Documental sobre el campo de refugiados de Gurs (Francia) de Beñat Gereka y colectivo Larart. Basoa (El bosque), ballet en un acto y ocho cuadros con coreografía de Josu Mujika y música de Iñaki Salvador. Intérpretes: Compañía Dantzaz, directora artística, Adriana Pous. Lugar: Cines Golem-Bayona. Fecha: 5 de mayo de 2021. Público: El apropiado para el lugar (15 euros).

urs, cerca de Pau, es el lugar donde la Tercera República francesa construyó, en 1939, un campo de refugiados para los huidos de la posguerra civil española; luego, con la invasión nazi, se convirtió en campo de concentración hasta 1946. Acabada la segunda guerra mundial, los franceses -un tanto avergonzados porque la famosa resistencia a los nazis no fue tal- borraron su huella, plantando sobre él un bosque. En palabras de Louis Aragón: “Gurs es una extraña sílaba; como un sollozo; que no consigue salir de la garganta”. Todo esto nos lo cuenta el interesantísimo documental Del Bosque al Mar que sirve de preámbulo y punto de partida a la coreografía de Josu Mujika, que, con toda el alma y la vida, como siempre, bailan los componentes de Dantzaz.

Lo primero que hay que admirar de estos jóvenes bailarines -y del coreógrafo- es la extraordinaria apropiación espacial del acotado espacio del hall de los Golem-Bayona. Sobre un suelo granítico y con las vigilantes columnas que imponen y vallan el horizonte, hay una danza atrevida y suelta, y que, también, apaña muy bien la simetría de los nueve bailarines, cuando hace falta. Los ocho cuadros, o reflexiones, que, sin solución de continuidad, componen el espectáculo, nos traen al primer plano -la cercanía de los intérpretes, su respiración, es aquí un plus que se disfruta- las caras y gestos de los exiliados que dejan sus culturas y se adentran en todos los sufrimientos y esperanzas de la incertidumbre. Pasos muy representativos del sigilo del que huye, de la desorientación, del cansancio, de la torpeza, un tanto zombi, de andar por el barro -(magnífica cita de la legendaria May B)-, de las continuas miradas al horizonte, -con las muy bien hechas elevaciones de los bailarines por el grupo-, de los recelos y desencuentros; del dolor que produce el mar, -para nosotros de vistas tan hermosas-; de la imposible reparación del descanso, con sueños atormentados sobre ropas perdidas,- (aquí el recuerdo de Nahrin); y, también, y a pesar de todo, de los balsámicos abrazos que aportan ternura y esperanza. Una danza, la de la compañía, muy física, pero bien delimitada; con mucho suelo, pero prevaleciendo la verticalidad del que cae, sí, pero se levanta; y, siempre hermosa, con un punto de optimismo en el paso de cabaret, en recuerdo de aquellas casetas culturales que tenía el campo de Gurs: la cultura, en todas sus vertientes, que alimenta la esperanza y se agarra a la vida. La media hora que dura la función de danza consigue mantener la tensión; es potente; y los bailarines aguantan, sin decaer, el metraje que, se ajusta muy bien a la narración. Y, como siempre, con ese fondo de belleza que, a la vez, nos plantea un problema; o, mejor, una reflexión. Lo resalta muy bien, y nos advierte, Iñaki Salvador, el compositor de la música, en el documental: “Ojo, no caigamos, como los propios verdugos, en la complacencia de la creatividad que aporta el dolor”. Muchos consideramos que la obra cumbre de música de cámara del siglo XX es el cuarteto para el Fin de los Tiempos de Messiaen, compuesta, también, en un campo de concentración. Y, ciertamente, desde el Descendimiento de Van der Weyden, hasta este cuarteto, el dolor ha dado las obras más grandes de arte, quizás, y precisamente, para amortiguarlo. Pero no hay que caer en la complacencia. Nos ocurrió, también, con la magnífica coreografía de Cristal Pite (Royal Ballet 16-5-19) sobre los refugiados y las pateras; su movimiento del cuerpo de baile era tan hermoso, que hacía olvidar el drama. En fin, no queremos endulzar el telediario. Nos unimos al recuerdo de los internos en Gurs. Para mí ha sido un descubrimiento toda esta reflexión, que hay que recordar para que no se repita.

P.D. Como ya propuse en Diario de Noticias el 13 de junio de 2019, sigo opinando que Los Golem, por lo menos como opción, se merecen el Príncipe de Viana de la cultura. Además de exhibir y producir cine, acogen iniciativas culturales -no muy rentables, creo- que los sitúan con sobrados méritos.

“Nos unimos al recuerdo de los internos en Gurs. Para mí ha sido un descubrimiento toda esta reflexión, que hay que recordar para que no se repita”