Después de la exitosa trilogía dedicada a los Banu Qasi, una novela centrada en Hasday, médico judío del califato de Al Ándalus, y otra en tiempos de Sancho el Fuerte, Carlos Aurensanz regresa al siglo XX, concretamente a unos más tarde de la fecha en la que ubicó La puerta pintada para contar la historia de un grupo de mujeres que, pese a sus diferencias, cosen una unidad que las hace salir adelante en una sociedad de grandes diferencias sociales, obligados silencios y entrometidos consejos eclesiásticos.

En 2018 hablamos sobre 'El Rey Tahúr', novela ubicada en el siglo XII, en tiempos de Sancho el Fuerte. Ahora vuelve con 'El tejido de los días', historia que sucede en el año 50 del siglo pasado. ¿Necesitaba volver a acercarse a nuestra historia reciente?

-Más que nada, necesitaba de nuevo hacer un paréntesis. La novela histórica es muy exigente en cuanto a la necesidad de rigor y de atenerte a hechos reales que cuentan en las crónicas. Después de la trilogía Banu Qasi sentí esa necesidad de escribir con más libertad y de dar más vida propia a los personajes sin tener que estar atado a un guión preestablecido. Tras aquella incursión que fue La puerta pintada, volví a publicar dos novelas históricas, Hasday, el médico del califa y El Rey Tahúr, y ahora tenía una historia en la recámara que me apetecía contar y pensé que era el momento de recuperar esa libertad narrativa.

Ubica la historia en Zaragoza, ciudad de la que incluye abundantes y detalladas descripciones de calles, plazas, tiendas, cafeterías, hoteles, incluso del antiguo campo de fútbol de Torrero, distrito donde también estaba la cárcel y el cementerio en esta época.

-Sí, y me ha gustado jugar con esos detalles. Como es una historia que transcurre en fechas concretas, con capítulos encabezados por días, me apetecía investigar, por ejemplo, qué película ponían en ese momento en los cines. O si iba a contar que Andrés y Sebastián se van al fútbol, quería saber qué partido se jugó y cuál fue el resultado. Para mí ha sido un divertimento.

Pero habrá sido costoso reunir toda esa documentación.

-Pues pensaba que documentar una novela en los años 50 me iba a resultar mucho más sencillo que hacerlo con una historia del siglo X, pero me he encontrado con problemas a cada párrafo. Te surgen dudas continuamente. Por ejemplo, hay un personaje en un hospital y tenía que saber si ese año había penicilina en Zaragoza. Son detalles pequeños, pero que te paran y te obligan a investigar sobre la marcha.

¿Por qué Zaragoza?

-La novela tiene su origen en una historia real de la que tuve conocimiento por una persona cercana a mí. Se trata de la peripecia de una chica que llega desde el pueblo a servir a casa de una familia acomodada de Zaragoza. Además, esta es una ciudad muy cercana para mí, tengo familia y amigos, estudié allí y la conozco bien.

La novela empieza con Julia yendo al cementerio a llorar ante la tumba de su pareja, Miguel, un republicano que luchó en la Guerra Civil contra el ejército golpista, pero que también participó en la Segunda Guerra Mundial.

¿Quería establecer esa estrecha relación que existió, aunque durante mucho tiempo se tapó, entre la contienda española y la guerra contra los nazis?

-Me apetecía contar aquella peripecia porque justo había estado leyendo sobre La Nueve, compañía formada por españoles republicanos que fue la primera en entrar en París en el momento de la liberación. Me apetecía indagar de dónde venían, comprobando que eran exiliados, soldados republicanos que habían tenido que cruzar la frontera para ir a parar a campos de concentración y de los que muchos se incorporaron a las fuerzas que luchaban contra los nazis. Esta historia ya daba para una novela en sí misma, pero en esta la he incorporado un poco de soslayo. Me hubiera gustado centrarme más en eso, pero no puedo darle cancha a todo. Bastante tiendo yo a hacer novelas largas como para encima meterme en otros berejenales; me habría ido a 800 o 900 páginas y no podía ser.

Julia Casaus es, en gran medida, el motor que mueve la historia y las vidas del resto de personajes. Una mujer nada común para su época: culta, madre soltera a la fuerza, liberada, empresaria... ¿Se inspiró en alguien para este personaje?

-Fíjate que la protagonista en principio iba a ser Antonia, que es el personaje basado en la historia real que antes mencionaba. De hecho, el primer título que anoté cuando empecé a escribir la novela era La sirvienta. Y Julia era un personaje que necesitaba para darle el contrapunto a esa chica de pueblo educada en una determinada circunstancia. Imagínate el papel que se dejaba a las niñas y a las mujeres en el sistema educativo y social del franquismo. Julia era perfecta porque había tenido la influencia, a través de Miguel, de esas ideas que venían del otro lado de los Pirineos y al principio iba a ser un personaje de acompañamiento para Antonia, pero a lo largo del proceso de escritura fue ganando protagonismo hasta el punto de arrebatárselo.

Al principio parece que va a haber una protagonista, dos como mucho, pero la historia se va a abriendo y al final es un relato coral.

-Sí. Todos los personajes que aparecen en la novela tienen interés. Confluyen en la mansión de los Monforte y me apetecía dibujar aquella sociedad dual de los años 50. Por un lado, la mayor parte de la población de Zaragoza seguía pasando hambre, penurias y escasez -hasta el 53 existieron las cartillas de racionamiento-, y, por otro, había una élite dominante que vivía en la opulencia. Eran los vencedores de la Guerra Civil, empresarios y gente bien situada que había colaborado con el régimen y que estaba recibiendo su recompensa.

Muchas veces cometiendo delitos que estaban duramente castigados para el resto de los mortales. Como el estraperlo.

-Eso es. La corrupción en el régimen estaba a la orden del día. La historia oficial contaba que el estraperlo estaba originado por el pequeño trapicheo de la gente de menos recursos que vendía en el mercado negro, pero no era así. El gran estraperlo estaba controlado por los gerifaltes del régimen. Eran ellos mismos los que provocaban la escasez y el alza de precios para enriquecerse.

A pesar de que, en efecto, esta es una novela más bien coral, da la sensación de que casi todo descansa en ellas, en esas mujeres de posguerra que experimentaron un tremendo retroceso en sus derechos y a las que parece rendir homenaje.

-Imagínate lo mal que lo tuvieron que pasar. Es una generación que vivió su primera niñez durante la guerra y su juventud durante la posguerra, sometidas a una presión social que determinaba que su único papel era ser esposas y madres. Se las redujo a eso. A modo de homenaje y reconocimiento quería retratar a ese otro tipo de mujeres que también existieron y que lucharon por no cumplir con lo que les imponían. Incluso mujeres como Antonia que, aun siendo reticentes por la educación recibida, también se atrevieron a romper con el destino que otros habían pensado para ella.

'El tejido de los días' es un ejemplo de hermandad y unidad entre mujeres a priori muy diferentes.

-La novela muestra unidad y también influencia entre ellas. He disfrutado escribiendo los diálogos. Cuando yo las juntaba en el salón de costura o en cualquier otro lugar no sabía por dónde iban a ir esas conversaciones, las dejaba fluir gozando, con ese descubrimiento para mí, de lo que se tenían que decir entre ellas. Lo he pasado bien narrando la forma que tenía Julia de abrirle un poco los ojos a una Antonia mucho más mojigata y educada a la antigua. De hecho, como decía, al final ha salido una novela que es homenaje a esas mujeres que supieron romper con el destino que la sociedad había establecido para ellas.

Y dentro de la sociedad, la Iglesia, que jugaba su papel en la 'educación' de las mujeres.

-(Ríe) Supongo que a lo largo de la novela dejo traslucir mis posiciones ideológicas, y ahí queda el papel de la Iglesia a través de ese padre espiritual que hace unas recomendaciones que ahora nos parecen escandalosas...

O a través del consultorio de Elena Francis.

-Sí, son cosas que he rescatado con mucho afán de exactitud. Por ejemplo, la carta que aparece reflejada en la novela es muy parecida a una real que se publicó en una recopilación de cartas de Elena Francis. Es un guiño que utilizo para reflejar cómo era aquella sociedad de los años 50.

¿La sexualidad de las mujeres también era asunto de Estado?

-Eso es. Hoy nos parecerá escandaloso que una mujer que pedía consejo a ese consultorio porque su marido le ponía los cuernos con otra mujer recibiera la recomendación de que tenía que esforzarse más para ser atractiva, de modo que él no tuviera necesidad de irse por ahí con otra, pero eso pasaba. Eran los consejos que una mujer escuchaba contuamente por todas partes.

Hábleme de la dedicatoria.

-La novela está dedicada a esas mujeres que vivieron esa infancia y esa juventud tan duras y que después fueron las que dieron a luz a la generación de españoles que mejor hemos vivido a lo largo de nuestra historia, con unas condiciones de vida que serán difíciles de repetir en el futuro próximo. Personas que, además, cuando podían estar disfrutando de un poco de bienestar en su vejez se han encontrado con esta pandemia que les ha aislado de los suyos y les ha hecho pasar por una situación que nadie podíamos imaginar.

¿Y se imagina 'El tejido de los días' en formato audiovisual?

-Me lo está diciendo mucha gente; incluso mi agente, Antonia Kerrigan, me comentó que aquí veía una serie y que iba a hacer lo posible por mover el tema. Cuando la escribía, y sobre todo cuando describía escenas en la cocina de los Monforte, me venían a la cabeza escenas de aquella serie británica, Arriba y abajo. Me encantaría que se llevara al audiovisual. Sé que es complicado, pero me gustaría experimentarlo, claro que sí.