Recuerda con cariño los tiempos en que, de niño, se colaba en casas y fábricas abandonadas -“entonces sí era fácil acceder a ellas”, dice- y jugaba entre vestigios de vidas pasadas. Y siente que hay una relación entre la emoción que sentía aquel niño y la que invade hoy al pintor adulto, que se adentra en espacios deshabitados para jugar de otra manera luego en sus lienzos. Con una cacerola en la encimera, unos platos ajados, un enchufe con su cable pegado a la pared, un candelabro o una ventana entreabierta.

Esos motivos y otros tantos siguen atrayendo a José Ignacio Agorreta (Pamplona, 1963), despertando su fascinación y activando su capacidad pictórica en cada aventura que supone la visita a una estancia abandonada. Quizá porque en esos espacios y objetos cotidianos, ya en desuso, está el tiempo; está la huella humana; la vida.

El pintor, que no exponía desde la retrospectiva que acogió el Pabellón de Mixtos de Ciudadela en julio de 2017, muestra estos días en su estudio de Barañáin una selección del trabajo de sus dos últimos años a través de una veintena de obras. “Un tiempo prudencial para enseñar lo que vas haciendo”, dice. Dos años que suponen una continuidad en su trabajo, que nace de “impulsos emocionales”, aunque con ciertas variantes: una mayor luminosidad y la apertura al exterior de algunos espacios pintados (puertas o ventanas entreabiertas que dejan intuir una naturaleza salvaje). Cambios que el propio Agorreta en este momento no alcanza a explicarse. “Luego, cuando pasa el tiempo suelo darme cuenta de que este tipo de cosas novedosas, como este mirar hacia afuera, coinciden con algún cambio vital”, reconoce. “Puede que se esté abriendo un campo nuevo pero lo desconozco, porque me muevo por impulsos. Ahora mismo solo sé que esto que se ve en los cuadros me ha llamado la atención y lo he pintado”, añade.

Otra novedad, la gran novedad en este momento creativo, es la experimentación con un nuevo soporte: la fotografía. Por primera vez, Agorreta interviene en imágenes tomadas de estancias y objetos abandonados tal y como lleva haciéndolo desde hace años en los lienzos, con pintura al óleo y papeles de periódico -y otros materiales como cinta de embalar, que coloca sobre lo manchado y luego retira-, logrando un resultado igual de sugerente pero con nuevos matices. “En mi obra siempre hay un equilibrio entre la parte emocional y la parte expresiva, y así como en los cuadros creo que gana la parte emocional, intimista, en las fotos sin embargo tengo la sensación de que es la parte expresiva la que predomina. A pesar de que los temas y el tratamiento sean los mismos...”, destaca de estas nuevas obras, de las que puede verse ahora un adelanto en su estudio.

cambios de mirada Empezó pintando interiores abandonados, para enfocarse luego en objetos que encontraba en esas estancias. Objetos pegados a la pared, y, progresivamente, alejados ya de esos muros. Y en ellos sigue posando y reposando su mirada de artista, que conserva algo de la mirada del niño que fue. “Cuando tengo la suerte de acceder, antes de que la cierren y tapien del todo, a una estancia abandonada, me dejo llevar por la emoción que siento allí, que tiene mucho que ver, creo, con recuerdos infantiles. De pequeño me encantaba acceder a las casas y fábricas abandonadas, recuerdo esas imágenes tan sugerentes que no sabía adónde me llevaban, y supongo que ahora estoy reproduciendo esas emociones con todo el bagaje vital que tengo detrás”, reflexiona el pintor.

Su paleta de color sigue sustentándose en tres tonos clave -tierra siena, gris payne y blanco-, aunque ahora cobra más luminosidad; y el artista introduce como novedad algún amarillo, verde, rojo o azul. Pequeñas revoluciones que le suceden sin ser planeadas. “Son pequeños detalles, pero tengo la sensación de que algo está pasando para que introduzca los verdes y esa luz”, dice José Ignacio Agorreta, que expondrá a finales de octubre en el Palacio Aramburu de Tolosa, donde mostrará unas 50 obras entre pinturas y fotografías intervenidas pictóricamente en gran formato.

Tiene muy claro que, pintando, necesita “esa tensión y esa incertidumbre ante la novedad” de lo que no controla. “Más que el resultado, lo importante para mí es el proceso de pintar, todo lo que va ocurriendo mientras estoy trabajando. Esa emoción del comienzo suele sacar lo mejor de mí”, asegura.