desde el principio de los tiempos iniciales del periodismo los sucesos han sido filón informativo de primera magnitud. Catástrofes naturales y humanas han nutrido los tiempos de la información y han satisfecho las necesidades de consumo informativo por parte de amplias capas de la sociedad que han probado el morbo y regusto de la crónica negra que de vez en cuando se asoma al panorama de los sucesos, convirtiendo las páginas de los periódicos en escenario de crímenes pasionales, secuestros violentos e historias desgarradas regadas por violencia, sangre y muerte. Los lectores han aupado a este tiempo de periodismo a éxitos editoriales, como el ejemplo de El Caso, un periódico que funcionó en el periodo franquista y se alimentaba de las informaciones de comisaría y bajos fondos de las ciudades más populosas de su tiempo. En el actual panorama de los medios, los sucesos tienen tiempo importante de diaria emisión, y secciones como Expediente Marlasca o Sucesos de Carlos Quílez desarrollan un periodismo audiovisual, digno heredero del viejo periódico de temática similar. Mamen Mendizabal y Alfonso Arús incluyen en sus magacines correspondientes tiempo para la crónica negra, con abundancia de imágenes y reiteración narrativa, que convierte a estas secciones en espacios de enganche masivo para las audiencias, cuando no se convierten noticias de este tipo en noticias de alcance para arranque de los telediarios, como en el caso del pequeño Julen o similares. La crónica negra ha encontrado acomodo y tratamiento específico en los medios de nuestros días. Las audiencias escandalosas necesitan este tipo de material para saciar sus apetencias y las teles se lo suministran con abundancia y reiteración. Asesinatos, violencia de género, robos, atracos, un largo catálogo ilustrado con abundancia de imágenes que informan y en muchas ocasiones entretienen al personal acomodado en el butacón de la sala de estar. Sangre, abundante sangre, a la carta.