- Consciente de que hay tantas realidades como puntos de vista, el director y autor teatral, además de actor, artista visual, ensayista y performer, reivindica tiempo para pensar. El arte, dice, es como la filosofía: reflexión y pregunta constante sin pretender conclusión alguna.

La imagen está muy presente en su trabajo, pero para comunicarse como artista elige ante todo la palabra, en conferencias performativas o talleres como el que impartió ayer en el Centro Huarte. ¿Tiene relación con lo que alguna vez ha dicho de que todo arte pertenece al teatro?

-Yo estudié teatro, así que cuando empecé a cuestionarme por qué hacía teatro, porque en algún momento pensaba que algo fallaba, sentía que el teatro debía ser diferente de cómo lo aprendemos, y empecé a abrirlo a otras posibilidades: vídeo, diseño gráfico, películas, tratados escritos por pensadores... No sé cuál es la forma de lo que hago y no quiero saberlo porque no quiero fijarlo. Siempre me cuestiono lo que hago, continuamente estoy posponiendo mis respuestas. Pero sí que todo lo que hago procede de mi formación en teatro. Y vuelvo a la reflexión: ¿cómo hacemos el teatro hoy día? ¿Cómo consideramos el arte? Sobre todo hoy día, con los medios, las redes sociales, Internet, teléfonos móviles, smartphones, apps...

Y con lo saturados que estamos de imágenes que nos llegan a ritmo rápido y de manera muchas veces superficial, ¿no es difícil conectar y comunicarse hoy con el público?

-Para mí no, porque yo hago todo lo contrario. Cojo una imagen o dos y las analizo, y tengo la sensación de que estoy más cerca del público que antes. Lo que hago es compartir mi experiencia, mis preguntas y mis dudas con el público. Compartir es la palabra clave en mi trabajo. No enseño, no doy fórmulas mágicas ni respuestas hechas. Comparto ideas inacabadas.

Invita a la gente a que piense por sí misma.

-Así es. Porque cuando compartes con el público un tema para el cual no tienes una respuesta o sobre el que tienes dudas, le invitas a que opine, y cada uno tiene sus respuestas. Esto va en contra de las obras activistas o de propaganda, del predicar o enseñar. Cuando das algo por hecho al público, éste solo tiene dos opciones: estar de acuerdo contigo o no estarlo. Y si abordas así las cosas ya estás separando al público en dos bandos, y no necesariamente en igualdad de condiciones. Pero cuando compartes ideas inacabadas invitas a que cada uno individualmente invierta algo de sí mismo ahí, a que lo complete.

En esta edición de Punto de Vista, ¿sobre qué invita al público a reflexionar por sí mismo?

-El tema principal en este festival es el uso del archivo. Reflexionar sobre qué es un documento. ¿Es ficción o realidad? ¿Podemos fabricar un documento que se convierta en hecho? ¿Hay rumores que se convierten en hechos? Esas cuestiones quiero compartir y discutir con el público.

Cuando uno escucha Líbano, inmediatamente piensa en guerra. ¿Qué siente ante esta realidad alguien que ha pasado toda su vida en Beirut?

-Siento necesidad de reflexionar sobre nuestra historia moderna. Yo crecí durante la guerra civil, viví en ella quince años, mi adolescencia, y eso está muy marcado en mi ser. No puedo evitar pensar en esas cosas en mi vida personal. Pero no quiero contar lo que pasó. No me interesa contar los acontecimientos. Me interesa mucho más reflexionar sobre lo que pasó. El relato deconstruido, analizado, se convierte en material de reflexión para hacer autocrítica. Porque la lucha ha terminado pero la guerra sigue vigente; se cumplen treinta años de la declaración oficial del fin de la guerra, pero sigue ahí. Tenemos que ser autocríticos porque somos responsables. No podemos decir que es la guerra de un tercero. En cierto modo hemos participado en ella. Me interesa reflexionar sobre esto de una forma constructiva, no como autoflagelación.

Lleno de narrativas oficiales, estereotipos, lemas que nos guían..., el mundo está diseñado para que no pensemos por nosotros mismos.

-Sí, ahora es mucho más fuerte que antes, pero es algo que se remonta a antes de las nuevas tecnologías. A Franco, en España. Las cosas eran entre comillas más sencillas, porque antes era más fácil oponerse y rebelarse. El problema del tiempo presente es que no manda ni nos maneja una sola persona, no es una dictadura a la que puedas atacar directamente. A veces tiene esa apariencia, pero no es así. Un ejemplo: en Siria sabemos que el régimen de El Asad es el que tenemos que derrocar, es una dictadura, son criminales. Pero no solo son ellos, hay un aparato que funciona a nivel internacional, de los rusos a los americanos, a Irán, Israel, hasta el mismo Líbano. Estamos interfiriendo en Siria. Es mucho más complejo que antes. Y hoy la extrema derecha quiere reponer las fronteras, pero en el sistema económico ya no hay fronteras, entonces, ¿qué sentido tiene esa contradicción? Es de locos. Es un pretexto para sembrar la discordia hacia el extranjero y recabar más votos.

El arma del miedo.

-Exactamente.

¿Y cuál es el papel del artista en todo esto?

-Continuamente, analizar, pensar e intentar comprender lo que está pasando sin llegar a ninguna conclusión. Veo muy importante distinguir entre ser artista trabajando en el arte y ser artista trabajando en la política. Creo que cuando el arte se mezcla con el activismo, se muere. Cuando hago mi arte tengo incluso que traicionar mis propias creencias para ver lo que está ocurriendo, cuáles son los grandes temas y los grandes tabúes, no solo para provocar al contrario, también para provocarme a mí mismo. Como activista es diferente, tengo un objetivo, un propósito, estoy luchando por algo y queda muy claro; quieres convencer a los demás para que se unan a ti. El arte no es así, todo lo contrario. Es como la filosofía, consiste en que la gente se reúna para pensar y plantear preguntas. Deberíamos tener tiempo para hacerlo.

¿El arte no debe ser político?

-Sí, es político por excelencia, pero no es la política. Debe ser político. En el arte puedo declarar mi postura política, sí, pero no intento convencerte de eso. Esa es la diferencia.

¿Hay tantas realidades como puntos de vista?

-Claro que sí. Y el papel del artista es intentar recrear esas realidades. No hay una única realidad, a no ser que seas un devoto religioso y creas en una única cosa que para ti no tiene discusión. Nadie puede pelear con Dios, o crees o no crees. Trabajando con los seres humanos hay puntos de vista diferentes y es muy bueno escuchar todos, intentar entender por qué existen diferencias entre las versiones, qué hay detrás de cada realidad.

¿Sobre qué realidades del Líbano quiere invitar a reflexionar?

-Depende de la obra. Cada obra me lleva a un sitio. Sin haber tomado ninguna decisión, durante mucho tiempo, más de veinte años, me centré en imágenes de las guerras, donde una persona ve la muerte a través de las imágenes, o hay documentación sobre la muerte dentro de esas imágenes. Hice muchas obras basadas en esa idea. Entre tanto hice muchas cosas en diferentes direcciones.

¿Y ahora?

-Ahora estoy haciendo un trabajo con mi pareja, Lina Majdalanie, sobre Polonia y su situación política, con la derecha radical en el gobierno. Intentando entender qué está ocurriendo. Es una tarea muy difícil porque no soy experto en Polonia, pero dos amigos polacos me invitaron a hacerlo porque querían una mirada desde fuera, que les permitiera ver cosas que ellos mismos no pueden percibir. Aceptamos el encargo y ya estamos sufriendo y peleando con el tema, pero es muy interesante. La obra se basa en cómo combinamos la política con los cuentos de hadas. Hay una relación entre ambos en Polonia, desde hace mucho tiempo. Buscando héroes nacionales del siglo XVII, actualizándolos, mezclando ficción y realidad..., vemos que es lo que precisamente está intentando hacer la clase dirigente, elaborar esos mitos nacionales.

¿Todo trabajo parte del no saber?

-Sí, en cierto modo sí. Todo trabajo es un viaje hacia lo desconocido. Uno dice: quiero ir en esa dirección, sin embargo el viento te lleva en otra, y no pasa nada, me desvío.

¿Es optimista en que recuperaremos ese tiempo tan necesario para reflexionar?

-Hace tres meses, el 17 de octubre, empezó una revolución en el Líbano que sigue en curso, a veces sube o baja de intensidad, pero sigue. Sinceramente antes de esa fecha yo estaba desesperanzado. De repente surgió ese movimiento, como un cadáver al que le inyectan algo y resucita. Sí podemos hacer algo. Aunque es muy difícil cambiar las cosas, hay un comienzo. Esa es la esperanza.

"Siempre me cuestiono; no sé cuál es la forma de lo que hago ni quiero saberlo, porque no quiero fijarlo"

"Tenemos que ser autocríticos, porque somos responsables de que la guerra siga vigente en Líbano"