Se cumplen este lunes cien años del nacimiento de una de las figuras más reseñables del arte vasco: Néstor Basterretxea. La suya es una figura inabarcable, tanto por la dimensión de su excelsa y extensa obra como por su carácter polifacético, puesto que abordó a lo largo de su carrera múltiples disciplinas artísticas. Inmenso es su legado escultórico, con seguridad el campo en el que más destacó este bermeano universal, que nos dejó hace cerca de diez años. Pero también resultan fundamentales sus aportaciones en el ámbito de la pintura, el cine o incluso el diseño industrial, donde reflejó su espíritu inquieto e innovador.

Néstor Basterretxea nació el 6 de mayo de 1924 en Bermeo, en un hogar de marcado acento nacionalista. Su padre fue Francisco Basterretxea, quien llegó a ser diputado en las Cortes por el PNV. La Guerra Civil empujó a la familia al exilio en Francia para acabar asentándose después en Argentina. Allí floreció su vena artística y se inició en el dibujo publicitario. En aquel país conoció a otra personalidad clave para entender el arte vasco y que marcaría su destino: Jorge Oteiza. Este le animó a participar en el concurso de pintura para la basílica de Arantzazu. Lo ganó y aquello, que supondría uno de sus mayores y más polémicos hitos, le trajo de vuelta a Euskadi en 1952.

Tras unos años de intensa actividad pictórica en la que funda, entre otros colectivos artísticos, el Equipo 57, con la llegada de los 60 Basterretxea enfoca su labor hacia al escultura vanguardista. Por esa vía se integra en el mítico grupo Gaur junto al propio Oteiza, Eduardo Chillida o Remigio Mendiburu, entre otros. En esa década tan fructífera y transgresora en todo el espectro creativo, el artista vizcaino, fiel a su espíritu comprometido, otorga un protagonismo creciente en su obra a la cultura vasca en una época en la que no resultaba sencillo, atreviéndose con otras disciplinas como el cine. En los 70, años convulsos en lo político y social, Basterretxea da una vuelta de tuerca a esa implicación, dejando su huella en carteles y pegatinas convertidas con el tiempo en iconos de aquella época. También retoma su pasión juvenil por la arquitectura para participar en varios proyectos, muchos de los cuales se quedaron en grado de tentativa, junto a su hermano menor Ander, arquitecto de profesión.

Los 80 traen una explosión de la obra pública, en la que se vuelca el genio bermeotarra. Esculturas emblemáticas que pueblan plazas y espacios verdes de numerosos municipios vascos, pero que también se encuentran en otras partes del Estado español o incluso del continente americano. La edad no frenó su inagotable capacidad creadora. Esta, en los 90 y con la entrada del siglo XXI se extiende al campo literario, con la publicación, entre otros escritos, del relato autobiográfico Crónica errante y una miscelánea en 2006, ocho años antes de su fallecimiento, el 12 de julio de 2014, a los 90 años en Hondarribia.

“Era un artista prolífico, multidisciplinar y generoso. Una persona con una imaginación desbordante, que continuamente necesitaba estar alimentando, su creatividad”, resalta de él Peio Aguirre, crítico de arte que ejeció de comisario en la exposición retrospectiva sobre la obra de Basterretxea expuesta en el Museo de Bellas de Bilbao en 2013. “Una cosa es lo que construyó, pero los proyectos no realizados posiblemente superen en cantidad a los ejecutados”, añade para describir su capacidad creadora. “No era ni tan metódico como Chillida ni tan analítico o téorico como Oteiza. Néstor era un autor muy pasional, sensible e intuitivo. Eso hizo que estuviera trabajando prácticamente hasta la víspera de fallecer”, explica. Y quizás por ello, conectó más con el ciudadano de a pie poco asiduo a museos y galerías: “Trabajó por la socialización del arte, por actualizar la cultura vasca, buscando ese vínculo ente nuestras raíces y la modernidad y por transformar la sociedad a través de elementos de lo cotidiano. Es un artista muy popular puesto que su trabajo se reflejó en los medios de reproducción de masas: carteles, logotipos o serigrafías y litografías que podían adquirirse a precios baratos y así cualquiera podía tener, por muy poco dinero, una obra de Basterretxea en casa”.

ESCULTURA: esencia bidemensional

Tras iniciarse en los 60 en la escultura de vanguardia junto a figuras de la talla de Oteiza y Chillida, Basterretxea presenta en 1973 en el Museo de Bellas Artes de Bilbao su renombrada Serie Cosmogónica Vasca. Se trata de un conjunto de 18 esculturas, 17 de madera de roble y una de bronce, basadas en personajes mitológicos, fuerzas de la naturaleza y objetos tradicionales.

Con todo, el legado más reconocible del bermeotarra se halla en su obra pública. Izaro, la escultura que preside el Parlamento Vasco desde 1983, es un claro ejemplo. Representa un árbol con siete ramas, en un guiño a los siete territorios de Euskal Herria.

Del mismo modo icónica y con un marcada connotación política es la Paloma de la Paz, de 1998, que tras un par de mudanzas mira al mar desde 2015 en el paseo de Sagüés. También en Gipuzkoa, pero en el interior, se halla la escultura más grande realizada por Basterretxea: Urbide, el conjunto monumental que preside la presa de Arriaran (Beasain), construido en hormigón, que alcanza los 24 metros de altura y que llevó dos años de trabajo.

Lógicamente, Basterretxea está muy presente en Bizkaia. Bermeo, el pueblo que le vio nacer hace un siglo, exhibe con orgullo varias obras suyas, entre ellas la que conmemora la batalla naval de Matxitxako durante la Guerra Civil (2007). También tienen carácter de tributo piezas como Memoria Viva (2006), que recuerda en el bilbaino parque de Doña Casilda a los hombres y mujeres que en el franquismo lucharon por la libertad y la democracia o Lurraren alde (2013), un recuerdo en La Arboleda a los mineros que trabajaron en las entrañas de aquellos parajes.

Basterretxea también ha dejado su impronta al otro lado del Atlántico, aunque siempre con un vínculo a su tierra. Así, en 1989 se inauguró el Momumento Nacional al Pastor Vasco en Reno (Nevada). Y en Buenos Aires, la capital del país que le acogió en su juventud, se erige su obra Los Vascos a la Argentina (1997).

Néstor antes que escultor era pintor y antes dibujante. Esa es la secuencia”, destaca Aguirre. Por ese motivo, “un rasgo de su escultura es que es esencialmente bidimensional. A diferencia de Oteiza o Chillida, no es un escultor que trabajaba el espacio. Trabajaba el signo y de él, introduciendo algún elemento metafórico, pasaba al símbolo”. Ese origen como dibujante también se proyecta en su método de elaboración: “Nunca tallaba con las manos. Hacía un boceto detallado como si fuera una partitura y lo trasladaba a un artesano o a una fábrica para su ejecución, si bien él dirigía ese proceso”.

PINTURA: la cripta de arantzazu

En el terreno pictórico, la indiscutible obra cumbre de Basterretxea son los Murales de la Cripta de la Basílica de Arantzazu. Nada queda, salvo algunos bocetos, de la versión original de los años 50, “censurada por el Vaticano, porque no se atenía a lo que se consideraba arte religioso de la época y borrada por los propios franciscanos”, como recuerda Aguirre. “Aquel primer proyecto era muy expresionista y tenebrista. En él introdujo lo que había mamado en su juventud de los muralistas mexicanos como Orozco, Siqueiros y Diego Rivera”, dice. Tres décadas después, en 1983, se le encarga acabar la tarea. “Ya no era el mismo artista, decidió abordar un proyecto completamente nuevo de cero, con una mezcla de figuración y abstracción”. A juicio de Aguirre, este conjunto de murales “es impresionante, una de las cinco principales obras de Basterretxea, cuya faceta como pintor no se valora en su justa medida”.

DISEÑO: socializar el arte

“Basterretxea fue un pionero absoluto del diseño industrial vasco”, enfatiza Peio Aguirre, quien junto a Pedro Feduchi y Pedro Reula es el comisario de la exposición Néstor Basterretxea. Diseño y arquitectura que hasta el próximo 26 de mayo se puede visitar el Museo de Bellas Artes de Bilbao. En ella se repasa la labor que desarrolló en proyectos empresariales que llevaban su firma, como la tienda de decoración Espiral, ubicada en Donostia, y en la fábrica Biok de Irun, “la más importante de mobiliario de Euskadi y una de las más importantes a nivel nacional”. De allí salió la silla Kurpilla, en la que “conjuga el confort y el utilitarismo con un sentido escultórico, creando un mueble icónico y con carácter”.

El artista bermeano también se prodigó en el diseño gráfico. Trabajos como los que elaboró para la campaña Bai Euskarari, para apoyar el ‘bai’ en el referendum sobre el Estatuto de Gernika o para el Alderdi Eguna del PNV del 78 se exhibieron en miles de pegatines y carteles que son ya retratos históricos de una etapa de gran agitación política. Izaro, la escultura del Parlamento Vasco, se convirtió también en un reconocible logotipo. “En Basterretxea hay una correlación entre disciplinas. El elemento gráfico puede convertirse en escultura y esta en un logotipo”, explica Aguirre.

CINE: ama lur, obra pionera

Fueron pocos los trabajos que realizó Basterretxea como cineasta, pero su carácter innovador le hizo pasar a la historia como un pionero al ser codirector, junto a Fernando Larruquert, de Ama Lur (1968). Este largometraje, que sufrió el azote de la censura franquista hasta su estreno, puso los cimientos de lo que más tarde sería el cine vasco. “Es un obra que marcó una época, un canto a la resistencia”, apunta Aguirre, quien no quiere pasar por alto los cortometajes anteriormente dirigidos por Basterretxea: Operación H, en solitario, y Pelotari y Alquézar, retablo de pasión, estos dos últimos junto a Larruquert, con quien fundaría Frontera Films, la primera productora cinematográfica vasca. “Cada uno de ellos tiene una dimension artística impresionante, para nada son trabajos menores”, asevera Aguirre.