- Desde hace un par de meses, la población se ha concienciado a base de una bofetada de realidad de la fragilidad del ser humano frente al crecimiento de pandemias como la del coronavirus, que ha provocado más de 100.000 muertos y alrededor de dos millones de contagios de una enfermedad que, según el ámbito científico, se originó en el mundo animal. Ahora, una zoonosis conocida como hantavirus ha encendido las alarmas en China tras el fallecimiento de un hombre que dio positivo en este virus. El enemigo invisible, al menos, no lo es tanto en esta ocasión, ya que se sabe que la enfermedad la transmiten los roedores, ya sea por su mordedura o por el contacto de las personas con sus excrementos.

Acontecimientos como estos hacen ver a la ciudadanía la importancia de adoptar mecanismos de seguridad sanitaria en las relaciones del ser humano con la fauna silvestre, y, en este aspecto, la caza se constituye como un punto fundamental. Por dos razones, principalmente. La primera, debido a que los cazadores son uno de los colectivos que más potente interacción ejercen con animales en el medioambiente y, por tanto, deben ser escrupulosos en la ejecución de medidas que impidan la propagación de enfermedades. Pero, mucho más importante aún, porque ellos forman la vanguardia en los montes, ya que son la primera voz de alerta ante la aparición de patologías como la tan temida peste porcina africana, la gripe aviar o la enfermedad de Aujeszky.

Pero para que esta función de vigías en la naturaleza se resuelva con éxito, los cazadores han de recibir una formación que los capacite para asumir esa tarea. Y en Navarra, el Gobierno foral y la Federación Navarra de Caza (FNC) llevan más de un año realizando cursos en los que se explican las nociones fundamentales para que estos agentes de la naturaleza se conviertan en los centinelas cuya actuación frene la expansión de enfermedades potencialmente devastadoras.

Los datos son incontestables. Nicolás Urbani, asesor técnico veterinario de la Real Federación Española de Caza, recuerda que la Organización Mundial de la Sanidad Animal expone que un 60% de las enfermedades humanas infecciosas conocidas son de origen animal. "El coronavirus nos ha hecho reforzar la idea de la importancia que sobre la salud pública tienen aspectos como la higiene, los movimientos, el abastecimiento alimentario o la interacción social en todas las actividades de nuestra vida y, por supuesto, también en la caza", afirma.

De hecho, precisa que gran parte de la normativa asociada a la labor cinegética está estrechamente vinculada con la salud pública y la sanidad animal, como los protocolos legislativos de limpieza y desinfección de vehículos para el transporte de rehalas, las campañas obligatorias de vacunación antirrábica de los perros, la regulación sobre actuaciones sanitarias en la fauna cinegética, el control de gestión de subproductos animales no destinados al consumo humano y un largo etcétera.

En su opinión, frente a estos nuevos retos sanitarios, el Gobierno y la FNC han sido pioneros en institucionalizar la figura del cazador formado en sanidad animal conforme a la normativa nacional. Dentro de este aprendizaje se incluyen, entre otros, conocimientos básicos y prácticos en bioseguridad de la actividad cinegética que, a modo de síntesis, permiten instruir sobre el conjunto de normas y medidas biosanitarias aplicadas en múltiples procedimientos de la caza, como la manipulación de las piezas abatidas o el cuidado de perros o hurones.

"El objetivo no es otro que contribuir a la prevención de riesgos e infecciones derivados de la exposición a agentes potencialmente infecciosos o con cargas significativas de riesgo biológico, químico y físico", destaca, al tiempo que apunta que "mucha de la formación impartida es plenamente compatible con las estrategias globales que se están empleando para la prevención, vigilancia y lucha contra el coronavirus".

A nivel más práctico, el cazador formado está capacitado para realizar un primer reconocimiento en el campo de las piezas abatidas (complementario a la inspección veterinaria obligatoria para su comercialización) y minimizar los posibles problemas detectados en la caza para autoconsumo. Así lo asegura el ingeniero forestal Aitor Merino, que subraya la trascendencia de concienciar a los cazadores del alcance que posee el destino de los subproductos animales no destinados al consumo humano, ya que disminuyen el riesgo de transmisión de muchas patologías, a la vez que ayudan en la conservación de especies necrófagas amenazadas, como el quebrantahuesos, el alimoche o el buitre.

A su juicio, "un colectivo concienciado y formado adecuadamente siempre incidirá positivamente sobre toda la sociedad, por ejemplo, revelando sospechas de cualquier enfermedad que supusiera un peligro potencial de contagio para poblaciones animales, el medioambiente o incluso la salud pública". En este sentido, reclama que se debe tener en cuenta estos aspectos sanitarios en los modelos de gestión y conservación, ya que las especies cinegéticas son potenciales portadoras y difusoras de enfermedades que, muchas veces, son compartidas con el hombre, el ganado u otras especies silvestres.

"La globalización nos expone a zoonosis emergentes que surgen en cualquier parte del mundo y acarrean graves consecuencias, y ello nos recuerda que la caza se antoja como una de las herramientas más efectivas para la adecuada gestión de las poblaciones animales y para evitar que la transmisión de enfermedades comprometa el estatus sanitario", concluye.