on cinco excelentes bailarinas que trazan un relato dancístico en torno a diversos tipos de mujer y su manera de salirse de los clichés establecidos para ellas. También nos cuenta sus relaciones personales, su bajada a la violencia y posterior liberación, su mundo competitivo, y su asentamiento, ojalá que definitivo, en un mundo placentero y hermoso, lleno de luz y pétalos de rosa. El espectáculo montado por el coreógrafo Xian Martínez -con supervisión de Sayoa Belarra- es poderoso, no decae en ningún momento, tiene un buen metraje en todas sus partes, y evoluciona, a modo de creccendo, tanto en pasos técnicos, como en la reluciente conclusión. Comienza con una muy bien cuadrada simetría, rotunda y sin vacilaciones, de las cinco bailarinas a las órdenes de una percusión que las manda y condiciona, desarrollando un paso obstinado -muy de pasarela- que, al principio, se nos hace un poco repetitivo, pero que está bien pensado para crear la tensión que ya no decaerá. Hay detalles de calidad de las bailarinas, como la pose sobre un pié, estatuaria, sin cimbreos, a pesar de los tacones. A partir de aquí, se ofrecen diversos tics femeninos, como el arreglarse en el espejo. El paso a dos, especular, es otra demostración de calidad y disciplina; con momentos de suelo y una danza ya más suelta. Otro mérito de la propuesta es que los cuadros se suceden con fluidez, y nos metemos en la siguiente narración, sin que la anterior se gaste. Así, sobre un magma sonoro inquietante, otro paso a dos, quizás amoroso, deviene en violencia. Está muy bien hecho -las bailarinas se apropian de la coreografía con veracidad, sin impostaciones-. Es espectacular, por la ejecución de las intérpretes y por todo el espacio coreútico de luces y atrezzo, el cuadro de la aparición de una virgen -o novia, o espectro- que se mueve a cámara lenta -Lindsay Kemp, al fondo- y ante la que el resto del elenco quiere y no quiere acercarse. Una escena potentísima que representa cierta competitividad entre ellas, que dependen, en su danza, de un arnés que las condiciona para quedar atrapadas o liberarse. Es una escena de interpretación abierta, un tanto compleja, ese querer acercarse, o no, a la virgen parece apuntar saltarse o no comportamiento añejos; pero, en todo caso, está muy bien realizada, con dominio por parte de todas, del elástico aparato. Las elevaciones, hechas con toda naturalidad y bien fraseadas, sin penurias, es otra baza de estas bailarinas que muestran su profesionalidad. Y el final es un canto a la sensualidad, tanto individual, con una danza de liberación corporal muy extravertida; y colectiva, con una belleza evidente en todo el elenco, muy balsámica.

No se si todo el staff de este espectáculo llevan tiempo trabajando juntos, pero lo que trasciende es un extraordinario trabajo, muy compacto, y de verdadera compañía. Hay, desde luego, una base profesional en la danza, y unos guiños a los grandes maestros -la virgen, las sirgas- en la coreografía; bien asimilados y que encajan muy bien en toda la narración original que, a su vez, nos sorprende, con detalles, como el uso de zapatos de tacón, o de danza pop. El público, que llenaba la sala -lo permitido-, aplaudió con entusiasmo. Se lo merecen.

Dirección: Xian Martínez y Sayoa Belarra. Coreografía: Xian Martínez e intérpretes. Bailarinas: Casado, Jaume, F. Melero, Humenyuk, Belarra. Iluminación: Alvaro Estrada. Vestuario: P. Barcia y M. Escurís. Lugar: Casa de Cultura de Noain. Fecha: 30 de abril de 2021. Público: lleno.