- Tras escudriñar las aristas en las biografías execrables de Chaplin, Gandhi, Hemingway o John Belushi, Malcolm Otero y Santi Giménez ofrecen en su nuevo libro, Instrucciones para pasar a la historia, una guía para ello siendo despreciable.

Giménez, en el tono humorístico que caracteriza su obra, señala: "Tras el apabullante éxito de los libros anteriores, aclamados por la crítica internacional, nos propusimos a darle la vuelta al argumento de buscar la cara B de las personalidades admiradas de la humanidad y, tras hacer cerca de 200 biografías críticas, nos dimos cuenta de que había rasgos comunes entre ellos". Fue así como se plantearon hacer "un ensayo crítico que, más allá de explicar vidas de supuestos santos, cuestionara las cualidades que se supone que debe tener un buen ciudadano".

Carecer de cualquier principio moral, maltratar animales, ser pederasta, misógino, sucio, tramposo, estafador, fanático religioso o simplemente haber nacido francés son algunos de los 'consejos' que Otero y Giménez proporcionan en su peculiar manual. Giménez aclara que este nuevo libro es diferente de los anteriores dedicados a los Ilustres execrables, porque tratan de "cuestionar comportamientos y actitudes y se ejemplifican con anécdotas de los personajes".

Para los dos autores, la mejor arma para combatir las 'desgracias' de la historia es el humor: "El sentido del humor de la gente es impresionante y un arma imbatible. Por muy importante y poderoso que seas, al súbdito le queda siempre la ironía como única arma de defensa".

Y añaden: "En un tiempo en el que descojonarte de alguien podía costarte la vida, ahora te cierran la cuenta de Twitter, la gente se descojonaba de tipos tan poderosos como Julio César o Napoleón. Hay chistes sobre ellos de su época realmente graciosos. Pero eso no quiere decir que sean simpáticos".

Sobre la reciente oleada iconoclástica, que ha afectado a los confederados, a Churchill, a los colonialistas ingleses, a De Gaulle, a Colón e incluso a Cervantes, Giménez recuerda que "tirar estatuas es una actitud tan antigua como la humanidad por lo que tiene de simbólico, y de hecho no certificamos la caída del comunismo hasta que se ilustró con el derrumbamiento de las estatuas de Lenin o en Irak con las de Sadam".