Intérpretes: Nikolai Lugansky, piano. Robert Treviño, director. Programa: Arnold Schönberg: Noche Transfigurada, op.4. Sergei Rachmaninoff: Rapsodia sobre un tema de Paganini, op. 43. Programación: Ciclo de la orquesta. Lugar: Sala principal del Baluarte. Fecha: Primera sesión del 15-6-2021.

a primera sesión de la última jornada de la Euskadiko Orkestra, venía un poco cargada por el sopor de la hora temprana -6 de la tarde- y el calor. Pero una vez instalados en la butaca, la música de Schönberg nos eleva la tensión al introducirnos en el bosque espeso de las familias de cuerda, donde se narra la relación amorosa llena de pasión, y hasta de fiebre, del hombre y la mujer del poema de Dehmel. No se ha roto, todavía, la sensación tonal de la obra, y se disfruta sin problemas de su desbordante lirismo; no se entiende que, en su estreno, fuera abucheada. Aún recuerdo la primera vez que muchos la escuchamos en directo, en la versión de la orquesta de cámara Orpheus (13-1-1989); precedida por cierta aprensión al tratarse de Schönberg, y que, sin embargo, nos impactó, para bien, por su música afilada y pura, y que, a la postre, resulta balsámica y redentora, capaz de transfigurar una situación comprometida, -la mujer afligida por el embarazo y la aceptación del hijo por parte del amante que no es su padre-, y que pasa de la noche oscura (del alma),a la "noche noble y clara", últimos versos del poema. Esa misma sensación clarividente es la que hemos tenido con la versión de Treviño, al que hay que volver a dar las gracias por traer estas partituras, no muy habituales, al concierto. La orquesta sonó tupida y densa, con descriptiva gravedad en el comienzo, que va aclarándose en unos reguladores bien hechos, contenidos, que vuelven a empezar, señalando claros en ese brumoso bosque, hasta el clímax final, ya lleno de luz. Todas las intervenciones solistas, muy bien encajadas en la versión del conjunto.

En otro orden de cosas, totalmente distintas, menos trascendentes, pero igual de placenteras, se desarrolló la segunda parte. Esta, refrescante. Con el espectáculo pirotécnico del virtuosismo pianístico; pero, también, con la complacencia de bonitos tramos de melodías muy conocidas, y, sobre todo, con el siempre entretenimiento que suponen las variaciones. Nos gustan las obras en las que las variaciones retuercen el tema principal hasta perderlo y reencontrarlo en ese juego prodigioso del escondite de la orquestación. Son las variaciones sobre un tema de Paganini, de Rachmaninoff, con Nikolai Lugansky al piano. Ya nos deslumbró -también con Treviño en el podio- el pianista ruso en el 2018, entonces con el concierto número dos de Prokofiev: una nota más y no se puede tocar. Las Variaciones entran, de igual modo, en ese grado de dificultad suprema que Lugansky supera con envidiable desparpajo. En la vorágine de las variaciones más rápidas (las diez primeras), el pianista ruso ya sienta cátedra de dominio absoluto del virtuosismo, tanto en lo más sutil como en lo más violento. Pero en las más lentas, (la dieciocho, por ejemplo) se recrea en una expansión lírica a la que dota de mucha enjundia. Porque lo mejor de la versión -pianista y orquesta- es la coherencia de la obra como un todo, con los temas -Dies Irae de la antífona gregoriana, por ejemplo- asomando e hilvanando las jocosas, dramáticas, líricas y románticas "partículas" de variación. Muy buena la relación de volumen orquestal con el piano. Es una partitura comprometida para el pianista, pero tan bien escrita -y aquí tan bien interpretada- que nunca se ve al solista luchar contra la orquesta. A los intensos aplausos, Lugonsky, dio de propina a Bach. Magnífica forma de terminar un curso atípico, pero que con gran esfuerzo se ha llevado a buen puerto. Gracias. Hasta la temporada que viene (ojalá que a cara descubierta).