donostia - Todavía resuena el eco de su anterior publicación, Deje su mensaje después de la señal, que el director Fernando Bernués está adaptando al teatro y estrenará en octubre. “Emocionada” por la dimensión que va tomando su obra, cuyos derechos ya han sido vendidos a tres importantes editoriales extranjeras, llega desde tierras gallegas -donde reside- Arantza Portabales. Lo hace para presentar su nueva entrega, esta vez del género policíaco. La versátil narradora presenta hoy a las 19.00 horas en el Fnac de Donostia Belleza Roja, novela negra llena de suspense de las que engancha hasta al lector más perezoso.

No se preocupe que de aquí no sale... ¿Quién mató a Xiana Alén?

-Me la he cargado yo (sonríe), pero serán los lectores quienes tengan que descubrirlo durante las 428 páginas, y pasarlo muy bien por el camino.

Un camino marcado por relaciones humanas en las que se sugiere, pero nada es lo que parece. ¿Ha fluido la historia de manera espontánea o dar forma a semejante enredo le ha hecho sufrir?

-Nunca he sufrido escribiendo. Todo lo contrario. Para mí escribir es lo que me permite afrontar el resto de facetas de mi vida con más solvencia. Gracias a la escritura soy mejor pareja, mejor madre, mejor profesional. Nunca lo he pasado mal escribiendo un libro y este mucho menos. Con el anterior, Deje su mensaje después de la señal, sufrí a nivel emocional porque era un libro que rascaba mucho. En este caso, he escrito el que yo quisiera leer, y solo por eso me he divertido.

Sangre, arte, intriga, amor, sexo, culpa, misterio? No se puede aliñar la novela con más ingredientes. Hable de la receta...

-Tiene una primera capa superficial que te hace coger el libro y no poder parar de leerlo, donde se libra un pulso entre el escritor y el lector. Pero por debajo de esa primera capa nos encontramos con un mapa de complejas relaciones humanas. Quizá definir psicológicamente a los personajes es lo que mejor se me da. Sin llegar al extremo de un asesinato, como ocurre en el libro, es verdad que todo lo que sienten los personajes del libro lo sienten los lectores. Todos podemos estar igual de perdidos en un momento determinado de nuestras vidas, tener miedo al fracaso amoroso, o sentirnos un cero a la izquierda con todo el peso de la culpa. En ese sentido, muchos de los personajes podemos ser cualquiera de nosotros.

Y nuestros silencios...

-Sí, la novela negra en sí siempre ha reflejado a sus protagonistas en sus propios miedos. En este caso es una novela en la que hay muchos silencios, en la que muchas veces se calla más de lo que se dice, algo que nos pasa a todos con frecuencia. Estamos ante el eterno problema de la incomunicación, algo que subyace en todas mis novelas, donde los protagonistas piensan y callan.

Golpea duro y fuerte al final de cada capítulo, dando un giro imprevisible al curso de los acontecimientos. ¿Es el resultado de haberse forjado en el microrrelato?

-Es la herencia que me he traído al campo de la novela, lo que quizá ha hecho de mi una escritora distinta. Es mucho más difícil contar una historia en 100 palabras que en 400 páginas. El microrrelato requiere menos trabajo físico, pero también te exige un esfuerzo extra para contar a través de silencios. En este caso, esa herencia hace que Belleza Roja sea poco descriptiva desde el ámbito físico, pero sí llega a la esencia del lector, a los sentimientos y contenidos. Me gusta hablar muchísimo pero escribo lo menos que puedo. Esta historia en manos de otra persona igual podría haberse ido a 800 páginas.

Estilo directo, frases cortas?

-Sí, no sé hacerlo de otra manera (sonríe). Deje su mensaje después de la señal es todavía mucho más contundente. Siempre apuesto por ir a la esencia. Desde el punto de vista técnico me gusta mucho reflejar los sentimientos. Suelo utilizar una tercera persona disfrazada de primera, colándome en la oreja del personaje. En este caso hay que dar un paso atrás porque, evidentemente, los seis sospechosos del crimen no pueden expresar abiertamente sus sentimientos ya que de lo contrario el lector conocería el desenlace antes de tiempo.

¿Es complicado mantener esa tensión, ese pulso constante?

-Aunque no lo parezca, en realidad no me importa tanto la autoría del crimen. De hecho, en la literatura y el cine hay muchas historias que comienzan por ahí. Se trata más bien de hacer un puzzle que componga la vida de los personajes mediante la técnica de flashback, porque al final lo importante no está en el qué sino en el porqué. Me gusta mucho jugar con el lector, llevarle de un lado a otro, haciendo que sospeche de unos y otros. La clave está en dosificar la información.

Leyendo el libro, es evidente que le van las sorpresas?

-(Sonríe) Sí, me gusta ofrecer al lector lo que no se espera. En este caso, además, todos los personajes de la novela están muy estereotipados. Me gusta partir del pijo casado con una mujer pija, el marido que es un cero a la izquierda, el psiquiatra que está más pirado que sus pacientes, el poli duro, la chica joven dispuesta a? A partir de ahí, lo que más me gusta es ir arañando hasta que el estereotipo se rompe y caes en la cuenta de que por debajo, más allá de esas etiquetas, nos encontramos a personas iguales que nosotros.

Una metáfora de los tiempos actuales en los que prima la imagen?

-No hay más que ver lo que ocurre con las redes sociales. Al final todos optamos por ser maravillosos pero lloramos en la ducha de puertas adentro. El otro día me decían que tenía una vida genial. ¿Qué voy a tener una vida genial? Hay días que salgo de currar después de doce horas, aunque es verdad que igual me da por salir cantando con mi compañera.

“Follamos en la cama, y lloramos en la ducha”, dice uno de los personajes...

-Así es. Hay quien me ha señalado el gran contenido sexual que tiene la novela. ¡Qué va! Parece que en este país, en pleno siglo XXI, mencionas la palabra follar y parece que se acaba el mundo. Todo el mundo come, mea y folla. No se puede escribir una novela con personajes maquillados y el albornoz puesto (sonríe). Pasan los años, parece que estamos avanzando pero sigue pesando la culpa de la tradición judeocristiana de la que nos cuesta Dios y ayuda liberarnos.

Por cierto, después del mar de sangre en el que se suceden los hechos, ¿no será de las que ve dos gotas y sale corriendo?

-Mi marido sí que es así (sonríe). Me gusta la simbología de la sangre, que es premisa de vida, como ocurre con la menstruación. Me fascinó una imagen que reflejo en el libro, y que tiene que ver con una matanza de cerdo que vi en Galicia. Me gusta buscar la belleza en el horror, como lo siente Lía al ver a su sobrina muerta. Es brutal. Abre la puerta de la habitación, le ve en medio de un reguero de sangre y siente fascinación.

Es muy elocuente el estrecho vínculo que existe entre Lía Somoza y Sara, dos mujeres que son mucho más que hermanas?

-Son dos piezas de un puzzle perfecto. Son Sancho Panza y Don Quijote. Una representa lo real y lo tangible y su hermana lo irracional del arte, en esa incansable búsqueda de la estética. Es un binomio que se complementa muy bien, y una idea que machaco constantemente.

Lía, la tía de la adolescente asesinada, dice que un cuadro no necesita ser explicado, como un chiste no tiene que ser contado. ¿Y una novela?

-Cada uno la siente a su manera. Nunca pretendo ni adoctrinar ni aleccionar, pero entre las reacciones que voy recibiendo de lo que escribo me hago una composición de lo que quise decir, que nunca habría pensado. Al final todo es más sencillo: querer contar una historia para que tú la escuches. No hay más.