Fecha: 05/10/2021. Lugar: Teatro Gayarre. Incidencias: Primero de los tres conciertos que ofreció El Drogas en el teatro Gayarre (todos llenos). Presentaban dos lanzamientos, el poemario 189 escritos con una mano enferma, y el disco El largo sueño de una polilla. El Drogas (voz y guitarra), Txus Maraví (guitarra), Eugenio Aristu "Flako" (contrabajo y guitarra acústica), Germán San Martín (teclados y acordeón), Nahia Ojeta (percusión y guitarra acústica), Selva Barón (voz, coros, armónica y percusión), Patricia Greham (coros y percusión).

iene que ser duro, después de una apuesta tan arriesgada como la de sacar un disco quíntuple, con todo el sacrificio personal, artístico y financiero que ello supone, que venga una pandemia y aborte tus planes de gira, máxime cuando es en esos conciertos donde residen las expectativas de retorno económico del proyecto. Cualquiera se hundiría mientras maldice su infortunio, pero El Drogas aprovechó el confinamiento para hacer lo que más le gusta: leer, escribir y componer. El resultado acaba de ver la luz en forma de libro de poemas -él, humildemente, los llama escritos, pero son verdadera poesía- y disco con canciones nuevas. La vida va deshaciendo nuestros planes y decidiendo por nosotros, y este eterno aprendiz, como le gusta definirse, es todo un maestro a la hora de adaptarse a las nuevas circunstancias. Ahora presenta en directo sus nuevas creaciones y tres de las primeras fechas se celebraron en Pamplona. Tres, sí, porque las entradas de las dos primeras que se anunciaron volaron, literalmente, al poco tiempo de ponerse a la venta. Así que un Gayarre abarrotado fue testigo de la enésima reinvención de don Enrique Villarreal Armendáriz.

Decir que El Drogas siempre ha tenido el don de transmitir emociones con su forma de cantar no es descubrir nada nuevo; sin embargo, conviene incidir en los nuevos registros que va dominando con el paso de los años, porque, evidentemente, no es lo mismo escupir canciones de punk rock en un pabellón con en el estruendo de una banda detrás, que actuar en la quietud y el silencio de un teatro, acompañado por los sonidos sutiles y delicados de un piano, una guitarra acústica, unas percusiones y un contrabajo. En esta nueva faceta, que comenzó hace catorce años precisamente en ese mismo escenario del Gayarre, cuando grabó con Barricada el directo de Mordiscos, Enrique ha crecido como intérprete y ha aprendido a comportarse como un crooner áspero y oscuro.

El repertorio de esta gira se centra en su material más reciente. Hay cuatro temas de su último álbum (El largo sueño de una polilla) y casi todos los demás provienen de sus lanzamientos en solitario (bien bajo su propio nombre, bien bajo el de Txarrena). Hay también algún rescate de Barricada, pero ni son demasiados ni son los grandes himnos. Que nadie se alarme, no se echan en falta. Esto es otra cosa. Aquí, la fuerza no reside en la distorsión, sino en la crudeza de unas palabras que destacan entre arreglos eminentemente acústicos. La voz rasgada del bucanero mayor sobrecoge y contrasta con los bellísimos coros de Selva y Patricia. No hay batería propiamente dicha, sino percusiones a cargo de Nahia Ojeta, que marca ritmos más serenos, como en Solo es febrero, que ya no suena tanguera aunque conserva su toque arrabalero, y Dos sillas, que es en realidad un vals tabernario. En Todos los gatos o Cordones de mimbre destacan los arreglos de contrabajo del Flako, mientras que Collar abandonado adquiere un carácter más americano gracias, en buena parte, a los punteos de Txus, que en otros momentos toca la guitarra slide.

No es que las canciones estén desnudas, sino que llevan otro tipo de ropajes con los que lucen más hermosas, si cabe. Por ejemplo, las teclas de Germán, solemnes en la bellísima No puedo correr, juguetonas en el arranque de No sé qué hacer contigo o totalmente sintéticas en La hora de carnaval. O la armónica, que adorna las melodías de Sin lámpara o Azulejo frío, dedicada al Lobo, viejo amigo y técnico de Barricada que había fallecido esa misma mañana. Cuando quieren acelerar, se juntan hasta cuatro acústicas en escena y ponen a cantar y a aplaudir al teatro. Porque así termina, claro. Con el público en pie y una merecidísima ovación. Bravo.