Intérpretes: Farruquito, Marina Valiente, al baile. Remedios Montoya, Mari Lizárraga, Pepe de Pura, Ezequiel Montoya, Ismael de la Rosa, al cante. Antonio Santiago a la guitarra. Antonio Moreno, a la percusión. Programación: Flamenco on Fire. Lugar: Auditorio Baluarte. Fecha: 28 de agosto de 2020. Público: lleno el espacio permitido (38,90 euros la entrada más cara).

pesar de estos malditos pesares // que tanto pesan en mi alma…” Canta una soleá. Y, efectivamente, a pesar de todo lo que estamos viviendo, la gente tenía ganas de flamenco. Ordenadamente, por varias puertas, con personal reforzado, muy amable, indicando, desde la calle, las entradas, y algunas mascarillas con lunares, el público llenó -hasta lo permitido- el Baluarte. Farruquito tiene cartel, y no defrauda; aunque, en esta ocasión -como en todos los espectáculos que se van retomando- queden pendientes algunos ajustes; con una trouppe un tanto desigual en calidad; y un programa con mucho cante y de soberbios retazos del baile de Farruquito, pero que se me quedó un poco corto, de tiempo, en escena, y, en algún momento, abusó del plante en el proscenio, provocando los aplausos como sin terminar la faena. A mi juicio, el gran bailarín sevillano ha añadido, sobre todas las cualidades de ímpetu y fuerza que tenía, una elegancia nueva que le da un peso y un poso a su baile, por encima de su famoso virtuosismo de taconeo y sus inconmensurables giros. Para mí, el momento cumbre de la velada fue el baile quieto, y sin embargo potente y acompasado, solo con las palmas sordas de fondo. Fue un momento mágico, ahí se vio el ritmo interior que guarda este hombre y que, casi, sin moverse, lo marca todo. Y es que, la austeridad con profundidad -en contra de otros momentos de gritos y visceralidad un tanto impostada- es de lo más hermoso. Tiene Farruquito una entrada en escena bonita -elegante- como de lazarillo que guía al cantaor. Esa primera parte del espectáculo es de signo dramático -él vestido de negro- y el ambiente tenebroso. Son los primeros pasos y los primeros plantes en el proscenio a lo que el público responde con entusiasmo. Se cambia, radicalmente, al tiri ti tran tran tran por alegrías: todo es luminoso, él muy bien vestido -con un traje claro y pañoleta, usará la chaqueta de capote, como se suele hacer-. Es magnífico el recorrido que hace por el escenario, abarcándolo todo en segundos: lo debería haber repetido más. Y la tercera parte, ya de gala, encara el final. Sonaron soleás, bulerías lentas, soleá por bulerías, alegrías, tangos… Juan Manuel Fernández Montoya deja su arte en todo lo que baila, interactúa con los cantaores y hasta juega con las sillas. Como artista invitada venía Remedios Amaya, todo un mito del flamenco. Remedios canta con extraordinario gusto -en su línea, no se sale-, voz potente y bellamente oscura, que arrolla con su volumen y presencia; se llevó una gran ovación, ya antes de cantar, y fue por tangos, con carga visceral, pero sin exagerar, incluso con matices en más piano, y diminuendos sentidos, se ganó al público, que le coreó su Turu turay. La cantaora del elenco, Mari Lizárraga, sin embargo, exageró su gemido, avasallando, en algunos momentos, con su voz y presencia. Al cante, también, Peper de Pura, un veterano con hondura; y el tándem Ezequiel Montoya e Ismael de la Rosa, Bola, dos jóvenes que dialogaron en algunos momentos con voces limpias y falsetes delicados -Montoya en unos agudos luminosos-. Se agradecen estas voces relativamente nuevas; en el flamenco el rajo en la voz, se admite, pero hoy día está en casi todas las voces.

Corrió con la responsabilidad fundamental de la guitarra, Antonio Santiago Ñoño: -casi sin ensayar, comentó el bailaor-; con un gran sentido de la adaptación y acompañamiento a todos; en especial a Remedios. En la percusión, Antonio Moreno, Polito, con su momento estelar a trío con Farruquito y Marina Valiente, bailaora del elenco. Marina cumplió con sus solos y sus cortos cara a cara con Farruquito. En el jaleo final, Farruquito toma la guitarra y su tropa baila, aunque no tanto como otras veces; hasta el percusionista. Se van entre aplausos. Eso sí, Farruquito sigue sin bailarnos una farruca (¿?) .