Interpretes: Tudith Jáuregui, piano; Isabel Villanueva, viola. Raquel Andueza, canto; Jesús F. Baena, tiorba; Erzhan Julibaev y Jesús Reina, violines; Damián M. Marco, violonchelo. Programa: obras de Bartók / Kulibaev. Haendel / Halvorsen. Canciones españolas del siglo XVII. Quinteto en La Mayor, nº 2, op. 81 de Dvorak. Lugar: Ciudadela. Fecha: 1 de agosto de 2020. Público: casi lleno.

parte de la indiscutible calidad de todos los participantes, y de la enjundiosa programación, la principal característica de este primer festivas Reclassics ha sido, sin duda, la emoción experimentada, tanto por los intérpretes como por el público, por el reencuentro con el directo. Josep Colom y Francesco Tristano lo expresaron vivamente, después de no haber tocado ante el público en seis meses. Y los miembros del magnífico quinteto residente -con nuestra querida Raquel Andueza invitada-, como bien expresó Villanueva -el alma mater del festival-, se han sentido “volver a vivir”, ante la música compartida y ante la respuesta del público. Este, aún con saludos distantes entre los aficionados que se reencuentran, y las incordiosas prevenciones, ha apoyado, incondicionalmente, la iniciativa; con disciplina, y aplausos entusiastas. O sea que enhorabuena a todos. El esquema del concierto de clausura siguió la misma pauta que el exitoso de apertura: una primera parte de piezas cortas, muestrario de músicas con base de canciones o danzas populares, que no por eso fáciles de interpretar; y una segunda con el compacto quinteto de Dvorak opus 81. Las danzas populares rumanas de Béla Bartók abrieron la velada. Escritas para piano, el violín primero Kulibaev, ha hecho una versión para el quinteto que hace lucirse a los componentes, que van pasándose los diversos temas dancísticos; muchos con comprometido virtuosismo. Ha sido un descubrimiento la presencia de estos maestros -que además han dado clases en la academia del festival-, que cumplen con la tradición de transcribir, y, seguramente componer, además de interpretar. Se dio la obra con alegría, con ese matiz “cíngaro” que arrastra a mover los pies. Raquel Andueza y Fernández Baena -con su delicadísima tiorba- interpretaron unas pícaras canciones españolas -chaconas, jácaras-, dichas impecablemente en sus textos y cantadas con toda su gracia. Villanueva y Kulibaev cerraron este primer bloque, con la Passacaglia del noruego Johan Halvorsen, para violín y viola: una rareza, que ofrece una visión romantizada, de grosor y poderío, de Haendel, en quien se basa. Los cuarenta minutos de la segunda sección del concierto la ocupó el quinteto de Dvorak. Un magistral ejemplo de construcción camerística, que, además, no renuncia a la base de música popular que siempre tiene el compositor: Dumka -de origen ucranio-, y furiant, por ejemplo. En general, volvimos a escuchar a un quinteto compenetrado, con unos crescendos magníficos, orquestales (primer movimiento), y, por supuesto, hermosas individualidades; pero me pareció más cuajado, en el resultado general, el Turina del primer día. Quizás el viento -que ha sido respetuoso con el festival-, en esta ocasión incordió un poco la acústica. Ahora, contra el viento además de pinzas, se usan tabletas. Del andante sobresalió la viola y su inigualable y cálido sonido; y el delicioso comienzo del piano. También el chelo mostró su arco románticamente largo. El scherzo, con un tema juguetón va pasando de mano en mano; las del piano, muy contentas; en la cuerda aguda, entretenidas, con unos violines en lo más alto; en la grave, con más empaque. El final, un largo fugato, no deja de ser desenfadado, campestre, hasta el torbellino final, virtuosístico, compacto, denso, casi brahmsiano.

Solo queda, desde aquí, dar las gracias a los organizadores por la valiente iniciativa. Y, por supuesto, deseamos lo mejor para este nuevo festival. Sobre todo que se pueda celebrar sin esta maldita espada de Damocles que a todos nos agobia.