Evaristo es la polla. Ni él, al frente de su recuperada La Polla Records (LPR) ni El Drogas, que ofició de telonero con un sonido infinitamente mejor y un repertorio centrado en Barricada, dieron tregua en el primero de sus conciertos vascos en el BEC. Con un sonido embarullado y muy mejorable, los de Agurain tocaron a toda hostia cuarenta canciones, andanadas de punk dirigidas al poder, la judicatura, el capitalismo, la religión y los medios de comunicación que fueron coreadas desde el primero al último verso. ¡Ni descanso, ni paz!

Tras el segundo bolo vasco de la gira de reunificación, 34.000 personas bailaron, corearon y saltaron con Evaristo y los suyos. Los más jóvenes, frente al escenario, y los cuarentones y cincuentones, en las gradas. Eso sí, todos de pie desde el arranque de Salve, el inicio de una misa punkarra que vino precedida por el incendio de una cruz en las pantallas de vídeo. La primera a la Iglesia. Sin compasión y en plena frente.

El malestar, la rabia, el hartazgo y las desigualdades fueron el alimento de las canciones de los de Agurain en los 80... y siguen siéndolo en 2019 para una generación joven que les rescató en el 15-M y que solo ve oscuridad cuando mira al frente. “Salve, regina; mater misericordia”, gritó el BEC, como una sola persona, rindiéndose ante el sacerdote Evaristo y a sus soflamas, y divirtiéndose luego también con sus bufonadas.

Pronto se vio que el sonido, infame en el arranque, seguía siendo mejorable cuando Evaristo, en gran forma física y muy activo, cantó aquello de “los maderos cuidan de nuestra seguridad”, con el consiguiente coro masivo: “Tururu”. Y es que la juventud sigue estando lejos de sentirse alegre ante un sistema que no ofrece salidas ni siquiera a los mayores, con la amenaza del final de sus pensiones sobrevolando su existencia como cuervos carroñeros.

A degüello Evaristo, con dos pancartas detrás que requerían el acercamiento y la libertad de los presos políticos, siguió saltando con Los 7 enanitos mientras su botes -con camiseta del Celta que aludía a su origen gallego y publicidad cervecera sin alcohol- encendieron el primer pogo masivo junto al escenario tras concluir Chica ye ye, aquella joven que “se masturbaba con el pie”.

Con un Sumé a la guitarra de aspecto fantasmal y bien reforzado por dos de sus colegas de Gatillazo, el grupo siguió lanzando andanadas con himnos que alternaron la crudeza del rock con la velocidad del punk en cortes hardcore como Tú alucinas, con escasas concesiones ajenas, como al ska en Come mierda. Cayeron hasta cuarenta en casi dos horas. Sin salivazo alguno de la peña, se oyó el “cua, cua, cua” de Lucky man for you; el “políticos estafadores, juegan a vivir de ti”, de Delincuencia; “la paz en la tierra” que sigue a Gol en el campo, o “los cañones del capital” de El congreso de los ratones.

A Evaristo apenas se le entendía. Eso sí, no le importó a nadie. Virtuosismo no estuvo nunca en el diccionario de LPR y la peña se las sabía todas. Y siguieron cayendo himnos, entre la algarabía generalizada. Imposible reseñarlos todos. Europa -esa “vieja y podrida prostituta”- nos acercó al lúgubre presente, a este mundo cabrón que no ha cambiado tanto, mientras la nostalgia, en la raíz misma de la gira, empañó los ojos en fogonazos incendiarios de apenas dos minutos como Txus.

Su protagonista, icono de una generación rabiosa y suicida, provocó tantos pogos como Ellos dicen mierda (“y nosotros, amén”) y No somos nada, con los móviles encendidos y los cimientos del BEC aguantando como podían. En los bises, más de lo mismo, himnos como Carne para la picadora, Toda la puta vida igual, La justicia u Odio a los partidos. Mucho tiempo después, los oídos seguían quejándose con un molesto pitido. Desde el nombre de la gira y la canción homónima estábamos advertidos: ¡Ni descanso, ni paz!

Lección magistral Fue el telonero, pero no lo pareció. El Drogas, un dandi con su chaqueta de traje, pañuelo al cráneo y chaleco rosa, hizo bastante más que calentar el ambiente. Con un sonido tan excelso como su actitud y una audiencia escasa en el arranque, acabó haciendo gritar a toda una multitud de aficionados.

En medio, un repertorio propulsado por los colosales brazos de Brigi a la batería que alternó temas en solitario como Azulejo frío o En punto muerto que no desmerecieron ante los himnos sempiternos de Barricada que rescató a más velocidad: Okupación, En la silla eléctrica, En blanco y negro, Barrio conflictivo, Bahía de Pasaia... Y como guinda, versiones de Frío y de los Zika entre ánimos a Altsasu y a la pelea del pueblo catalán. Un maestro.