cannes - Desde que se conoció la programación de Cannes 2019, en la Croisette hay un fuerte runrún de una Palma de Oro para Pedro Almodóvar que no consiguió en sus anteriores participaciones. Esta vez vuelve al festival en busca de la gloria para su última película. Ayer, en el día del pase de gala de Dolor y gloria, Almodóvar se reunió con la prensa española para reflexionar sobre qué ha supuesto para él esta película y toda su carrera.

¿Qué tal vive la experiencia de volver a Cannes con esta película tan especial?

-Estoy muy contento de volver justamente con esta película. Una vez que vengo prefiero estar en competición porque es más excitante y además significa que sigo haciendo cine. La sensación de continuidad a mi edad es muy importante, no tengo nada de Clint Eastwood, ojalá llegue a su edad haciendo cine, pero ya tengo la suficiente para alegrarte de que te sigan ocurriendo las mismas cosas que te ocurrían hace 10 años. Significa que sigues interesando.

Cuando un director se convierte en verbo y en adverbio y cuenta su propia historia parece que ya no tiene nada más que contar. ¿Por qué cuenta su propia historia ahora?

-No lo sé. Todas mis películas me representan, pero nunca lo había hecho con un personaje que tuviera mi misma profesión y algunas condiciones físicas similares. No sé por qué empecé a escribir esta historia, pero necesitaba hacerlo. Una vez que la terminé y con la sensación que me ha dejado, estaba claro que necesitaba contarlo. No quiero decir que uno haga cine como terapia, porque no es así, al contrario, cuando lo haces el cine te revuelve a ti mismo y eso es bueno. En este caso, una vez terminada, la película ha sido una especie de bálsamo, supongo que porque estaba preocupado por las mismas razones que el protagonista, por el hecho de no saber si podré hacer físicamente la próxima película. Tengo miedo de no sentir la misma pasión que he sentido hasta ahora por contar historias. El hecho de hacerla significa que has superado ese miedo; al menos por el momento, porque puede volver a aparecer. La cuestión es que las historias sigan apasionándote igual aunque el miedo a ese vacío está siempre.

¿Desde el primer momento tenía en su cabeza a Antonio Banderas para su personaje?

-Por salud mental tenía más de un nombre, tenía tres, y la primera opción era Antonio. Le mandé el guion para saber si estaba libre y le interesaba la historia. Le interesó muchísimo y, además, me transmitió un mensaje que después cumplió, que fue que se pondría absolutamente en mis manos porque entendía que era un material muy íntimo. Antonio era el más legítimo para interpretarlo porque conoce de primera mano muchas épocas de las que hablo y entendió sin yo decírselo que lo que le iba a pedir era lo opuesto a lo que le he pedido en otras películas, lo que conllevaba un esfuerzo porque no era el Banderas apasionado, con ese brío y bravura características, sino todo lo contrario, un tipo de tesitura gestual minúscula, pero muy profunda. Le estoy muy agradecido porque es esencial para le película.

¿Ganar la Palma de Oro ayudaría a que mantuviera la pasión por el cine y contar historias?

-No. Sería muy halagador y haría crecer un poco mi autoestima, pero los premios no me han cambiado y creo que no deben cambiar a los directores. La carrera de un director puede depender de los premios en el sentido en que den más opciones para trabajar, esa es la medida que me importa del éxito y de los premios: que he podido seguir haciendo las películas que quería hacer. No estoy obsesionado con la Palma de Oro; si me la dan será maravilloso, pero seguiré con mi vida como hasta ahora.

¿Puso algún límite a la hora de retratar su infancia o algún pasaje de su vida en la película?

-Al principio de la escritura del guion tuve las dudas y el vértigo de exponerme demasiado porque soy muy pudoroso; de mi vida íntima no les hablo ni a mis amigos. En mis guiones, la primera página la origina la realidad, después tengo que continuar con la historia, que viene de fuera. En este caso ha sido igual, lo único que esa realidad externa era la mía. Una vez superadas las primera dudas, me trataba como un tema que no era yo mismo y entonces desapareció el pudor. Hubo momentos, como las escenas con mi madre, que, me avergüenza decirlo, lloraba escribiéndolas. En cualquier caso, la película no hay que verla de un modo muy literal. He vivido un amor truncado en un momento en que la relación estaba muy viva, pero, por ejemplo, la relación con mi madre no es exactamente como la pongo en la película. Yo no he tenido esa relación de extrañeza con mi madre, pero supongo que representa las miradas de extrañeza que sentía de manera muy intensa cuando vivía en el pueblo.

¿Qué significa para usted iniciar en Cannes lo que puede ser un año lleno de reconocimientos a nivel internacional para Dolor y gloria?

-Es una gran puerta para el camino internacional de la película. La proyección de esta noche (por el viernes) y en las entrevistas que estoy teniendo con medios de todo el mundo tomas consciencia de cómo se ve la película fuera. En el pase de la noche estaré atento a la respiración de esas dos mil almas que dan mucha información sobre si algo no se entiende o baja o sube el interés en alguna parte de la película.

¿Qué reflexión hace sobre la influencia de sus películas en la evolución social y política de España en las últimas décadas?

-No estoy tan seguro de esa influencia. El cine desde luego es un vehículo que muestra una sociedad y que informa a esa sociedad que está viendo la película. Me alegra de que muchos de los temas que he tratado desde los años 80 hasta ahora se hayan cotidianizado. Temas como la violencia de género, que se trataba en ¿Qué he hecho yo para merecer esto?, donde se mostraban las raíces machistas de nuestra sociedad o las múltiples variantes sexuales. Yo hablaba de ellas con total descaro porque formaban parte de mi vida y me alegra que se hayan visibilizado y se hayan hecho más cotidianos que hace treinta años. Probablemente, yo haya influido en alguna medida, pero no me creo el motor de ese cambio, que es la propia sociedad española, que afortunadamente ha cambiado. Me da miedo el paralelismo que pueda haber entre mi cine y la propia realidad social porque la alegría de las películas de los 80 ha ido cambiado y terminando en una enorme melancolía que puede ser paralela a la melancolía de la sociedad española.

Muchos directores de cine de autor están haciendo series, ¿rodaría una serie de televisión para Netflix o HBO?

-Ahora mismo estoy involucrado en dos historias, una de las dos será la próxima película. No me niego a hacer una serie de televisión, pero rompería alguna de las normas porque no concibo que cada capítulo tenga la misma duración. A mí me saldrían unos capítulos de quince minutos y otros de treinta. En caso de hacerlo, sería de un libro de relatos de una autora del que hemos comprado los derechos respetando la duración que cada relato demanda.

¿Llegará alguna vez la película rodada en inglés?

-De momento no ha llegado, pero no me cierro a esa posibilidad. Cada vez estoy más cerca, pero me da terror. De hecho, Julieta tenía que ser inglés protagonizada por Meryl Streep, pero en el último instante me entró una inseguridad muy grande y decidí volver a Madrid. Pero creo que cada vez me siento más cerca de esa posibilidad.

¿Va a volver a trabajar con Rosalía?

-A pesar de que es muy pequeño lo que hace en la película, viendo cómo funcionó en el rodaje, debería escribir una película folclórica contemporánea y que lo interpretara Rosalía. Tiene una enorme naturalidad y mucha gracia. Se trataría de actualizar el género folclórico con un remake de alguna película o escribir un guión. A mí me apetece mucho esa idea.