Intérprete: Pablo López actuó solo con su piano (y una canción con guitarra acústica). Era el último concierto de su gira Piano y voz. Fecha: 03/10/2020. Lugar: Navarra Arena. Incidencias: Lleno, entradas agotadas con varias semanas de antelación.

l Navarra Arena lucía el mismo aspecto que en las últimas citas, con la pista ocupada por mesas y taburetes. El personal que allí trabaja se deja la piel para que la cultura siga abriéndose paso y, en estos tiempos difíciles, lo hace con la diligencia y amabilidad de siempre, nunca está de más recordarlo, ya que su labor es indispensable para que podamos disfrutar de la nutrida y variada oferta cultural de la que seguimos gozando en Pamplona. Así fue posible que, cumpliendo todos los requisitos sanitarios, el pabellón volviese a llenarse y a ser, una noche más, un lugar totalmente seguro. Porque sí, repitámoslo todas las veces que haga falta: la cultura es segura. Y en esta situación, más necesaria que nunca.

El sábado fue Pablo López el que se subió al escenario del Arena. Ya lo conocía, pues actuó en él antes de la pandemia (también en Baluarte). En esta ocasión, vino solo con su piano, adaptando el formato de su actuación a las restricciones de aforo. La actuación no se resintió por ello, pues es el instrumento sobre el que se sostiene la inmensa mayoría de sus canciones. Arrancó con una introducción machadiana (“caminante no hay camino, se hace camino al andar”, cantó los versos adaptados por Joan Manuel Serrat) y continuó con un repaso de los tres discos que tiene en su haber, tales como Mariposa, El patio, muy aclamada, Dos palabras o La mejor noche de mi vida, dedicada a una niña, Carmen, que estaba sentada muy cerca del escenario y que llevaba un cartel con alusión a esa canción; al terminarla, el artista tuvo el detalle de hacerle llegar el folio en el que tenía apuntado el repertorio de la noche.

Sus composiciones son sólidas y algunas tienen especial pellizco, aunque parece que el secreto de su conexión con el público no se debe tanto a ellas, sino al carisma que él mismo desprende. En realidad, continúa una fórmula que popularizó hace años Alejandro Sanz: baladas en carne viva cantadas con voz arrebatada y cazallera, rasgándola hasta romperla cuando resulta preciso. Él aporta su propia personalidad, tocando las teclas de su piano y aporreando la tapa cuando quiere aportar algo de percusión, señalando al público y levantándose cuando necesita de su complicidad con las voces o las palmas.

El momento especial (y atípico) de la velada llegó con Lo saben mis zapatos, en la que agarró su guitarra y bajó del escenario para cantarla entre las mesas. No contento con eso, después subió a los palcos para continuar con la canción (de los estribillos se hizo cargo el público). Hubo que esperar algunos minutos para que volviera a aparecer sobre las tablas y pudiera sentarse ante su piano, pero sus seguidores le agradecieron el gesto. Y aunque ese episodio rompió el ritmo del concierto, ya solo quedaba rematarlo con Enemigo, cantada casi en su totalidad por la concurrencia y, a modo de bis, KLPSO, con la que echó el cierre a la actuación y a una gira de treinta fechas recorriendo el país con su piano.