pamplona - Susana Rodríguez viaja de Navarra a Boston para situar allí su nueva novela, Una bala con mi nombre (editorial HarperColins). Esta vez, es una mujer la que lleva las riendas de una trama donde la intriga y la acción están aseguradas.

Este libro es muy diferente a lo que estamos acostumbrados a leer de Susana Rodríguez. Después de la trilogía, ¿quería tomarse un respiro de la novela negra?

-No es que quisiera, es que necesitaba un respiro. Escribir Te veré esta noche me supuso un esfuerzo psicológico e incluso físico terrible. Fue una novela muy dura de escribir porque los personajes lo pasan mal y yo me tengo que imbuir de ellos y de la situación para poder escribir con cierta verosimilitud. Y había veces que escribía y que necesitaba cerrar el ordenador y no enfrentarme a las páginas en un par de días para calmarme. Quien escriba o sea un gran lector me entenderá. Necesitaba respirar. Y yo soy una gran consumidora de thrillers, me chiflan desde que tengo uso de razón. Esa rapidez, ese peligro, esa tensión... me vuelven loca. Nunca había escrito uno y me gustan los retos. Con lo cual, todos estos ingredientes son los que me han llevado a escribir Una bala con mi nombre.

El libro tiene, evidentemente, tintes de novela negra. Pero quizás lo que más lo diferencie de los anteriores sean los personajes, su trasfondo...

-Claro, porque en una novela negra los personajes tienen una psicología muy profunda, que marca prácticamente todo el desarrollo de la historia. Los personajes de esta última novela tienen una personalidad que intento que esté clara y sea coherente y que avance, pero son personajes que podrías ser tú, que podría ser cualquiera. Eso, quizás, lo distinga un poco de una novela negra más purista, canónica, en función de cómo la definen los expertos. De todas formas, siempre he sido muy contraria a poner etiquetas a los libros. Lo que tiene que ser es una novela con la que el lector disfrute, que le aporte algo de alguna manera, y ya está. No hay que tener mayor ambición.

Es cierto que estos personajes podrían ser cualquier persona. Nada más lejos, la protagonista, Zoe, es una mujer de cuarenta años, sin hijos, sin pareja y que dedica mucho tiempo a su trabajo porque le gusta. Una figura que está muy a la orden del día.

-Obvio. Cada vez hay más mujeres que deciden no tener hijos porque el instinto maternal es algo que nos han impuesto y la mujer que no lo tiene se siente culpable. Sin embargo, ahora nos estamos dando cuenta del engaño en el que nos han tenido sumidas durante tantísimos años y cada vez hay más mujeres que deciden no tener hijos, dedicar su vida a otra cosa, que puede ser una pasión o un trabajo, y cada vez está más normalizado. Ya no se señala a una mujer porque decida no casarse, no tener hijos, tener una relación diferente o vivir su vida de una manera absolutamente independiente. La novela negra es, desde siempre, por definición, espejo de la sociedad donde se desarrolla. ¿Qué tenemos en la sociedad ahora? Una mujer que avanza, que está dando puñetazos encima de la mesa, que está hasta las narices de que le estigmaticen por lo que hace y por lo que no hace. La novela negra tiene que reflejarlo y mi novela, en ese sentido y aunque no ha sido deliberado, es un reflejo de esto, de que las mujeres estamos avanzando y de lo que nos queda por recorrer. Y vaya que si nos queda...

La relación poco convencional que mantiene Zoe con el joven Noah es otro reflejo de algo que ocurre y que, sin embargo, hay personas que no terminan de aceptar...

-¡Es que Noah es 15 años menor que ella! Tú ves a personajes como Flavio Friatore, el de Fórmula 1, con chavalas que tienen 30 años menos que él y todo el mundo dice: “¡Qué suerte tiene!”. Y ves a Ana Obregón con hombres más jóvenes que ella y dices: “¿Pero esta qué se creerá? Seguro que les ha pagado”. No señor, olé sus narices. Necesitamos el mismo rasero para todo el mundo y tenemos que acabar con esa moralidad absurda y poner encima de la mesa lo que ya hizo, de alguna manera, E.L. James con su trilogía de Las sombras de Grey, donde tuvo la osadía de hablar de la sexualidad femenina. Zoe decide darse una alegría y es lícito y en absoluto condenable. Aunque ella misma se pregunte qué es lo que ha hecho, porque ha sido educada en una sociedad bastante conservadora sobre todo de cara a las mujeres. Pero dice: “Que me quiten lo bailao”. Y tira para delante.

Es muy interesante que, en esta ocasión, sea ella, una mujer, quien tire de las riendas y el personaje que más evoluciona. Sobre todo, teniendo en cuenta el género de este libro.

-Ahora la mujer empieza a tener más peso dentro del género negro, pero siempre ha sido femme fatale, prostituta o cadáver. No había papeles para las mujeres más allá, salvo el de la secretaria que le llevara el whisky al detective de turno. Donna Leon todavía escribe novelas en las que el comisario Brunetti tiene una estupendísima secretaria que es muy eficaz pero no va más allá. La vida no es así. Y me parecía lógico reflejar que las mujeres no son solo eso. Y hacerlo en primera persona me ha permitido que el lector empatice más con ella; tanto las lectores como los lectores hombres. Espero haber conseguido que ellos también se pongan en la piel de Zoe Bennett y entiendan sus razones y sus motivos.

La pesadilla de esta protagonista comienza justo cuando decide divertirse. Pero, aun así, ella misma reconoce que hasta entonces se había limitado a sobrevivir y que ahora, por fin, estaba viviendo.

-Esto es algo que creo que nos ha pasado a todo el mundo. En mi caso fue descubrir la literatura. Yo soy periodista y para mí el periodismo siempre ha sido el motor de mi vida. Pero llegó un momento en el que era una funcionaria del periodismo. Y yo solía escribir y un día me dijeron que me iban a publicar una novela. Entonces me pregunté qué había sido de mi vida hasta ahora. Solamente cuando haces clack te das cuenta de lo que habías hecho hasta el momento. Mucha gente, cuando es consciente de lo que está haciendo con su vida se deprime, piensa que no tiene otra puerta que cruzar. Zoe la cruza un poco por las bravas. Pero es que tiene que ser así porque solo vivimos una vez. Día que pasa no vuelve. No es un mantra para hacer locuras, pero es una frase que me recuerda que cada día debe servir para algo. Si no aprovechas la vida, solo sobrevives.

El libro es una constante cuenta atrás. El prólogo ya dice al lector que algo va a pasar, pero no sabe ni cuándo ni cómo.

-El prólogo es casi el final de la novela. Era arriesgado, sí, pero no quería empezar la novela con el encuentro amoroso entre Zoe y Noah porque podía dar lugar a equívoco. Esto no es una novela romántica.

Hay un cambio fundamental en Una bala con mi nombre respecto a anteriores trabajos que, seguro, llamará la atención a sus lectores habituales: el escenario, que pasa de Navarra a Boston.

-Cambia mucho. Pero el motivo por el que se desarrolla en Boston es tan profundo como el hecho de que soy una gran fan de Aerosmith (ríe). Me chifla Aerosmith desde que puedo recordar. Tiene una canción titulada Dream On, que sería “persigue tu sueño”. Es decir, sueña y trabaja por ello, pero no te limites a soñar. Esto sí que es un mantra. Aparte de esto, si te das cuenta, Massachusetts se parece muchísimo a Navarra. Es una zona muy boscosa, húmeda, de localidades de mediano tamaño sin grandes urbes y con unas costumbres muy arraigadas y traídas de Europa. Pero es que además, fíjate cómo son las casualidades, el otro día me dijeron que Pamplona y Boston están en la misma latitud exacta en el mapa. ¡Y esto es una casualidad cósmica! Me pareció fantástico. No me ha costado mucho situarme en Boston, a lo mejor es por su relativo parecido con Pamplona.

¿Cómo ha sido la parte de documentación? Porque todos los escenarios que aparecen son reales.

-Existen todos. ¡San Google Street! Lo voy a beatificar. Me he recorrido de todo. Consulté hasta los horarios del Acuario, sus espectáculos... Porque a ver si voy a poner que hay delfines y no los hay. También he visto de qué color son las luces de la policía de los Estados Unidos, que no son naranjas ni azules, sino rojas y azules. Hay que documentarse mucho en estas cosas y ha sido muy entretenido. Existen el pub donde se reúnen los protagonistas, el Museo de Bellas Artes, el jardín japonés, el edificio donde vive Zoe Bennett y el aparcamiento vallado... Esto es una tontería en la ficción, pero ahí es donde soy periodista. No puedo evitar documentarme, informarme y ser lo más verosímil con la realidad. Ha sido muy divertido.

Por el bien de algún personaje que sale, espero que no fuera real...

-No, ¡pobres! (ríe).

Hemos hablado mucho de Zoe pero no tanto de Noah, su compañero en esta aventura. ¿Qué puede decir de él?

-Noah es un vividor. Es el típico pícaro de todas las novelas que en la historia de la literatura ha habido. Trapichea para salir adelante y se dedica a perseguir el sueño americano, que yo creo que es la mayor estafa que ha habido. Él quiere eso y le da igual todo lo demás, y utiliza a Zoe para conseguir sus objetivos. Personajes como él hay muchos, por desgracia. Lo que tiene esta novela en cuanto a los personajes es que te hace ver que una persona que es buena no lo es siempre pero los malos tampoco lo son siempre. Los personajes no son blancos o negros. Y es como somos las personas en general.

Los malos no son siempre tan malos, pero es que empatizar con Noah a veces es complicado...

-Yo también le tenía manía (ríe). A mí me gusta mucho Zoe, estoy encantada con ese personaje. Como cuando sale de la ducha y dice que prefiere mirarse al espejo cuando este está empañado para no ver cómo ha pasado el tiempo en ella. Yo, como no me veo a mí misma, tengo una imagen mucho más amable de la que luego veo en el espejo. Y eso nos pasa a todos. Ella tiene una visión más benévola de ella misma. Pero cómo se va volviendo más dura y va aprendiendo y respondiendo y decide no meter la cabeza en la tierra como un avestruz y tirar para delante... Es maravilloso. Sabe que igual muere, pero decide no huir. Y es lo que hemos dicho antes: tú eliges, sobrevivir o vivir.