Porque para él "no existen las fronteras" y para su arte tampoco, Juan Gorriti ha trasladado el valle de Araiz a Pamplona. Al menos, una parte: sus maderas, sus animales, sus colores y hasta sus ensoñaciones. Lo ha hecho con una exposición que acoge ahora la Ciudadela y que muestra el trabajo que el artista ya presentó el pasado verano en Azkue, bajo las Malloas, con el título Gaztarri. Así, Gorriti (Oderitz, 1942) nos enseña que "la gran obra de arte es el tiempo", porque es este, y no otro, el elemento que más ha marcado su trabajo durante toda su trayectoria, a través de unas vivencias que van desde la infancia y hasta el día de hoy, que se ven reflejadas en cada una de las piezas que ha creado y que, según dice, "no pertenecen a nadie porque nos pertenecen a todos".

Son cerca de cien piezas diferentes las que componen la exposición que ahora lleva el nombre de Del valle de Araiz a la Ciudadela de Pamplona y que se sitúa entre el Horno y los jardines de la misma. Hasta allí ha llevado Gorriti sus dos crómlech, sus brujas, su vaca azul y una pareja de totems de gran tamaño, entre otras piezas. Dice que él ni es artista ni sabe "qué es el arte", porque lo que hace es fruto de lo que ha vivido a lo largo de toda su vida. "Esto que he traído aquí no está en los libros, no se aprende, porque nace de lo que yo he hecho, lo que he sentido y lo que he visto", afirma. Por ello, asegura siempre que, para él, el arte es "sentir, pensar y hacer". "Sentitu, pentsatu, egin", repite en euskera, su lengua materna. Y así, cuenta que cuando era pequeño le fascinaban las "texturas y los olores" del caserío de su padre, por el que el tiempo había pasado, "los sonidos" que hacía la madera bajo sus pies y que tanto le recordaban "a la txalaparta" o las sombras que se formaban "en el cuarto oscuro" al que le mandaban cuando estaba castigado.

Para Gorriti, que se considera "un pastor fracasado", es esta profesión una de las más importantes, quizás, por su constante contacto con la naturaleza. "Ellos son los verdaderos artistas primitivos", afirma para después apuntar que su trabajo, al menos este último, es un pequeño homenaje que él quiere hacer a todas estas personas que tanto han inspirado su obra y su vida. No en vano recuerda cómo, cuando era aún un niño, se levantaba a las cuatro de la mañana para ir a trabajar al campo. "Eso no me gustaba nada, era muy monótono", considera sobre una experiencia que, en cambio, le grabó en su memoria una serie de sensaciones que ahora plasma en su obra. Como el sufrimiento de los animales "que estaban horas y horas ahí". Por ello, una de las piezas centrales de la exposición y que Gorriti elaboró hace ya unos años es una gran vaca azul. "La he querido poner encima de unos troncos de forma simbólica, para que sea el animal el que, por una vez, esté encima de todo, como una especie de homenaje", apunta.

Muy cerca se encuentran una serie de figuras cercanas al misticismo. "Puedes llamarles brujas o puedes llamarles como quieras, porque ni yo sé qué son", destaca el artista, quien cuenta: "Un día tuve un sueño despierto en el que aparecían estos personajes, que no sé qué son, pero así nacieron, como nacen todas las cosas, y así los he hecho". Se unen a estos dos grandes totems y una malatxa, la "herramienta con la que los pastores hacían el queso".

El color

Ni es azul, ni es cielo

Si hay otro elemento además del tiempo que caracterice la obra de Gorriti es, sin duda, el uso del color. En sus piezas el artista no se corta a mezclar unos colores y otros porque, para él, el color es la alegría de la vida. Pero si hay uno que destaque, quizás, sobre los demás, este es el azul. Al menos, así se observa en las obras que se presentan ahora en la Ciudadela. Un azul que, según Gorriti, "ni es azul ni es cielo", sino que se acerca más "al color del infinito". Cuenta que es el color que se le quedó grabado cuando trabajaba en el campo y que también era el mismo azul que veía a través de las rendijas del caserío cuando era pequeño. Es también el color que él ve cada vez que abre una ventana para mirar al exterior. "Porque eso es lo que hay que hacer, abrir una ventana para mirar, para ver y para después hacer", repite.

Así, Gorriti espera que en sus piezas expuestas en el exterior siga interfiriendo el tiempo, "el verdadero artista", como pasó en Azkue, donde todas ellas fueron "acariciadas por el aire, el viento, la llovizna, el sol y la tierra evaporada tras la lluvia". "No hay nada más bonito que el paso del tiempo por las cosas y la naturaleza, como las piedras desgastadas o un árbol roto por el impacto de un rayo", afirma el artista, que espera que todos los visitantes que se acerquen a la Ciudadela durante este mes y hasta el 29 de marzo participen de forma activa en la exposición. Porque eso también forma parte de la obra. Por eso, anima a todo el que quiera a pasar las manos por las piezas o mirar a través de los agujeros que tienen labrados las maderas. "Esto lo he hecho yo pero ese instante de hacerlo ya ha pasado y ahora no es mío sino de todos y para todos", vuelve a decir el artista, contento de ver su trabajo en un espacio diferente, "más íntimo, como una iglesia", al que ha estado hasta este momento.