montevideo - El dramaturgo español José Sanchis Sinisterra, uno de los autores vivos más representados y de los más influyentes en las nuevas generaciones teatrales, es uno de esas rara avis que vive en el siglo XXI sin móvil a cuestas y se “deprime” cuando ve que la gente hoy no sabe estar sin ellos.

A sus casi 80 años, el docente, director e investigador teatral (Valencia, 1940), gran renovador de la escena, suele viajar en el transporte público de Madrid y confiesa que lleva un libro bajo el brazo como una especie de rebeldía frente a sus compañeros de viaje que no levantan la vista de la pantalla. “La gente ya no acepta la soledad, el silencio, no acepta la espera. Para mí son parámetros fundamentales, antropológicamente constitutivos del ser humano”, declara Sanchis Sinisterra en una entrevista concedida a Efe en Montevideo.

El creador de Ay, Carmela, El lector por horas o El cerco de Leningrado considera que las redes sociales “han creado una trampa mortal, sobre todo para los jóvenes, pero no solo, en la medida en que proporcionan un sucedáneo de información, de conocimiento, de contacto, que es mentira”. Frente a ello, este incansable autor y maestro defiende las tablas como uno “de los pocos espacios donde nos frotamos con nuestros semejantes, con los otros miembros de la tribu” y expresa su deseo de “que no inventen un teatro en las redes”. “Para el teatro, tienes que salir de casa, atravesar la selva de la ciudad, ponerte en fila... Todo eso para mí son pequeños reductos de humanidad que no se pueden perder y el teatro necesita”, afirma con una voz calma, aunque rotunda.

Sanchis Sinisterra se encuentra en la capital uruguaya para dirigir su obra Una artista del sueño dentro de los actos de conmemoración de los 70 años del Teatro El Galpón. El dramaturgo se siente “desafiado” y “estimulado” por esta experiencia, ya que considera a este espacio escénico como “un referente” y un “modelo” que ha citado en otros lugares del mundo, porque sus responsables asumen como propia una labor que él cree fundamental ahora, que es la de “ir a buscar al no-público”. El autor español opina que, en ese sentido, América Latina le ha enseñado muchos valores, hasta el punto de que para él “hay un antes y un después” de conocer esa región del mundo, tanto en su creación artística como en su vida. Incluso apunta que la fundación de la emblemática Sala Beckett, gran referencia de la escena catalana, le debe “muchísimo a América Latina”, ya que la creó a partir de su primer viaje a Colombia, en 1985, cuando vio que “la gente se juega la vida y no hay apoyo institucional ni de los medios” y, aun así, “abren espacios”. “Agarré a mi socio y le dije somos unos estúpidos. Aquí estamos en el país de Jauja y no nos atrevemos a abrir una sala”, sonríe mientras habla de los primeros momentos del Teatro Fronterizo en Barcelona.

mundo onírico Sobre la obra que ayer se presentó en El Galpón, el dramaturgo resalta la importancia que para él tiene el mundo onírico, “una actividad que ocupa una tercera parte” de la vida psíquica del ser humano, si bien no cree en los “catecismos” de Sigmund Freud o Carl Gustav Jung. “Creo que los sueños tienen otro modo de dialogar con el sujeto, pero eso tiene que descubrirlo el propio soñante. Hay que hacer una disciplina para recordar los sueños y luego dedicar unos minutos para ver qué me estoy diciendo o de qué me estoy advirtiendo. El dramaturgo de los sueños es uno mismo”, recalca.

La relación del mundo onírico y la creación es otro eje sobre el que se vertebra esta obra, estrenada hace cinco años en Costa Rica, y para la que el autor se dedicó a “mendigar sueños” entre quienes estaban a su alrededor porque él jamás recuerda los suyos. “Creo que todo lo que sea la arqueología del mundo de los sueños es mucho más rico que buscar en la pantalla del móvil lo que ocurre alrededor”, concluye con una sonrisa en los labios. - Efe