que exiliarse y fue fugitiva de la justicia durante la dictadura de los Somoza. “Tuve que tener nombre falso. Todos tenemos esa lucha por la identidad, pero cuanto más no es cuando te ves forzado a forjar la identidad”, asevera, al tiempo que agrega que las suyas, a diferencia del protagonista, que debe encubrir un terrible crimen, fueron “mentiras blancas” porque, en su código ético, tenía “una justificación sustentable para mentir. Pero en el caso de él es el interrogante que plantea la novela. ¿Qué le iba a costar decir la verdad? Lo cierto es que no logra totalmente esa felicidad que se ha propuesto porque tiene esa carga de su pasado”, indica Belli, que también aborda en esta novela la existencia de “mujeres tóxicas”.