Intérpretes: Juan Pérez Floristán, piano. Manuel Hernández-Silva, dirección. Programa: Gershwin: concierto para piano en Fa Mayor, y Un americano en París. Bernstein: West Side Story, danzas sinfónicas. Programación: Ciclo de la Orquesta. Lugar: Sala principal del Baluarte. Fecha: 27 de mayo de 2021.

a última tarde con la Sinfónica de Navarra fue una inmersión en la música norteamericana surgida del periodo de entreguerras, cuando Paul Whitemann consigue meter al jazz en el mundo de los conciertos: es un jazz sinfónico en el que cabe un lirismo adormecido entre violines, junto al ritmo más anguloso y de continuo y gozoso sobresalto. El éxito es enorme, y no sólo en América, también en Europa. Y, sobre todo, muy popular, porque los compositores -Gershwin y Bernstein, que hoy nos ocupan- buscan en el cine, la radio y el teatro ligero los instrumentos de transmisión de una música que, indudablemente, está influenciada, también, por Europa (Chopin, Tchaikosvky, Shostakovich, Rachmaninov, Stravinsky...). Lo del cine y la radio, sobre todo en los conciertos para piano, es muy importante, porque a nuestro gran pianista Pérez Floristán no se le puede poner ninguna pega técnica en sus intervenciones; soslaya con libertad y sin agobio el extraordinario virtuosismo de la partitura del concierto en Fa Mayor, y, sin embargo, hay varios tramos -aquellos del tutti orquestal, más conclusivos- en los que el piano queda sepultado por la orquesta; o, mejor, el piano se incorpora como un instrumento más, sin que sea cuestión de que la orquesta apiane: perdería el carácter. Sin que, en realidad, importe mucho, todo es parte de esa vorágine que nos arrastra -al piano y a los oyentes- al mundo siempre excitante de estas músicas. Indudablemente, como va dicho, el piano se oía mejor en aquellas populares transmisiones radiofónicas. El mosaico del concierto de Gershwin comienza con un rotundo ritmo de charlestón, casi agresivo en la percusión; Pérez Floristán entra en esa fogosidad, que nos entretiene con la ágil y saltarina percusión en el teclado, con los arpegios, trinos etc. El andante, nostálgico, nos ofrece, además de la nitidez del piano solista, excelentes intervenciones de la trompeta, trompa, oboe, flauta, maderas y violín. El final retoma la vivacidad rítmica, el grosor orquestal extravertido, y la riqueza compositiva que el compositor va añadiendo a los temas precedentes. El concierto gustó, pero, por los comentarios, también, aturdió un tanto; y, en algunos momentos, da la impresión de que la orquesta toca su esplendorosa parte, y deja en otro plano al piano; adivinamos la calidad del pianista, pero esa calidad individual, personal, se hace un poco más esquiva que en el repertorio clásico o romántico. Sin más, hay que dejarse llevar. A los muchos bravos escuchados, el pianista propinó el tema lento del concierto, a solo: una delicia.

Las danzas sinfónicas del West Side Story, de Bernstein, sonaron como se esperaba, bien cargadas de percusión, láminas y metal, con predilección, para el público, del mambo. Todo sonó mucho. Le va bien esa sonoridad, pero, mejor, si la cosa no se desboca. Se controló, eso si, la parte más lírica -flauta- y el comedido final. Un americano en París -volviendo al Gershwin que abría la velada- me pareció más cuaja; mejor matizada, quizás porque la propia obra ofrece esa panorámica de París tan contrastada y luminosa. A Hernández-Silva le va este repertorio. En general, fue una tarde refrescante y bailona, que cerraba otro curso complicado, pero vencido para bien, de la OSN. Que suponía el regreso de Pérez Floristán, el pianista español más álgido del momento -nada menos que premio Rubisntein-, al que esperaremos siempre. Y que consolida el gran futuro de la orquesta, que ha estado ahí, con o sin púiblico-, a la que esperamos en el próximo curso: ojalá que a cara descubierta.

Fue una tarde que suponía el regreso de Pérez Floristán, el pianista español más álgido del momento y que consolida el gran futuro de la OSN