obrarpor dar una entrevista es práctica poco conocida en el mundo de los medios, salvo en la denominada prensa del corazón, del papel couché, de las celebrities. En otros pagos, el pagar por hacer una entrevista en exclusiva a un personaje de actualidad, es práctica profesional que no levanta protestas, quejas, ni denuncias. El pasado fin de semana, los gestores de Atresmedia en sus canales A3 y La Sexta se permitieron el lujo de comprar y emitir una larga entrevista de la mediática Oprah Winfrey con la también mediática Meghan, pareja de un nieto de la familia real británica de la que han sido expulsados como si de paraíso terrenal se tratase. Al comienzo de la citada entrevista, la presentadora sentó las bases del programa: todos los asuntos que saliesen serían contados en su totalidad con verdad e integridad, además no habría limitaciones en las cuestiones a tratar y no se cobraría ni un duro por el tiempo de conversación. Las entrevistas facturadas se asemejan más al publirreportaje que a una pieza periodística pura y dura. Con estas premisas arrancó el espacio mediático cuidado en sus modos y maneras exquisitas, como producto de excelencia. En un ambiente meticulosamente preparado Oprah y Meghan, y posteriormente Harry apareció por el jardín-plató, trenzaron un programa en parte propagandístico, en parte divertido con cierto tono informativo. Muchos minutos con situaciones de tensión, acusaciones de racismo a parte de la familia real y relatos de desafecciones personales que llevaron a Meghan al borde de tendencias suicidas con el recuerdo persistente de Lady Di en el ambiente. La presentadora consiguió arrancar pasajes de emoción peliculera con una Meghan dotada para la interpretación y habilidad frente a las cámaras. El pasado trágico de la familia sobrevoló el jardín en el que se realizó el programa y en esta ocasión el amor del príncipe y la plebeya triunfó sobre las maquinaciones y manejos de la poderosa familia real. Buen ejercicio periodístico a la americana, buena actuación de la castigada Meghan y contenida presencia de un príncipe destronado. Como de película, como serie de tele. Real como la vida misma.