Rinde homenaje en este ciclo a Vivian Gornick, ¿por qué la ha elegido? ¿Qué le vincula a esta escritora?

A ella me vinculan sobre todo los tres libros de memorias que publicó Sexto Piso y que aquí en España los conocimos tarde, en 2015, y también me une una casualidad, que hace algunos años, cuando yo estaba empezando la universidad, llegó a mis manos un libro, Escribir narrativa personal, obra de Vivian Gornick. Una especie de manual de escritura alucinante. Y yo en su momento no sabía que Gornick era Gornick, pero ese libro se me quedó dentro, y años más tarde, cuando llegué a Apegos feroces, empecé a vincular ciertas cosas.

Su intervención de este jueves en Condestable alude, por su título, al libro ‘Apegos feroces’, ¿qué le ha aportado esta obra de Gornick?

Para mí fue uno de esos libros de los que no te puedes despegar una vez entras en ellos. Para mí fue reveladora la forma en la que ella describe un entorno y unas relaciones sociales que me eran extraordinariamente familiares, haciendo de ello una literatura sofisticada y elegante. Fue el encuentro con algo que me resultaba muy muy familiar: ese bloque de pisos, esa vecina, Netti, esa relación complicada y tensa con la madre..., nunca antes había visto una narración así.

Dicen que la relación más intensa, más influyente de toda vida es la de madre-hija. ¿Lo siente así?

Yo no creo que siempre sea así porque no me gusta atenerme a discursos esencialistas, pero en mi caso particular sí que fue así. Yo me crié de alguna forma con una relación triangular muy similar a la que explica Vivian Gornick en Apegos feroces, con mi madre, con mi abuela y también con la vecina de mi abuela, a la que llamábamos la Carmen de arriba. Y de hecho hay un personaje muy similar en mi novela Listas, guapas, limpias, que es Lulú. En mi caso sí que socialicé muchísimo entre mujeres y es algo central en mi educación; son los referentes principales de los que he bebido, pero no creo que siempre sea así, no creo que sea algo natural. Lo que pasa es que es evidente que el patriarcado ha hecho que buena parte de la educación y de los cuidados se haya delegado tradicionalmente en las mujeres, y por eso son tan importantes en el seno de una familia.

¿Qué le aportaron esos referentes femeninos para ser quien es hoy?

Esos referentes anclados a mi cotidianeidad y a mi familia fueron mis referentes intelectuales, porque yo vengo de una familia con un capital cultural limitado, teníamos esos libros de los que venían en El País Semanal, en colecciones, y llegué a todo de una forma un poco accidental, intuitiva, y mis mentores intelectuales fueron mi familia. Y una de las cosas que muestra Gornick es que en esa familiaridad, en esas comidas, tertulias y sobremesas, ya había ahí primero muchísima política, y segundo, también literatura. También fue así en mi caso.

¿Y el feminismo cómo y cuándo llegó?

De una manera también intuitiva. No provengo ni nadie de mi entorno provenía de entornos de militancia activa en movimientos feministas. Más o menos empiezo a familiarizarme y a sentirme cómoda con la palabra a los 19 ó 20 años. Pero recuerdo que la primera vez que me llamaron feminista fue en el colegio, en 4º de la ESO, y me lo tomé fatal, como un insulto, y me enfadé muchísimo.

Vamos avanzando, porque ya no tiene un sentido peyorativo el término feminista.

Totalmente. Es un cambio importante que hemos conseguido.

¿Y el término feminista radical? El feminismo es en sí mismo radical, porque conlleva un cambio total...

Yo lo veo así. Y yo siempre le quiero de alguna forma robar la palabra al feminismo radical trans-excluyente, que se ha apropiado de ese concepto. Yo me considero una feminista radical, trans-incluyente, por supuesto, y considero que la radicalidad está ahí en lo que mencionas: para mí el feminismo supone un giro tal al sistema y a la forma de hacer las cosas que es evidente que es un movimiento radical. Además yo tampoco sé desvincularlo del anticapitalismo, y creo que poco a poco nos estamos dando cuenta de cómo el capitalismo y el patriarcado han sido elementos indisociables y que se han retroalimentado, y que no podremos escapar de uno sin escapar del otro también.

El riesgo es que el feminismo se quede en una moda y sea engullido y comercializado por el capitalismo, volviéndolo algo superficial. ¿Cómo luchar contra eso?

Sí, el capitalismo es experto en reproducirse a sí mismo y en encontrar todas esas fisuras para no acabar de morir y transformarse, y con el feminismo lo ha hecho igual que con otros movimientos, y ahora lo vamos a ver cada vez más con el ecologismo. Yo confío bastante en que las nuevas generaciones empiecen a entender la disfuncionalidad estructural del propio sistema; mientras seamos conscientes de que el problema es del sistema podremos luchar contra ello y no dejar que nos engulla. Es importante que se piense en el anticapitalismo no como una idea de hippies idealistas o utópicos absurdos, sino como algo vital y que está vinculado directamente con nuestra supervivencia.

La lectura siempre es un arma potente, nos abre la mente, nos invita a pensar, a conocernos a nosotras mismas, a ser críticas...

Sí, pero la lectura no es imprescindible. No creo que por leer uno vaya a estar bien situado y politizado y vaya a entender el lugar en el que está. Sin embargo sí creo que la lectura, aparte de dar mucho gusto y de ser muy placentera, ayuda a pensar y sobre todo a ver cómo piensan otros. Es un ejercicio interesante, pero no esencial para estar bien situado en el mundo.

Volviendo a Vivian Gornick, ¿qué obras de esta escritora recomienda como imprescindibles?

Sobre todo los tres libros traducidos al castellano por Sexto Piso, Mirarse de frente, La mujer singular y la ciudad y Apegos feroces; y me consta que pronto la misma editorial va a traducir más cosas, pero yo recomendaría empezar por ahí. Luego tiene muchísimos ensayos en inglés, claves para entender el feminismo de la segunda ola, donde Gornick se inscribe, y son interesantísimos y súper lúcidos. Y por supuesto también recomiendo ese librillo que a mí me marcó tanto, Escribir narrativa personal, lo único que está descatalogado. Por suerte yo tengo fotocopias. Habrá que esperar a que lo editen...

¿Está de alguna manera la esencia de Gornick en su novela ‘Listas, guapas, limpias’?

Yo creo que de alguna forma sí. Está ese tejido barrial, vecinal, esos apegos de los que habla Gornick que son esenciales y también contingentes. Me gusta de ella esa minuciosidad y la precariedad de las relaciones sociales, la imposibilidad de establecer una intimidad en un mundo acelerado, rápido, extraño, y eso sí que está porque forma parte de algunas de mis obsesiones, esas costuritas del ser humano, esa tristeza casi existencialista por simplemente estar.

¿Todavía se dice a las niñas que han de ser ‘listas, guapas, limpias’?

Creo que sí, lamentablemente, pero mucho menos. El feminismo ha sido muy pedagógico y cada vez se hace un esfuerzo mayor por romper esos roles de género.

¿Por qué frase cambiaría esa? ¿Qué le parece importante que se les diga a las niñas de hoy?

Que hagan lo que quieran y que sepan decir no. Nos educaron mucho en la complacencia, en el sí, y yo les invitaría a decir no y a parecer enfadadas, a estorbar un poco. Ni el enfado ni la negación se nos han permitido mucho a las mujeres. Yo habría agradecido que se me hubiera animado a ser un poco más así.