El pasado viernes pudimos disfrutar de dos jóvenes talentos surgidos en nuestra ciudad. Fue en La Carbonera, otro de esos lugares que siguen programando actuaciones y difundiendo cultura sin descanso (lancémosles desde aquí nuestro agradecimiento por ello). Y por allí pasaron Maialen Gurbindo y Andrea Santiago, dos nombres muy a tener en cuenta.

La primera en actuar fue Maialen, o lo que es lo mismo, La Chica Sobresalto. Salió sin capa ni traje de heroína, pero con todos sus superpoderes intactos, especialmente su voz, tan maravillosa como siempre. Se mostró agradecida con Andrea por haberla invitado en esa, su gran noche. Con una simple guitarra acústica, sin el apoyo de la (gran) banda con la que la habíamos visto en otras ocasiones, sus canciones sonaron más desnudas e hirientes, como esa en la que dice que cada vez escribe menos y vive más (Menosperdida), o aquella otra en la que afirma que algunas existencias son auténticas revoluciones en sí mismas (Navegantes). Canciones con mucha carga de profundidad y dosis letales de emotividad, letras con historia que ganan en las distancias cortas. Añadan a estos ingredientes la ya conocida simpatía naive de la artista y tendrán la receta de un manjar exquisito. Si quieren degustarlo, no se limiten a leer estas líneas; busquen sus canciones, compren su disco, acudan a sus conciertos. Avisados están.

Llegó el turno de la protagonista de la noche, Andrea Santiago, que presentaba su primer epé, He dejado de buscar tu casa. La habíamos visto hace unos meses abriendo para Vega en el Subsuelo, y nos causó tan grata impresión que no quisimos perdernos en la puesta de largo de su debut. En La Carbonera subió sola al escenario y comenzó con Hasta el agua. A media canción aparecieron sobre las tablas el bajista, el batería y Maialen, que le hizo los coros. En los escasos tres minutos que duró ese primer tema, Andrea mostró algunas de sus mejores armas: la fragilidad de una voz cercana que, escuchada así, a quemarropa, estremece. Pero también el contraste con una contundencia bien administrada, sin estridencias pero con empaque.

En esa dualidad, hubo un tramo más recogido, con Andrea sola desgranando su historia musical. Lo repasó todo, desde su prehistoria (con Universo, compuesta en uno de sus primeros grupos cuando solo tenía quince años), hasta su historia más rabiosamente contemporánea (con Rosas, escrita hace, literalmente, cuatro días). Y en medio, un preciso ramillete de canciones, algunas recogidas en el epé, otras esparcidas por las redes, listas para quien las quiera pescar (y escuchar, claro), y también una versión (Tierra, de Xoel López). Pese a la distancia temporal que las separa, hay un hilo invisible que las une, una manera de escribir y mostrarse al mundo muy particular. Esperemos que el concierto de La Carbonera sea el arranque de una carrera sólida. De momento, ya tiene fecha de presentación en la mítica sala Costello de Madrid.