Intérpretes: Euskadiko Orkestra. Orfeón Pamplonés (Igor Ijurra, dirección). Olga Pasichnyk, soprano. Johann Kristinsson, barítono. Programación: ciclo de la orquesta. Lugar: Sala principal del Baluarte. Fecha: 29 marzo de 2022. Público: lleno (de 10 a 35 euros).

ntes de comenzar la interpretación del conmovedor Réquiem, de Brahms, se pidió un minuto de silencio en recuerdo del desastre bélico de Ucrania. En estos tiempos, el Réquiem Alemán adquiere un plus de dramatismo que, en realidad, no debe tener, porque es una meditación serena sobre la muerte, alejada de estridencias apocalípticas. Es muy humano y consolador. Además del ambiente externo enrarecido, otro oscurecimiento de la obra ha sido el tener que cantarla con mascarilla. Raya lo heroico, para el coro, abordar esta partitura con semejante hándicap; y no tanto por la posible distorsión del sonido, sino, sobre todo, por la respiración libre y sin estorbos, absolutamente necesaria para una obra fatigosa para el coro, de la que es protagonista. Una obra sin problemas solfísticos, pero con una gran carga de matices y resistencia; dura en sus fugas, y exigente en el último número, que hay que afinar en las alturas, después del extenuante Herr, du bist... Tras estos prolegómenos, a mi juicio, la versión fue correcta. Con unos matices en piano por parte del coro, muy bonitos; unos fuertes rotundos y, en algún momento, un poco destemplados; unos solistas, también correctos; y una orquesta que no siempre estuvo delicada en el acompañamiento al coro, con algunos tramos demasiado fuertes para las voces. Porque es una obra eminentemente vocal, y la orquesta ha de subyacer respetuosa. Georg Mark, el titular de la velada, en general, acertó con los tempi, aligeró las fugas, para no cansar, y el número más lento, el Denn alles, estaba justificado para contrastar con el So seid.

Comienzo magnífico en pianísimo; el viento madera aún se podía haber incorporado al matiz, algo más tenue. Muy acertado el tempo lento-ágil del segundo número. En el tercero, irrumpe el barítono Johann Kristinsson; más bien bari-tenor, algo caprino de timbre al principio, pero luego cubre y redondea más; canta con autoridad y convicción. La media voz, tirando a piano, del coro en Qué dulces son tus moradas se desarrolla con fraseo ligado, claro, sosegado y tranquilo. El coro, también, acompaño muy bien a la solista en su parte, no solo con respeto, sino incorporándose a la sensibilidad del texto. Olga Pasichnyk posee un timbre de voz adecuado, para este tramo tan maravilloso, pero empezó algo dubitativa y con poca sonoridad; luego fue a más: fraseo ligado y claro, subiendo al agudo en pianísimo. La parte fugada y de más grosor, estuvieron algo más espesas, con un tempo aliviador para el coro. Y el último número, que supone cierta distensión de todo lo anterior, a menudo, siempre se cae un poco; pero se salvó. En cualquier caso fue realmente magnífico y consolador, en muchos sentidos, que se volviera a la gran forma sinfónico-coral; esos finales de fuerza mayor, esos magníficos calderones conclusivos, etc., emocionan al público, que premió con cerrada ovación, a todos.