Asegura F. L. Chivite (Pamplona, 1959) que se ha reído mucho escribiendo su último libro, Cada cuervo en su noche, con el que además, buscaba celebrar la vida a su manera. Así, escrita en primera persona, el escritor, poeta y columnista presenta una road novel que sigue a su protagonista en un viaje que le llevará de Madrid a Los Ángeles, con encuentros y desencuentros con un buen puñado de personajes de por medio. Todo ello, además, con el amor como telón de fondo.

Partamos de las palabras que acompañan la contraportada de Cada cuervo en su noche

-El título es lo suficientemente ambiguo como para poder abarcar cosas diversas, pero a la vez incide ligeramente en la soledad intrínseca del ser humano. Pretendía celebrar la vida con este libro, ese ha sido mi propósito. Cambiar para bien, podríamos decir. He llegado a los 60 años y tuve el privilegio de poder jubilarme a esta edad, que cada vez es más difícil, pero a los profesores todavía se nos conserva un pequeño régimen que nos posibilita esto, aunque no con el 100% del sueldo. Entonces digamos que impelido por una especie de frase que me acompaña desde hace unos años, “es más tarde lo que crees”, dije: hay que cambiar. Hay que ser más vital. Hay que intentar poner freno a la muerte, a la vejez, a la soledad, a la tristeza... Y me propuse un cambio de registro literario, buscando una voz digamos más juvenil, más celebrando lo que ha sido mi vida y tratando de emprender un camino distinto.

A nivel de cambios, narrativamente este libro muy diferente a su anterior novela, Sebas Yerri, retrato de un suicida

-Sí, aquello era una especie de puzle de fragmentos, de muy diverso género. Esto sí que es una historia, con un principio y final, con prólogo y epílogo. Tiene 12 capítulos y el desarrollo narrativo es largo, al final se ha puesto en casi 400 páginas.

En esta celebración de la vida, nos encontramos con un protagonista que se irá encontrando con una serie de personajes diversos. Y son unos encuentros basados en hechos reales, pero dramatizados un poco.

-Sí, el personaje central en este caso quiere rodearse de gente. El narrador saca a escena a su entorno un poco quizá con el secreto, deseo, de gustarles y de animarles. De que sus amigos le quieran. Uno quiere eso al fin y al cabo, conseguir que te quieran tus amigos probablemente sea uno de los propósitos menos corruptos en esta vida que se puede tener. Ser honesto emocionalmente. Quería partir de ahí. Tengo la mala suerte de que todos mis amigos son listísimos y me van a juzgar con fiereza, pero sé que van a ser comprensivos en mis excesos, porque me temo que en alguna ocasión, a veces a lo mejor, en cuyo caso me disculparía, me he podido exceder.

Ha comentado que se ha reído mucho escribiendo este libro y la ironía está muy presente a lo largo de los capítulos. ¿Diría que es un libro divertido?

-Tampoco quería hacer un libro propiamente divertido, ojalá lo haya conseguido... Quería hacer un libro honesto emocionalmente, pero con ironía. Si consigue ser divertido, además en estos tiempos... Estamos un poco apesadumbrados y abatidos por toda esta galaxia de fenómenos que supone la palabra pandemia, que nos ha afectado brutalmente a todo el mundo y a todas las generaciones, un libro de estas características ha tenido suerte de aparecer aquí. Lo escribí antes de la pandemia y ha tardado un año en publicarse, se podía haber publicado justo antes de la pandemia... Pero ahora es un momento que le viene bien.

¿En qué sentido?

-Porque tengo la sensación de que a nivel general, en la población lectora, puede haber ahora una necesidad de venganza, en el buen sentido. De tomarse la revancha con la vida o con este año. De recuperar la alegría. Creo que somos una especie vengativa y nos vamos a vengar, ya pasó en los años 20, la gente en cuanto puede, se venga. Si le han estado fastidiando y sometiendo durante mucho tiempo, en cuanto puede va a vengarse. Ese espíritu está también en este libro, pero desde el buen sentido: venganza del dolor, venganza de la tristeza...

Hablemos de ese extraño viaje que guía la novela. ¿Cómo es este periplo, de Madrid hasta Los Ángeles?

-La historia es la huida de tres personajes: el narrador en su juventud, su amada y una especie de maestro, mentor o tutor sexagenario, que los va llevando. Es la historia de una búsqueda, pero a la vez es una historia de amor. Es un viaje hacia el norte: desde Madrid va a Pamplona, donde se conocen los personajes y empiezan un periplo sin conocer el final, lo van descubriendo poco a poco. Pasan por Bayona, Burdeos, París...

¿Cuál es el motor de esa búsqueda?

-En el fondo es la búsqueda de uno mismo, pero es también la búsqueda de un cuadro, una especie de óleo doblado oculto dentro de un instrumento musical.

Resulta curioso que en esta búsqueda de uno mismo, el protagonista necesite tanto la compañía y presencia de otros personajes.

-¿Qué busca uno en la vida en realidad? Conectar. Es que, ¿acaso hay algo que no sea eso? Todo es conectar, en cuanto no conectas, ya no hay nada. Creo que es la palabra clave. Todo lo que hacemos es conectar. El escritor siempre intenta conectar, siempre. Con sus lectores. Yo sólo aspiro a que me lean mis amigos, pero si puedo conectar con más gente, pues mejor. En cierto modo, desde muy temprano asumí introspectivamente el papel de escritor sin éxito. Casi lo supe que yo no iba a tener éxito.

¿Por qué?

-En parte porque no lo busqué, porque no estaba dispuesto a ir tras el éxito, ni a frecuentar los sitios donde está, ni a tratar con las personas con las que hay que tratar para tener éxito, ni a hacer las cosas a veces desagradables que hay que hacer para tener éxito en literatura. O como en cualquier otro ámbito: música, cine, pintura... Hay que hacer cosas muy desagradables para tener éxito y yo en ese sentido, siempre he sido una persona muy despegado, un poco asocial. No lo he buscado, no lo he querido y lo acepté pronto.

Esa reflexión está presente en la novela, con un protagonista que le gusta escribir y que presume del éxito que ha tenido su libro.

-Claro, hay una cierta autoironía con todo eso. En primer lugar soy irónico conmigo mismo. La ironía que despliego con mis amigos es mucho más compasiva que la que hago conmigo mismo.

Y tirando de ironía, presentan Cada cuervo en su noche como la comedia romántica de un perdedor, para definirla también comoCada cuervo en su noche love story

-Cuando digo eso, lo hago en el sentido de las comedias románticas, con la parte bonita y la cara divertida y alegre, de seducción, de fascinación inicial... la comedia romántica que acaba con el beso de las protagonistas y se para ahí. Pero eso son sólo los primeros dos meses.

Abre el prólogo con una cita de Robert Walser: “Acercaos un poco a la llamada literatura enferma, en la que tal vez podáis hallar un aliento vital”. ¿Ve este libro así?

-Creo que cuando Walser escribió esta frase se consideraba loco y era muy autoconsciente de que lo que él escribía, estaba escrito por un loco. Y tenía un trastorno realmente, era un escritor maravilloso, pero toda su literatura tiene un sesgo, una inclinación irracional. Y creo que en este libro también hay cierto sesgo irracional. Un sesgo que a veces puede resultar revelador o iluminador.

Parafraseando a uno de los personajes de la novela: ¿“Todo escritor se acaba autorretratando y nadie se mejora a sí mismo”?

-Sí, 100% suscribo esa frase. Todo escritor se acaba autorretratando, le guste o no, lo pretenda o no. Y pretenderlo es casi peor porque te vas a querer adornar y la vas a joder seguro. Estoy de acuerdo. Yo sé que este libro me va a crear imagen. Me está autorretratando y no creo que para bien (risas). Confiemos en que los lectores sean benévolos conmigo.