Lydia Anoz es una de esas artistas sobre las que la historia del arte, de la fotografía en este caso, no puso el foco, quizá por ser mujer, quizá por la coherencia que cultivó y que la mantuvo alejada de modas del momento. Una creadora original, valiente, inconfundible en su creatividad, que ha sido injustamente invisibilizada y cuya figura y legado recupera y redescubre ahora el Museo de Navarra en un proyecto expositivo que incluye dos muestras.

La primera, dedicada a los trabajos realizados por Lydia Anoz (1925-2017) entre 1947 y 1956, ya se pudo visitar, y ahora se presenta la segunda, continuación de aquella. Bajo el título -que alude a versos de Antonio Machado- Hacia la luz y hacia la vida, esta nueva exposición, visitable en la sala 4.2 del museo (4ª planta) hasta el 11 de octubre de 2010, recorre las décadas de 1970 y 1980 de la fotógrafa pamplonesa. Cerca de una veintena de imágenes en blanco y negro donadas por la familia de la artista se enriquecen con una exhibición de material fotográfico, hojas de contacto, notas de trabajo y otros manuscritos que reflejan la dedicación de Lydia Anoz a la fotografía. Un arte que ella concibió como una manera de trascender la realidad y en el que, en palabras de la comisaria de la exposición, Celia Martín Larumbe, fue “una creadora inconfundible”.

“Lydia Anoz es una artista con una voz creativa absolutamente original. Es completísima desde el punto de vista técnico, pero sobre todo es coherente, muy personal y totalmente inconfundible. Sus imágenes no se pueden confundir con las de ningún otro artista fotográfico, y a pesar de ello están muy bien imbricadas en el contexto iconográfico y artístico de su periodo”, explica Celia Martín Larumbe sobre la fotógrafa navarra, cuya trayectoria arrancó en los años 40 y se cerró en los 80, “es decir, a través de su figura se puede hacer perfectamente una reconstrucción de la evolución de la fotografía artística española y europea de su generación”, apunta la comisaria.

El periodo que abarca la exposición se corresponde con el momento en que Lydia Anoz retomó la fotografía artística, tras un tiempo de abandono por motivos personales. “Cuando parecía que ya estaba todo hecho y dicho, con cuarenta y tantos años, ella siente que tiene cosas que decir y se lanza a hacerlo”, destaca Celia Martín Larumbe. Así, en los años 70 la fotógrafa navarra retomó su bagaje técnico, su talento natural para el trabajo en el estudio y su capacidad creativa para sumergirse en una nueva etapa, en consonancia con su actitud y carácter independiente y activo. Asumió los valores plásticos característicos del estilo fotográfico de la época como una propuesta atractiva, sin perder un ápice de su personalidad, manejando fluidamente los nuevos códigos. “Rompió con la manera de trabajar que había tenido en los años 50 y dio el salto a una nueva manera de crear completamente contemporánea, marcada por la ruptura que hizo la generación de los neodadaístas, los neosurrealistas, que vieron en la fotografía la posibilidad de romper con los códigos iconográficos y simbólicos de la generación anterior del franquismo”, explica Martín Larumbe.

pura creación estética

Su territorio de libertad

Lydia Anoz, de cuya mano aprendió la siguiente generación de fotógrafos navarros, entre ellos Koldo Chamorro y Carlos Cánovas, no tuvo ningún miedo a a arriesgarse, a probar cualquier cosa. “Estaba enganchada a la cocina, al laboratorio. La experimentación técnica era para ella esencial, y siempre daba una vuelta a lo aprendido”, afirma la comisaria de la muestra, quien destaca ante todo el hecho de que “en unos momentos política y sociológicamente muy potentes, como son los años 40 y 70, en que una gran parte de la comunidad artística habla con su obra de cuestiones que no son estrictamente creativas o estéticas, Lydia opta por algo mucho más radical: la creación estética pura y dura”. A ella le interesa “generar imágenes plásticas independientes del mundo que permitan una conexión sensorial y emocional sin tener en cuenta, por ejemplo, elementos como la fotografía de reportaje de carácter social que es la que se hacía en los 40 y 50 en España, o la fotografía de simbolismo iconográfico y político de ruptura en los años 70. Ella se mantuvo muy independiente, prefirió trabajar en la creación estética, buscando trascender el mundo hostil y duro que a no le gustaba a través de la belleza, un universal que le permitía la conexión entre personas, esa comunicación que es lo que le interesaba en el arte”.

Así, Lydia Anoz se mantuvo libre de modas, cultivando géneros, técnicas y composiciones que en ese momento no se hacían; buscando siempre espacios creativos independientes, sin ataduras. Por ejemplo, recuperó y puso en valor en los 70 la técnica de la solarización (inversión de tonos) aprendida en los años 30; la utilización de tramas, que se había hecho muchísimo en los años 40; o los juegos de trampantojo “para generar una especie de extrañamiento en las imágenes a través de composiciones artificiosas. Porque ella no quería copiar la realidad, quería trascenderla”.

En su “ingente” fondo fotográfico se encuentran desde imágenes de la toma de posesión de Carlos Garaikoetxea en Ajuria Enea o de reuniones para el amejoramiento del fuero en Olite, con los prohombres de la Transisión inmortalizados por su objetivo, hasta el documento de la primera visita a Navarra de los ballets de la antigua Unión Soviética, pasando por evocadores retratos y paisajes de belleza misteriosa que puede contemplarse ahora en el Museo de Navarra.

“Fue una fotógrafa potente y valiosa que manejó todos los códigos con absoluta plasticidad”, destaca Celia Martín Larumbe, quien considera su falta de reconocimiento un error más de “una Historia del Arte moldeada por filtros, jerarquías y cánones injustos que hacen que veamos las cosas desde una única perspectiva, cuando hay muchas posibles”.