pamplona - Francisco Javier Irazoki (Lesaka, 1954) regresa con El contador de gotas (Hiperión), un libro con el que cierra el ciclo que inició con Los hombres intermitentes y siguió con Orquesta de desaparecidos. Con estos tres volúmenes de poesía en prosa da por concluida una etapa y ya trabaja en un nuevo proyecto en el que a sus palabras podrían sumarse la música y las imágenes.

La evocación poética de la familia, y de la infancia, los paisajes de momentos decisivos de su vida y el homenaje a personas, cercanas o lejanas, que le han inspirado aun sin saberlo, habitan en este libro a través de poemas de distinta extensión que transmiten emociones de manera clara. Empatía, gratitud, compasión, perdón, amor, piedad o solidaridad son algunas de las que gotean estas páginas.

Dos aforismos abren y cierran este trabajo. Los dos de escritores navarros. “Sin compasión no hay cordura”, de Ramón Eder, es el primero. “Esa frase me ha impresionando siempre, es certera, un gol por toda la escuadra”, cuenta. “Morir fuera del himno”, de Ramón Andrés, es el segundo. “Me siento identificado completamente con ese aforismo porque no soy un hombre de tribu, puedo convivir con todo el mundo, pero me reservo siempre la soledad. No me gusta corear consignas ni imitar al otro; aunque me equivoque, voy con mi pequeño criterio. Los himnos no son para mí”, añade Irazoki, alérgico a la sumisión y “profundamente triste” ante lo que sucede estos días en Cataluña y en España. “Veo una falta enorme de serenidad y sin esta, el debate es imposible. Cualquier palabra es una herida, no hay sosiego, no sé qué ha pasado; Cataluña es un país hermosísimo, de una gran riqueza cultural y con personas con muchísimo talento, pero políticamente no sé qué ha pasado”.

Considera que “encerrar” la poesía con grilletes de métrica y rima “es tener una visión reducida” del género. “Yo he tenido claro eso desde el principio, desde que empecé a escribir en la adolescencia, siempre estuve abierto”, señala, y se sorprende de que los poemas en prosa aun llamen la atención en España, donde hay ejemplos como el de Juan Ramón Jiménez y Espacio. El lesakarra reside en París desde hace casi tres décadas -de hecho ya tiene la nacionalidad francesa-, “y allí esta forma no sorprende”. “En el siglo XIX, Lautréamont escribió Los cantos de Maldoror y eso supuso dar un puntapié a todos los tópicos”. Precisamente, Irazoki dedica en este libro un texto al autor galo bajo el título de Enemigo admirado. “Él tenía esa visión absolutamente negra de la existencia y mi mirada es completamente opuesta”, no en vano en estos y en otros de sus trabajos comprobamos cómo, pese a los dolores de la vida, el camino del navarro es luminoso, entusiasta, agradecido y “feliz contra todo”.

bajo la superficie Hay críticos y periodistas que rastrean el surrealismo que practicó en el pasado en su uso de ciertas metáforas e imágenes en algunos poemas, pero el autor se rebela. “Creo que existe una visión muy reductora de la realidad, como si solo fuera la espuma de las cosas. La realidad tiene dentro muchos habitantes, habitaciones y conexiones raras que no se ven en la superficie. Yo me considero realista porque meto la cabeza bajo la realidad aparente y buceo ahí modestamente”, afirma, y reconoce que el surrealismo “nunca me dejó satisfecho”. “Yo busco algo más directamente humano no una fantasía mecánica”, aclara.

El contador de gotas es su “tercer y último libro de poemas en prosa”. “Cuando escribí Los hombres intermitentes sentí que iba a necesitar tres volúmenes para decir mi pequeño mundo”. En ese universo su familia, de origen campesino, juega un papel excepcional; el abuelo, el padre, el tío, la hermana... “Tuve una suerte enorme de contar con esas personas, no tenían ninguna relación con los libros, pero me instruyeron muchísimo y me acompañan siempre como guías para estar en el mundo”. Su hermana, que murió a los 25 años, “es muy importante en mi biografía”. “No sé por qué me iba dando libros muy bien seleccionados, la poesía completa de Cernuda, los cuentos de Borges; creo que me descifró y sabía qué me convenía para nutrirme. Cuando lo recuerdo me impresiona mucho, no fallaba nunca”. En este poemario tiene otra hermana, en este caso “distante”, que es Emily Dickinson, “de la que me siento muy cerca”. Y de su vida en Lesaka también rescata algunos episodios no tan felices, como el descubrimiento del racismo que sus vecinos -aunque se incluye usando el plural “por honradez”- hacia los vecinos del barrio Jaén, que llegaron a ganarse la vida en Laminaciones, o hacia los gitanos. “Venían huyendo de la pobreza para crear nuestra riqueza”, lamenta.

Y hay presencias personales con un gran peso en el poemario, caso de Maite Pagazaurtundua, a cuya “calidad humana deslumbrante” dedica un poema. “Es una mujer que me impresiona, no hay nada de odio en ella; es todo ética”, apunta Irazoki, nunca tibio con los crímenes de ETA. “Si te dedicas a escribir, tienes la obligación. Hay momentos en que tienes que dar el paso. Olvidarlo sería elegir una fragilidad moral, hay que responder, y todo eso todavía no ha recibido la respuesta adecuada. Si no colmamos ese vacío con las palabras, toda la riqueza que consiga esta tierra estará hueca”, defiende.

El libro. El contador de gotas.

Autor. Francisco Javier Irazoki.

Editorial. Hiperión.

Extensión. 120 páginas.

Precio. 15 euros.

Presentación en Estella/Lizarra. Irazoki presentará El contador de gotas esta tarde, a partir de las 19.00 horas, en la Biblioteca Pública de Estella/Lizarra.

Otros libros. Cielos segados (Universidad del País Vasco, 1992) recopiló toda su poesía hasta 1990. Ha publicado en Hiperión los libros Los hombres intermitentes (2006), La nota rota (2009), semblanzas de músicos de épocas variadas; Retrato de un hilo (2013), Orquesta de desaparecidos (2015) y Ciento noventa espejos (2017).