Lluís Homar: “Votar a la ultraderecha es como huir a un lugar en el que las cosas son blancas o negras”
Aunque hace mes y medio que está al frente de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, el actor no para de trabajar. Este viernes volverá al Teatro Gayarre de Pamplona con ‘La nieta del señor Linh’
pamplona - Un placer volver a saludarle en este día sorprendente y raro en el que de meses de bloqueo y nuevas elecciones pasamos a tener Gobierno de pronto.
-Bueno, es lo que hay, el país está muy revuelto. Dicen que va a haber un gobierno, pues a ver si es verdad. Nos podíamos haber ahorrado estas elecciones, pero estoy contento con la noticia, sobre todo al ver que se ponen de acuerdo y que el gobierno se pone en marcha, aunque sin perder la sensación de que podía haber sido antes.
En unos días en la que los mensajes de ultraderecha han tenido más éxito de lo que cabría esperar, parece un buen plan ir a ver una obra de teatro que habla sobre la tolerancia.
-Exacto. Sobre todo deberían verla todas esas personas que creen que tenemos que quitarnos de encima a los inmigrantes. Es una obra maravillosa para ver que los inmigrantes son personas, almas, seres humanos con sentimientos que dejan atrás situaciones complicadas, pero también recuerdos y vidas. Esta historia de Philippe Claudel y dirigida por Guy Cassiers nos los acerca personificados en este señor Linh, que llega desde Vietnam a un país que no es el suyo con un bebé de apenas unos meses. Él es el auténtico protagonista de este montaje. Más allá del autor, del director y del actor, el señor Linh, nos da una lección de vida. Esta obra es una oportunidad para conectarnos con las cosas que realmente son importantes. Está hecha desde la poesía, desde la humanidad, y también sirve para que las personas que vivimos en los países de acogida nos planteemos no solo que hay que ayudarles, sino también qué tipo de ayuda necesitan.
¿A qué se refiere?
-Ya no entro a discutir si les damos ayuda o no, eso lo doy por supuesto, sino a reflexionar sobre el tipo de ayuda que a veces damos a las personas inmigrantes en los países occidentales. En ocasiones pensamos en darles unas buenas condiciones, pero no vamos más allá y no les tenemos en cuenta como seres humanos concretos. No les vemos.
Claro, cada uno tiene sus necesidades y sus historias. El señor Linh tiene la suya.
-Eso es. Él ha perdido a su hijo, a su nuera, se ha quedado solo y ha decidido hacerse cargo de su nieta y darlo todo por ella. Y lo hace en un país en el que no conoce a nadie, ni la lengua, que no le huele a nada y en el que está absolutamente solo. Poco a poco irá viendo cómo desenvolverse y en ese camino conocerá al señor Bark. Esta también es una historia de amor. Es que es un texto maravilloso. Cuando se publicó la novela tuvo una repercusión enorme tanto en Francia como en España. Hay mucha gente que la leyó y que se emociona cuando les cuentas que has montado una obra con esta novela. Los lectores quedaron marcados, y más teniendo que en cuenta que tiene un giro final que nadie espera y que hace que se te quede para siempre el recuerdo de haber conocido al señor Linh. Y en teatro esta experiencia es más directa y concreta aún.
Este personaje ha tenido una vida dura, ha sufrido mucho y a su edad debe comenzar de nuevo en otro lugar y con un bebé. Pero no se queja, no se hace la víctima. ¿Es esa una de las principales lecciones que nos da esta historia en un mundo como el nuestro, de queja permanente?
-Él se adapta a lo que hay y con eso tira para delante. Todos tenemos razones para ponernos en el papel de víctimas, pero hay que ver que eso a veces es una trampa y él nos da una gran lección al respecto. Es un hombre fuerte, quiere vivir y dar sentido a su vida. Por supuesto que tras su llegada hay momentos en que lo pasa mal, pero no se rinde y nos enseña que siempre hay una posibilidad de hacer algo y que nadie lo va a hacer por ti, sino que lo importante lo tienes que hacer tú mismo.
En el montaje da vida al señor Linh, al señor Bark y al narrador, ¿cómo articula esos cambios?
-Este es un montaje de Guy Cassiers que nació como un proyecto europeo y yo fui el tercer actor en interpretarlo. Primero lo hizo un actor flamenco, luego uno francés y yo lo he hecho en catalán y ahora en castellano y también hay otro que lo hace en inglés. Los pasos de un personaje a otro están muy estructurados, es un dibujo que me encontré muy hecho. También hay un juego muy sutil y muy delicado de cámaras, de desdoblamiento del actor en los distintos personajes, que con un sentido poético ayuda a situar al espectador. Pero es muy sutil, no hay ningún alarde; evidentemente hay matices y cambian los comportamientos, incluso a nivel físico, pero todo se hace de una manera muy poética. Hay, además, un elemento musical que hago yo en el escenario y que genera un espacio sonoro muy concreto. Esta obra es una pequeña joya.
El narrador es importante porque sirve para romper la incomunicación entre Linh y Bark, que no hablan el mismo idioma y que, sin embargo, acaban por no tener ningún problema por ello. ¿Hay cosas universales que nos unen más allá de lenguas y culturas?
-Desde luego. Hay un momento en que el señor Linh tiene problemas y el señor Bark se ofrece a explicarle lo que ocurre a través de gestos. Bark es un ciudadano del país de acogida que realmente ve a Linh, de modo que sin hablar ni una sola palabra del idioma del otro, se comunican. Para lograrlo, claro, hacen falta personas con esta actitud de acogida, con esa voluntad; desde ahí las palabras no son un impedimento.
¿Cuál es el papel del teatro en estos momentos convulsos en los que la ultraderecha ha obtenido 3,5 millones de votos en España y en los que muchos ciudadanos se sienten perdidos?
-El teatro es una espacio, de luz, de vida, de conciencia. Vivimos en un despropósito mundial y nosotros lo estamos viviendo de muy cerca, no hay más que ver cómo está nuestro país. Estamos desreferenciados, como agarrados a valores producto de una sociedad feroz, en perpetua competición, en la que rige la ley del más fuerte. Y qué mejor que el teatro, el arte y la cultura para apelar a esa parte que todos tenemos, porque todos somos seres sensibles, incluso el más cazurro. Lo que pasa es que, a veces, la sensibilidad está en letargo. Vengo de hacer la obra Prometeo, en la que se dice que el ser humano es capaz de lo peor, pero también de lo mejor. El teatro es una herramienta para que de pronto podamos apelar a ese otro lado que tenemos, todos tenemos alma, otra cosa es que queramos conectarnos a ella o no.
Como artista que sufrió el franquismo y como hombre de izquierdas, ¿cómo se explica el auge de la ultraderecha en España?
-Creo que hay mucho de reacción. Hay gente que se engancha al populismo porque propone soluciones fáciles, rápidas, que no te hagan pensar mucho. Hay mucho de autoengaño en estos fenómenos, porque si miramos con detenimiento al otro, las cosas cambian y se presentan como mucho más complejas. También es cierto que hay mucho enfado y decepción y eso provoca ciertas respuestas. Son reacciones, no respuestas. Hace poco he visto una obra en Milán, Retorno a Reims, que plantea, precisamente, cómo personas que siempre han votado a la izquierda de repente votan a la ultraderecha. No sabemos la razón, pero da mucho que pensar. Parece una huida hacia un lugar seguro donde las cosas son blancas o negras, sin matices. Este tipo de ideologías me horrorizan, me gusta pensar que la humanidad es una, que somos los mismos en todos los lados y que lo que les pasa a los desfavorecidos me pasa a mí también. Hay que buscar la solidaridad, ver al otro y saber que nadie es más que nadie, ni por el color de piel ni por creencias. Reconozco que hay momentos en que observando lo que está pasando me puedo venir abajo, pero...
¿Es optimista?
-Soy de los que piensan que es mejor ser optimista, no hay que instalarse en el lamento. Hay que buscar la luz, porque siempre está, ya sea en un lugar o en otro. Nunca se apaga.
Desde septiembre dirige la Compañía Nacional de Teatro Clásico, ¿cómo va el desembarco?
-Estoy feliz. Hemos formado un equipo magnífico, nuestra primera temporada se pondrá en marcha en septiembre de 2020 y este año seguiremos con la programación que dejó mi predecesora, Helena Pimenta. Tengo mucho entusiasmo por estar aquí, en un espacio de servicio, que es algo que le da mucho sentido a este momento de mi vida. Contamos con un patrimonio maravilloso como es el Siglo de Oro y por un lado continuaremos el trabajo maravilloso que se ha venido haciendo durante años, y, por otro, veremos qué podemos sumar. Siempre con mucha humildad y con un espíritu de servicio muy importante desde lo público.
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