pamplona - “Ella trabaja como vive”. No hay división entre la Mónica bailarina y coreógrafa y la Mónica persona. Así lo explicó ayer Manuel Fernández-Valdés, director de He venido a leer la noche, largometraje en el que se adentra en el mundo de Mónica Valenciano, cuya creación se basa en la danza introspectiva y en el aprendizaje continuo. No en vano, tal y como afirmó ante los medios tras el pase de la película, para ella “bailar es aprender a escuchar”.

El filme es fruto de un “encuentro imprevisto” entre Fernández-Valdés y Valenciano propiciado por Mateo Feijóo, director de las Naves del Matadero de Madrid durante la legislatura de Manuela Carmena. “No nos conocíamos, ella llevaba un tiempo queriendo hacer algo con el cine y Mateo me propuso hacer una película”, comentó el cineasta, que antes de grabar nada se pasó un año asistiendo a sus ensayos solo con un cuaderno. “Al principio, la mayor parte del tiempo estaba totalmente perdido; sus ensayos son pura dispersión, o eso parece, pero ella sabe bien dónde está”. Fernández-Valdés fue tomando notas y generando ideas a partir de lo que veía y que le dejaba “hipnotizado”. Le inspiraba esa manera abierta, libre, atenta y seria de trabajar. Con el tiempo, entendió que no había nada que entender, que ahí estaba, precisamente, la clave de la historia, que “trasciende” la danza para mostrar una forma de vivir. “No hay distinciones entre la Mónica que crea y la Mónica que vive; ni entre el escenario y su casa, en la película se ve cómo esos espacios se entremezclan y son uno solo. Ella es la misma persona siempre”, comentó el director.

un miembro más del equipoHe venido a leer la noche es “la realización de un sueño”. “Llevaba años pensando en cómo mi lenguaje podría traducirse a través de una cámara”, contó la creadora a su paso por Punto de Vista. A finales de los años 80, Mónica Valenciano cimentó una trayectoria artística dentro de la danza contemporánea, coincidiendo con artistas como Ana Buitrago, Olga Mesa, La Ribot o Blanca Calvo, entre otras. Y en 1997 creó la compañía El Bailadero, optando por formatos más íntimos. “Yo lo decidí, pero esa renuncia provocó que las propuestas llegaran a poca gente cada vez, y se me ocurrió que usando la cámara quizá cada gesto, cada movimiento podría llegar más lejos, así que al restar, multipliqué”, indicó. La mediación de Feijóo introdujo a Manuel Fernández-Valdés en su mundo. El cineasta “empezó merodeando por allí y acabó conquistando su espacio de intimidad hasta formar parte del equipo con su mirada y su cámara. Cada día íbamos trabajando la manera de encontrarnos y de ser libres y fluir”. En cuanto al título del largometraje, el realizador lo tomó de uno de los textos que Raquel Sánchez, compañera de trabajo de Valenciano, dice en un ensayo y que a su vez se basa en los Textos para nada, de Samuel Beckett. “Esas palabras me ayudaron en un momento en que estaba a punto de caramelo para dar un salto, para cambiar a otra cosa, y me sirvieron como impulso para cruzar la frontera”, confesó la coreógrafa, Premio Nacional de Danza en 2012. El director, por su parte, incidió en que esa frase, igual que otras, “tiene mucho con la manera de trabajar de Mónica, que consiste en vaciar la palabra y resignificarla”.

Valenciano está satisfecha con el retrato que compone la película. “Yo no hago espectáculos, hago ensayos compartidos que no acaban nunca, por eso mi trabajo siempre está en obras”. Esa sensación de un camino que se hace y deshace continuamente es el eje de esta propuesta: “Yo estoy en un aprendizaje continuo de la vida; para mí bailar es aprender a escuchar. Excavar en el lenguaje es excavar en la vida, en cómo resuenas”, terminó. Para Manuel Fernández-Valdés, esta experiencia ha sido todo un “aprendizaje”. En esta ocasión ha trabajado con un equipo más grande, “y he aprendido a ser más permeable con las aportaciones de otras personas”. “Siempre he querido controlar todas las etapas, y aquí también he tenido la última palabra en todo, pero la manera de trabajar de Mónica me ha enseñado a estar más abierto y a integrar la mirada de otros”, concluyó.

el fin del amor En la Sección Oficial se exhibieron también ayer cinco cortometrajes: Cézanne, de Luke Fowler, grabado en el estudio y jardín del pintor en Aix-en-Provence; A Month of Single Frames, creada a partir del material que Barbara Hammer entregó a Lynne Sachs en 2018, poco antes de morir, y Queen, de Kathryn Elkin, que compara el trabajo físico, la interpretación, el ocio y las labores domésticas a través de una memoria musical irreverente.

También se vio Notas. Encantaciones: Parte I, de la ecuatoriana Alexandra Cuesta. Este trabajo forma parte de una serie de seis títulos que está terminando y ha grabado en distintas ciudades del mundo. Son “meditaciones sobre el amor, pero no solo el romántico, sino también el político, el familiar, el espiritual...”, indicó. Esta primera entrega la realizó en un pueblo del norte de Nueva York. Un “espacio postindustrial” que en un principio iba a ser el protagonista del corto, pero acabó “entrelazándose con otra historia”, el fin de una relación amorosa de la directora, generando, así, un “diálogo entre lo público y lo íntimo”. Y es que, el cine que hace Cuesta es una manera “de entender el mundo, el tiempo y a mí misma”.

Visitó, asimismo, Pamplona la belga Eva Giolo, que en A tongue called mother, se pregunta por el origen del concepto de lengua materna y cómo el idioma que se habla habitualmente puede llegar “a configurar nuestra personalidad”. Todo partió de la lectura de un libro de Nancy Huston que habla de lo difícil que es a veces la relación entre madres e hijas y “que me interesó porque yo tenía una relación conflictiva con mi madre, que durante mucho tiempo me prohibió hablar en francés”. Así, ante la cámara vemos a tres mujeres de la familia de Giolo: su abuela, que tiene alzhéimer; su madre y su sobrina, que está aprendiendo a leer y recita las palabras que va adquiriendo. A la vez, se ve a niños de un colegio en el mismo proceso. En ese sentido, la película reflexiona sobre “las palabras que se van aprendiendo y las que se van olvidando”.

En rueda de prensa también compareció Sung-A-Yoon, que en Overseas muestra cómo se entrena a las mujeres que cada año abandonan Filipinas para convertirse en empleadas domésticas en países ricos. Pese a la dureza de muchas de las situaciones que presenta, y ante las que la directora confesó haber “llorado tras la cámara”, no quiere mostrarlas como víctimas, sino como supervivientes “y restaurar su dignidad y humanidad”. Por su parte, Agustina Comedi utiliza material de archivo para reflejar la vida de la comunidad trans de la Córdoba argentina entre finales de la dictadura de Videla y principios de los 90, “un momento de gran libertad que cercenó la aparición del sida”.