Autores: Carmen Larraz e Israel Pizana. Compañía Chey Jurado / Akira Yoshida. Programa: “Luces y Sombras” (Dinamo Danza). “Dynamo” (C. Larraz). “Hito” (Chey-Akira). Programación: ciclo “Con los pies en las nubes” de la Fundación Baluarte. Lugar: Claustro nuevo del Monasterio de Irache. Fecha: 19 de agosto de 2020. Público: casi lleno el espacio autorizado (gratis).

os imponentes y sólidos muros del claustro del monasterio de Irache -aún en restauración, pero con un espacio ordenado y muy agradable-, bien agarrados a la tierra y sosteniendo Montejurra, contrastan con el juego volátil de la bailarina; con las elevaciones a las que, su partenaire, la somete, siempre en esa sensación de ingravidez, de facilidad y dominio del cuerpo. Hablamos de Carmen Larraz e Israel Montenegro, que, junto al dúo Chey Jurado y Akira Yoshida nos ofrecen un espectáculo de danza muy cuajado y entretenido, y con el que atemperan, en lo posible, la situación que atravesamos. Probablemente la danza sea el arte que más contraviene los momentos que vivimos; ¡cómo no se van a tocar los bailarines! Carmen e Israel abren la sesión con un cuerpo a cuerpo en el que la bailarina sobrevuela y se ciñe al cuerpo del bailarín, que ha conseguido una gran compenetración con ella, hasta tal punto de que esos pasos, sin duda arriesgados, sean tan cotidianos como una conversación, con su complejidad de encuentros y desencuentros. Israel es un soporte muy firma a las evoluciones de la bailarina, que, como siempre, es de admirar por su fraseo controlado, por la cadencia hermosa de las subidas y bajadas. Es un ejercicio mudo de música. Algo abstracto, aunque se entiende bien la relación. Carmen Larraz, en su solo de Dynamo, se reafirma en su calidad de pureza de líneas: plantes soberanos sobre un pie, introversión recogida en suelo; tensión extravertida cuando abre los brazos al infinito, y deseo de salir a la luz desde la música oscura de Galindo y Pinaza.

Hito es un paso a dos magnífico de Jurado y Yoshida. Una verdadera sorpresa que arranca con una discreta comicidad y devienen en un alarde de movimientos novedosos, basados en la robótica, algunos, por los cortantes y mecánicos; de un tempo, a veces, vertiginoso; y, excepcionalmente bien realizados. Juegan con el espacio, lo curiosean con una brújula sin norte. Al comenzar la música, sus cuerpos, de aspecto vagabundo y feísta, se transforman en verdaderas máquinas de danza. Cuando se lo proponen coinciden en una simetría cuadrada al milímetro, con movimientos, además, muy marcados y puntiagudos. Es una danza que se revela muy potente, que desfallece en toda su trayectoria. Incluso, cuando hacen suelo, no se dispensa su compenetración; siempre hay una tensión que llega al público, sorprendido por la próxima mueca. Miméticos, especulares si se lo proponen, de extrema precisión, sin titubeos, en la parcelación del movimiento, con todas las partes del cuerpo. La música, muy adecuada, les impone un ritmo implacable, que dibujan, eficazmente, con cierta violencia, a veces, también acotada al milímetro. Me ha sorprendido la danza de estos bailarines porque engancha con su fuerza, nacida de muchas horas de ensayo. No hay trampa. Nada hay dejado al azar. Y, a la vez, todo parece libre y desenvuelto. Los dos vagabundos, en realidad, tienen una disciplina desde la que pueden bailar todo.