El investigador onubense, protagonista de uno de los Focos Contemporáneos del festival, presentará este jueves su película Nueve Sevillas; el viernes 19 compartirá una charla, a las 16.00 horas, con Idoia Zabaleta, y el sábado a la misma hora asistirá a la proyección de La pel.licula, un proyecto que realizó en 2005 en el que puso una nueva y peculiar banda sonora a Perros callejerosPerros callejero, de José Antonio de la Loma (1976).

En los últimos tiempos, además de continuar con sus otras facetas, está adentrándose más en el mundo del cine.

-En realidad, la llegada a Nueve Sevillas con Gonzalo García Pelayo fue un poco azarosa. Y la experiencia fue muy buena. En mi trabajo siempre hay algo que me ha interesado mucho y que en el campo del arte me cuesta dar a entender, y es ese sistema de producción que he encontrado en el cine. En el cine hay muchos lenguajes que se interrelacionan, desde la gestión de cómo se hace una película hasta el diseño de producción, la música, el montaje... En todas las fases hay una serie de colaboraciones colectivas. Es cierto que hoy, con el abaratamiento de los recursos tecnológicos, muchos creadores se lanzan a filmar solos, pero a mí me interesa la idea de la producción, del equipo.

Este jueves se proyecta ‘Nueve Sevillas’, película en la que nueve guías muy especiales, desde la bailaora chilena Javiera de la Fuente hasta el poeta David Pielfort, la abogada gitana y feminista Pastora Filigrana, el palmero y bailaor Bobote o la torera Vanesa Montoya, trazan una geografía flamenca de la ciudad. ¿Qué mapa de Sevilla resulta?

-Es una película que argumentalmente tiene mucho que ver conmigo, de hecho surgió a raíz del cartel que hice para la Bienal de Flamenco 2018. Estos nueve personajes ofrecen un retrato de Sevilla muy poco usual, pero que yo tengo por la verdadera. Y no elude la Sevilla central. Por ejemplo, hay una escena en Triana con una mujer, gitana, torera y sexualmente no binaria, de manera que a la vez que entra en la médula del tópico, ofrece otra forma de verlo. De los protagonistas, casi ninguno es sevillano, casi todos problematizan qué significa ser sevillano, y, en ese sentido, partiendo de esta manera distinta de ver la ciudad se construye otra mirada de ver el flamenco también.

Además de estos protagonistas recorriendo la ciudad, el filme incluye imágenes de actuaciones de Israel Galván, Rosalía, Silvia Pérez Cruz, Niño de Elche... ¿Qué lugar ocupan estos artistas en el flamenco actual?

-Con todos ellos he trabajado de una manera o de otra y, por mucho que ellos mismos digan, son la idea hegemónica de lo que hoy se entiende por flamenco. Artistas como Israel Galván, Rocío Molina, Niño de Elche o Rosalía son los que están actuando en el mundo; no tienen comparación. Y como digo, son más hegemónicos de lo que ellos piensan, porque a veces creen que lo suyo es más radical y vanguardista, que también lo es, pero hoy no hay festival que se precie en el que no estén.

Muchas veces se refiere a ellos como flamencos radicales.

-Me gusta mucho ese término en un doble sentido. Por un lado, porque son radicales en el sentido vanguardista del término, porque llevan su arte hacia un extremo, y, por otro, en el sentido de la raíz, de que son gente que se toman mucho más en serio el flamenco que los que están todo el día hablando de la pureza y esas cosas. Por eso en la película también está Inés Bacán, porque aunque viene más de la tradición, no encaja en ese concepto de flamenco clásico o neoclásico que difunden muchas veces las televisiones. En realidad, a mí me gustan este tipo de artistas no porque sean más o menos modernos, eso es una banalidad, sino por su entendimiento radical de lo que hacen.

Lo que queda claro es que dentro del flamenco confluyen distintos universos. ¿Conviven bien?

-En el flamenco pasa como en todas las artes. Fíjate lo que decía Angélica Liddell esta misma semana sobre su relación con los teatreros españoles... En el flamenco hay tensiones, discusiones... Yo estoy muy acostumbrado a las críticas en las que nos masacran e incluso a los insultos, y cuando me llaman artistas para trabajar conmigo les digo ‘tú ya sabes lo que va a pasar, ¿no?’, pero aun así deciden seguir (ríe). Pero ya digo que no es algo propio solo de este género.

¿Los roces siempre se producen con quienes reivindican el flamenco como un arte exclusivamente gitano y si me apura, andaluz?

-En realidad, es un arte gitano y andaluz, pero no solo. Entiendo que hay unos debates que son interesantes porque son fructíferos, pero hay otros que son de tipo peripatético que simplemente buscan el ‘aquí me la llevo yo’. Se vio claramente con la irrupción de Rosalía. Muchísimos de los que al principio echaban pestes, a medida que ella los fue llamando para colaborar en algo fueron cambiando de opinión. Con Israel (Galván) es con quien más he trabajado y recuerdo que cada vez que estrenábamos un espectáculo la crítica nos machacaba, pero venía el director del teatro o del festival correspondiente y nos garantizaba espacio para nuestro nuestro próximo estreno. Y en Francia no parábamos de vender. Lo que ocurre es que con la pérdida de poder de la prensa, que prácticamente no puede pagar a los críticos, estos se han refugiado en las redes y ya se sabe que en las redes hay que hacer ruido. Todo eso se ha convertido en una especie de barro que salpica mucho, pero nada más. Unos me llaman gitanista, otros antigitanista, lo mismo dicen que soy animalista que antianimalista...

Pedro G. Romero defiende que el flamenco es político en el sentido de que es una forma de esta en el mundo. ¿A qué se refiere?

-Para mí el flamenco es un modo de hacer, de entender el mundo y de practicar un arte particular. Pasa lo mismo con sus gemelos, el fado, el tango, el blues, el son. Y es curioso, porque el flamenco en realidad está en el borde de lo político porque cuando se constituyó lo hizo en esferas sociales que estaban casi excluidas de la política. Era gente que no tenía participación en la vida pública, marginados, delincuentes, vagabundos, bohemios. En cambio, la circulación del flamenco obviamente es política porque se hace en teatros, en medios de comunicación, en discos...

¿Qué opina cuando critican a Rosalía de apropiación cultural?

-Pues que el flamenco, y tantas otras artes, está construido a base de apropiaciones culturales. Lo que la gente no acaba de entender es que la propiedad intelectual es muy reciente, del siglo XIX. En la época de Cervantes, por ejemplo, escribir novelas originales estaba mal visto; se tomaban siempre argumentos que ya existían. Los Hecatommithi de Cintio o el Decameron de Boccaccio inspiraron la mitad de las obras que escribieron Lope y Shakespeare. Y los italianos a su vez habían creado sus cuentos con historias anteriores. Así es como se construye la cultura occidental, de modo que hablar de apropiación cultural es de una ignorancia increíble, pero, para colmo, cuando se le achaca a Rosalía es multiplicar esa ignorancia por siete. Como si Barcelona no fuera tan importante para el flamenco como cualquier otro lugar.

¿En qué sentido?

-Hay dos revoluciones en el flamenco que fueron catalanas. Una de ellas es Carmen Amaya, en el baile, y la otra, Miguel Borrull, en la guitarra. Carmen Amaya empezó en los años 30 del siglo pasado a bailar como nunca se había hecho antes. Ella fue la primera y hoy en día muy pocas artistas están fuera de su área de influencia, pero la gente sigue pensando que eso es de origen andaluz, por aquello de las esencias identitarias y esas cosas. Así que cuando se habla de apropiación cultural me da la risa. Es un discurso barato. Eso sí, una de las grandes contribuciones de los gitanos al flamenco es que por sus propias circunstancias culturales, el flamenco no acaba de ser nunca, y gracias a ellos, ni andaluz ni español.

Se nota que le cansa mucho el eterno conflicto entre modernidad y tradición en el flamenco.

-Es que una de las cosas que más me interesan del flamenco es que es un arte anacronista en el que no existen los términos de tradición y vanguardia propiamente dichos. En el flamenco cohabitan siempre varios tiempos a la vez.

Ha habido varios artistas que se han acercado al flamenco, caso de Jorge Oteiza, al que le interesó mucho el concepto de ‘jondo’ para aplicarlo a su cosmovisión.

-Oteiza reelaboró muchos de sus conceptos a partir de las lecturas de flamenco y de una cierta tradición que pasa también por la tauromaquia y por Goya, y después los pasó a su cosmovisión del pueblo vasco. Curiosamente, ahora estoy trabajando con la bailaora Lucía La Piñona en reconstruir una pieza de flamenco experimental que alentó Oteiza de la bailaora Rocío Escudero y que se estrenó en la Semana de Artes de Irun de 1962. Siempre me ha interesado el acercamiento de Oteiza, que es uno de mis artistas favoritos, al flamenco.