A modo de cierta recuperación sonora de esos maravillosos instrumentos, los órganos de tubos, con sus fachadas impresionantes, que pueblan algunas de nuestras iglesias, y que están deteriorados y en desuso; el ciclo de órgano en Navarra -que está teniendo un éxito de público importante-, ha organizado en la hermosa iglesia de San Miguel de Cárcar, que corona el pueblo y lo adorna con un exacerbado barroco y dos retablos romanistas bellísimos, un concierto de toma de conciencia, -o sea reivindicativo-, para recordar que, el templo, posee un órgano de tubos que fue magnífico, que, como atestiguan los mayores del pueblo, tenía una trompetería horizontal de tres pisos, y cuyo sonido, llenaba el espacio con una solemnidad inigualable. Todos somos conscientes de que el esfuerzo para poner en marcha un proyecto de restauración es mayúsculo, dados los tiempos que corren y sus prioridades; pero, hay patrimonios que, quizás a corto plazo, no parecen necesarios, pero, que, sin embargo, como se ha demostrado con restauraciones arquitectónicas, luego aportan otras riquezas. Todo esto estuvo muy bien explicado por el organizador de estas jornadas, el organista J.L. Echechipía, en charla previa al concierto que nos ocupa.

Y al socorro de esas sonoridades perdidas, vinieron dos jóvenes músicos, el organista Iñigo Morentin y el oboísta Anai Telletxea, todavía en periodo de formación, -(un músico se está formando siempre)-; y un organero -Sergio del Campo-, que aportó un estupendo órgano positivo - que se posa, o sea portátil- con un muy completo juego de registros, y una sonoridad francamente grande y hermosa, que llenaba el lugar, ampliado su sonido, sin duda, por esa concha barroca del presbiterio y la buena acústica de la iglesia.

Un dúo muy bien avenido, el del órgano y el oboe. Con sonoridad muy a la par, sin que se invadiera el sonido del oboe por el del órgano. En este sentido, Anai Telletxea, mostró, en todo momento, un fraseo largo y tenido, demostrando, a su vez, un fiato de buena técnica, y una homogeneidad en la dosificación de aire, admirable; como muestra, las zarabandas que cerraban el programa, o el lirismo de la propina. Iñigo Morentin, se defendió con partituras tan comprometidas como los tientos de Bruna y Arauxo, o la Batalla de Ximénez; adornando con trinos, y sacando algunos registros muy bellos, como esos flautados, cuyo soplido resulta tan humano. El comienzo, a dúo, del concierto, con la sonata pastorela de Fray Manuel Espona, fue una delicia, con el registro de pájaros en el órgano, y el oboe cantarín. Es verdad que estos, aún un poco bisoños, músicos deben adquirir tablas, tanto en la profundización y variedad de la registración, por parte del organista; como en comportamiento escénico -(es mejor salir del escenario al acabar, y no ponerse a recoger las partituras)-, pero, el criterio musical, la técnica, el gusto por estas músicas, son admirables. Para músicos así, hay que mantener en condiciones los órganos de tubos.