a biblioteca personal del príncipe de Viana estaba formada por cerca de 120 libros, aunque muy probablemente tendría bastantes más. Pueden contarse 8 sobre las Éticas de Aristóteles, 2 lapidarios sobre piedras preciosas, 11 de teología, 17 de historia, 27 de autores clásicos, 5 de leyes, 6 novelas de caballería, 14 litúrgicos o bíblicos, 8 notariales, 4 devocionales, y 5 de contenido enciclopédico. De todos ellos, 50 en latín, 24 en francés, 2 en griego y el resto en lenguas romances. Bien surtida, en la línea de la que poseyeron otros monarcas y nobles de su tiempo.

Lo sabemos gracias al inventario que se hizo de sus bienes tras su muerte en Barcelona, el 23 de septiembre de 1461. Ese listado de sus pertenencias sirvió para subastarlas luego entre sus numerosos acreedores. La mayor parte de sus libros pasaron al condestable Pedro de Portugal, su sucesor al frente de la Cataluña rebelde frente al poder real encarnado por el padre de Carlos, Juan II de Aragón, usurpador del trono de Navarra.

Muchos de los objetos que se citaban en aquel catálogo, se sabe que fueron traídos desde el Palacio de Olite a Barcelona. También, por tanto, muchos de los libros y documentos, sobre todo aquellos que podían servir al Príncipe para defender sus derechos al trono navarro, y que se llevó consigo cuando se exilió en 1456. Pero muchos otros volúmenes fueron adquiridos por él mismo durante su estancia en Nápoles y Sicilia, porque lo que puede afirmarse sin temor a equivocarse es que Carlos de Viana fue un bibliófilo convencido, alguien que amaba tanto los libros que los buscaba con ansia allí donde creía que podría obtenerlos.

En mi biografía Príncipe de Viana: el hombre que pudo reinar (Pamiela, 2018), ya me lamentaba de lo maravillosamente hermosa que hubiese podido ser la biblioteca personal del heredero de Navarra si hubiera tenido la tranquilidad y los medios económicos para lograr que todos sus libros fueran iluminados de la misma manera que los únicos dos que -al decir de la profesora Josefina Planas Badenas, que es quien más detenidamente los ha estudiado- podíamos asegurar sin duda que le pertenecieron, por llevar en sus portadas las armas y divisas de los reyes de Navarra de la dinastía de Evreux, dejando bien claro que él fue su dueño original.

Me estoy refiriendo a las Epístolas de Falaris, Crates y Bruto, conservadas hoy en día en la Biblioteca Nacional de Francia con la signatura de manuscritos antiguos NAL 1651; y también al ejemplar original de la traducción elaborada por el propio príncipe de Viana de las Éticas de Aristóteles, que se guarda en la Biblioteca del British Museum, con la signatura 21120.

Ambos volúmenes están adornados, como he dicho, con los emblemas heredados por Carlos de sus antepasados en el trono. Así, aparecen representadas (por separado) las armas de Navarra, Aragón, y Sicilia, enmarcadas por hojas de castaño, lebreles blancos, y por los triples lazos, y también por dos de los lemas del príncipe. El versículo evangélico: "Qui se humiliat exaltabitur" (Quién sea humillado será enaltecido), y "Bonne Foy" (Buena fe), la divisa heredada de su abuelo el rey Carlos III el Noble. Esta decoración fue realizada en Nápoles por artistas de la corte de su tío Alfonso V el Magnánimo, donde el príncipe de Viana permanecía acogido. En Sicilia, en julio de 1459, conoció a un iluminador que luego lo acompañaría en su viaje de retorno a la península ibérica: Guillem Hugoniet. Este borgoñón, cuyo nombre auténtico era Guillermo Hugo de Luseyo (catalanizado luego como Guillem Hugonet), habría sido -según su propia confesión-, uno de los artistas más cercanos al príncipe que, como de costumbre, carecía de medios para sufragar su pretensión de crear una corte literaria y artística a su alrededor, como demuestra este documento suscrito por Guillem a los pocos días de la muerte de su mecenas:

"A vosotros, los muy honorables consellers de la ciudad de Barcelona y albaceas del muy ilustrísimo señor Don Carlos, primogénito de Aragón, de gloriosa memoria, expone y notifica don Guillem Hugoniet, iluminador del dicho ilustre señor, que le sirvió continuamente, por espacio de dos años y medio, pasando muchos trabajos y congojas, haciendo uso de su oficio de iluminador. Por el cual el dicho señor le iba a pagar seis florines de oro al mes, además de los cuales le había prometido pagarle todas las obras que iluminase para él, según el precio que se acostumbra a pagar por ellas. Y como el dicho señor no pudo pagarle ni una cosa ni otra, se le adeudan por el sueldo mensual ochenta y seis florines de oro, y por los diez libros iluminados otros ciento cuarenta florines, como el protonotario os podrá confirmar, y los libros de cuentas y los oficiales del hostal del señor príncipe podrán atestiguar. Por eso el dicho Guillem suplica humildemente a vuestras señorías que, a la mayor brevedad de tiempo posible, den orden de que se le pague lo que le adeudaba el ilustre señor príncipe don Carlos, pues no tiene forma de poder sustentar su vida, y desea retornar a su país. Y haciéndolo así, conseguirán seguro premio en la Gloria eterna, y el dicho Guillem os lo agradecerá singularmente".

Pues bien, entre esos diez libros que Guillem afirmaba haber iluminado para el príncipe había uno titulado Las Cien Baladas Historiadas, de las cuales sólo iluminó veinte, valorando ese trabajo concreto en quince florines de oro. Ese es el precioso manuscrito -compuesto por 69 folios, aunque le faltan bastantes páginas- que ha identificado ahora la Biblioteca del Museo Condé de la ciudad francesa de Chantilly, con la signatura 0491, y cuyo conocimiento debo al aviso de mi amigo Galder Rodríguez Calparsoro, cuyos conocimientos heráldicos valoro y aprecio.

El hecho de que el escudo que aparece en la portada esté en muy malas condiciones había propiciado que tradicionalmente se adjudicase el libro al rey René de Anjou, pero fijándose bien no hay duda de que se trata de las armas heráldicas de Carlos de Viana: el cuartelado de Navarra/Evreux y el cuartelado en aspa de Aragón y Castilla y León. Eso lo convierte en el tercer libro de su biblioteca personal que podemos identificar sin duda alguna.

El Libro de las Cien Baladas es una obra poética escrita por Juan II de Saint Pierre, senescal de Eu, en 1389. Se articula en dos debates entre un joven enamorado (trasunto del propio Juan) que en las primeras 50 baladas recibe el consejo de un viejo caballero, Hutín de Vermeilles, que le asegura que, tanto en el amor como en la guerra, el secreto de la felicidad está en mantenerse siempre fiel y leal, huyendo de la mentira. En las otras 50, no obstante, es una mujer apodada Guignarde o Maquerelle la que le recomienda practicar la infidelidad, cuantas más veces, mejor, y olvidarse de los consejos del caballero, que sólo le acarrearán problemas y tristeza. Como el protagonista no se decide por una u otra actitud, pide consejo a tres caballeros de mucho renombre en la corte del rey Carlos VI de Francia: el conde Felipe de Eu, el mariscal Boucicaut y Jean de Creseque, que a pesar de exhortarle a que persevere en la lealtad amorosa, le ruegan también que pregunte a todos los amantes si prefieren ser infieles o leales. A tal encuesta amorosa responden otros trece señalados caballeros. Optando siete de ellos por la lealtad (entre ellos el duque de Orleans), cuatro por el escepticismo (por ejemplo, el duque de Berry) y dos por la infidelidad (como el almirante de Francia, Regnault de Trye).

El citado inventario de bienes nos informa de que, curiosamente, el príncipe de Viana disponía de dos ejemplares del Libro de las Cien Baladas. Uno en pergamino, iluminado por Guillem Hugoniet, que sería del que estamos hablando, y otro desencuadernado en papel, que también fue vendido tras su muerte, y que puede que sirviera al artista como punto de partida para realizar su lujosa copia, en la que además de la suntuosa decoración de los márgenes y las letras iniciales, destacan 12 preciosas miniaturas que muestran a muchos de los protagonistas de la obra ataviados a la manera del año 1461, que recordemos fue cuando Guillem las dibujó.

Sin embargo, ya hemos visto que el libro fue escrito en 1389, y que tanto sus autores como el resto de personajes que aparecen reflejados fueron muy influyentes en la corte parisina del rey Carlos VI (1368 - 1422). Un lugar en el que, como pariente muy cercano del monarca francés que era, realizó tres largas estancias (1397-1398, 1403-1406 y 1408-1411) el abuelo del príncipe, el rey Carlos III el Noble, amante también él de los buenos libros y que sabemos que trató frecuentemente con varios de los caballeros citados en la obra, como su tío el duque de Berry, que fue además el mecenas artístico más importante de aquella época. Por tanto, es lícito pensar que fuera él quien trajera a Navarra aquel ejemplar en papel del Libro de las Cien Baladas que medio siglo después su nieto Carlos de Viana entregaría a Guillem Hugoniet en Barcelona para que elaborase una nueva copia iluminada en pergamino.

Aunque hemos visto que el propio Guillem reconoce en su nota que iluminó 20 de las 100 baladas, sólo se han conservado 12 de esas miniaturas, que nos permiten ahora contemplar cual era la moda imperante en la corte catalana del Príncipe de Viana, así que no puede sorprendernos que varios de los personajes figurados nos recuerden la iconografía tradicional del propio Carlos. Sobre todo uno de ellos, el ya citado almirante de Francia, Regnault de Trye, que aparece representado escribiendo en una lujosa habitación, vestido con un sombrero o chaperón granate, de tela revuelta y plegada en forma de turbante, llevando ropa larga que cubre un jubón o coleto con cuello rojo y un collar formado por una gruesa cadena que va de una hombrera reforzada a otra. A sus pies, un lebrel blanco roe un hueso.

¿Quiso Guillem halagar a su señor representándolo como tantas veces lo habría visto: leyendo y escribiendo libros en su estudio? Ese lebrel blanco -una de las divisas de los reyes de Navarra, no lo olvidemos- que roe un hueso ¿podría ser uno de los orígenes iconográficos del lema apócrifo "Utrinque roditur" ("Por todas partes me roen"), que desde entonces se adjudicó equivocadamente al Príncipe de Viana, y por extensión al mismo Reino de Navarra? Si admitimos esta identificación entre Carlos y la representación de Regnault de Trye, que como ya dijimos defiende en la obra la infidelidad amorosa, ¿constituiría también una indirecta por parte de Guillem a la agitada vida sentimental del príncipe, que tras enviudar de Agnes de Kleves en 1448 había tenido tres hijos con tres mujeres distintas María de Armendariz, Brianda de Vega y Cappa de Sicilia?

Son sólo conjeturas, aunque la verdad es que resulta muy difícil no pensar en Carlos de Viana al contemplar esa preciosa miniatura en concreto. Pero lo importante es que otro de los libros de su maravillosa librería ha sido identificado, y que la progresiva e imparable digitalización de cada vez más bibliotecas históricas permite soñar con que irán apareciendo más ejemplares pertenecientes a aquel príncipe navarro que tuvo a gala "amar el estudio durante todo el tiempo de su vida".El autor es bibliotecario e historiador