noche cenamos en la bodega 7 de julio. La que siempre tenía el boticario de Heré en su farmacia, y que, con el cambio de lugar de hace unos años a la plaza Santiago, dejó en stand by a la espera de una reforma. Ahora, en manos de sus chicos, luce esplendorosa como nunca antes. Se hizo tarde, y a las ricas viandas que aportamos de aquí y de allí, el palo cortado y las cervecitas, hoy hemos madrugado menos. Total, hasta las doce no hemos quedamos en La Zorrera, así que, incluso, me da tiempo de ir preparando el primer artículo de este serial, que es bueno tener todo lo contable bien fresco.

A medio capítulo aparecen mis compis que vienen de dar un paseo. Hemos visitado una cofradía, y nos han enseñado todo, me dicen. Y es que esta ciudad vibra con sus cofradías. Y con sus zambombas. Y con las chirigotas. Y con las motos. Y con su feria del caballo. Y con muchas cosas más.

Nos ponemos en marcha, y pasando La Cartuja, en veinte minutos entramos en los dominios de los herederos de Cebada Gago. Los molinos no se mueven. El día que nos encontramos es terrible. Esto no es el levante fuerte que suele hacer. Hoy hace una ventolera que levanta la tierra seca cuatro metros de altura, y hace casi imposible estar en aquella plaza de entrada. Aún así, el chico de Salvi y Alicia está con unos amigos cazando palomas. Y es que el pienso de los toros es más suculento que el pan de las calles de las ciudades. Y más nutritivo, seguro. Nos volvemos al coche a esperar a José, porque no se puede estar mucho rato fuera. Es que la polvera que hay hace hasta daño.

Llegado el ganadero, sin perder tiempo, nos montamos en su coche e iniciamos la visita a sus toros. Me fijo que en el cercado de la vaguada, el grande de la cuesta de la izquierda según se entra, no hay ni gota de agua, cuando es un manantial continuo casi hasta bien entrado el verano. Y algunos años, aún queda un pequeño barrizal en pleno agosto. Vamos hablando de ello en el coche. De esto y del temporal seco de levante que les lleva azotando días. Y cuando entramos en el corral de los toros de Pamplona nos ponemos en modo mirón. Están todos reunidos en una esquina esquivando el aire, y en conjunto, de lejos, parece una camada bien hecha.

Nos acercamos y los movemos. Y van saliendo a disgusto. Tanto que ni se quieren parar un segundo para ponerse a tiro de cámara. Deambulamos con el coche alrededor de ellos con el debido cuidado, y sin perder la vista a ninguno de ellos. Negros y colorados predominan. Un burraco, un salpicado y dos negros se juntan un instante, y podemos calibrar el tipo de la casa. Los diez toros llevan el guarismo del 7 en el brazuelo, indicando que el 2017 fue el año de su nacimiento. Por tanto, son cinqueños. Este año deberán ser lidiados sí o sí. Por eso le pregunto los festejos que tienen, y me aclara que firmados ya solo tres, y en previsión algunos más. Y eso me da un poco de pena, porque esta casa, en tiempos del viejo criador, terror de los toreros, lidiaba en muchos lares, donde el toro era lo primero. Pero, los hermanos, a pesar de todo, continúan en la pelea de sacar este maravilloso encaste adelante.

A base de paciencia y espera, conseguimos que todos pasen delante nuestra e incluso se medio paren. Pero son pocos los que nos quieren dar la cara. Colorados y castaños son los otros seis. En los castaños predominan los pelos rojos, pero para los menos doctos, en cuanto tengan algún pelo negro, ya son castaños. Laminas preciosas, no tan llamativas como otras veces, salvo el bonito burraco, marca de la casa. Finos de cabos. Bien de hechuras, aún les queda unos meses, y me temo que estarán por encima del tipo de peso que esta casa sacaba antaño. Pero es que las exigencias de hoy en día, en cuanto a báscula y hechuras desproporcionadas, quizás hayan echado injustamente a esta casa fuera de muchas plazas. Casi más que lo que los toreros puedan obligar hoy en día. Rato quietos, procurando abrir sólo las ventanas del coche que dan al oeste, terminamos recorriendo todos los corrales de saca, viendo todo los cuatreños que tienen, prestos para la lidia, o bien, para guardar para el próximo año. Hay cuatreños que con un año más pueden ser de la partida para la siguiente feria del Toro sin problemas. José va llamando a su sobrino a ratos, dando datos de donde han caído las palomas, que se encargan de recoger los chicos con otro vehículo que se nos cruza varias veces. De pronto se sorprende de que estoy echando fotos al suelo, y le indico que he pillado un par de perdices camufladas con el suelo y las yerbas. Eso no interesa. Solo los palomos que se comen lo de los toros, dice. Y vamos a ver los novillos y a algún toro que con ellos se encuentra. Y terminado el repaso, salimos enseguida, que ya es tarde, en busca de una venta para comer. Pascual está cerrado, así que vamos a Andrés a Los Naveros, nos comenta. Y hasta allí nos vamos a degustar comida campera. Entrantes, guisos, carnes, que picamos entre todos.

Cuando terminamos la comida, nos despedimos de José y nos acercamos a El Grullo, la finca de Nuñez del Cuvillo. Don Joaquín está ingresado, y sus hijas atendiéndole, y ya sabemos que mañana va a ser imposible realizar la visita a sus toros, pero según su mayoral, Pepe, siempre soy bienvenido. Cosa que ya dudo por lo difícil que nos hacen visitar y compartir con todos Vdes. lo que están haciendo, las vicisitudes de la casa, cómo se presenta la camada, y en especial el lote que nos llegará a Pamplona.

Un año más nos quedamos sin poder realizar un reportaje, por lo que nos volvemos a la ciudad, que esta noche cenamos en casa del amigo Pepe. Para nuestro último día en Cádiz, cambiamos la decepción por un buen día en Sanlúcar, que tampoco está tan mal. Y al día siguiente a visitar uno de las casas más hermosas del mundo taurino. Se lo contaremos la próxima semana. Hasta entonces.