El pintor y escultor vasco Agustín Ibarrola cumple el martes 90 años en buen estado físico y manteniendo el impulso creativo y vital y su disciplina de trabajo en su caserío del Valle de Oma (Kortezubi, Vizacaya), en el que se instaló junto a su esposa e hijos en plena Transición.

Aunque físicamente se encuentra bien y activo, según ha explicado a Efe su hijo, el también artista e ilustrador José Ibarrola, una demencia senil que padece desde hace unos años le impide desarrollar el potencial creativo que tuvo hasta hace poco, por lo que en la actualidad se encuentra retirado de la vida artística y social en el idílico y rural paraje del valle de Oma donde vive.

"Aún está convencido de que puede seguir creando arte, por lo que mantiene la disciplina de ir al estudio todas las mañanas y de intentar hacer cosas", ha agregado su hijo.

Hasta su retirada de la creatividad activa, Ibarrola (Bilbao, 1930), miembro destacado del Equipo 57, creado en París en 1957 por un grupo de artistas españoles exiliados del franquismo, siempre reivindicó su libertad para defender aquellas causas que consideró más justas en cada momento, como la denuncia de la dictadura franquista y, posteriormente, la persecución de ETA contra los que no comulgaban con sus planteamientos nacionalistas totalitarios.

Este posicionamiento político activo le llevó a militar en el PCE durante la dictadura de Franco y le acarreó la persecución y hostigamiento de unos y otros, como la quema de su primer caserío en Gametxo (Ibarrenguelua) en 1975 por elementos de ultraderecha franquista y, a principios de los años 2000, el acoso y ataque a su obra más emblemática, El Bosque Pintado de Oma, por parte del entorno de ETA.

Su militancia contra la banda terrorista vasca y su apoyo y respaldo activo a sus víctimas (fue autor del logotipo del Foro de Ermua y fue una de sus caras más visibles) le obligó a vivir escoltado desde el año 2000 hasta 2012.

Esta libertad personal la ha llevado también al campo del arte, en el que ha tenido etapas en el que su pintura ha sido de claro matiz impresionista y otras de estilo expresionista y también racionalista, con incursiones en lo que se ha dado en llamar "Land Art" o arte natural, corriente con la que no le gusta que le vinculen, ha recordado José Ibarrola.

"Es un artista muy difícil de clasificar -ha confesado su hijo-, porque ha sido muy de mezclar disciplinas y movimientos artísticos. Yo diría que es un artista muy fronterizo porque siempre ha bordeado las fronteras del arte".

No obstante, José Ibarrola ha destacado que la constante en la obra de su padre ha sido su cerrada defensa de que el arte "tiene que estar al servicio de la sociedad" y ocupar el espacio público para disfrute de todos, defensa que hizo tanto durante la época del franquismo, como posteriormente, ya en la democracia, con obras como el mencionado Bosque Pintado de Oma o los cubos de Llanes.

El propio Agustín Ibarrola ha señalado en numerosas ocasiones que "el arte deber ser un servicio público; las obras, por supuesto, también tienen que estar los museos, pero la gente debe sentir que es propietaria de la cultura y del arte, y no pensar que eso es cosa de los entendidos y que deben estar en un altar, lo que en el fondo son los museos".

El artista vizcaíno ha reconocido en este sentido que tiene "mucho miedo" a que la gente no entienda su arte, "pero comprendo que la gente no tiene ninguna razón para entender de arte, por eso -agregó- me doy por satisfecho si la gente se familiariza y poco a poco va preguntándose qué representa".

Agustín Ibarrola es autor de reconocidas obras e intervenciones artísticas como "El Bosque de Oma (Vizcaya)", (1982-1991), "Piedras y árboles" (1999) en Allariz (Ourense), "Los Cubos de la Memoria" (2001-2006) en el puerto de Llanes (Asturias), las traviesas del Ruhr, en Bottrop (Alemania), (2002), las Piedras pintadas en Garoza (2005-2009, Muñogalindo, Ávila), y de monumentales esculturas en acero, con traviesas de ferrocarril, madera o cartón, y de numerosas esculturas donadas en homenaje a las víctimas de ETA.