Arte vivo
i siquiera el calor extremo que ha golpeado fuerte estos días también en el interior de las aulas puede con la pasión con la que los alumnos y alumnas de la Escuela Catalina de Oscáriz acuden a sus clases de dibujo y pintura. No quieren perderse nada. Lápiz o carboncillo en mano, algunos ultiman los retratos del modelo que posa pacientemente para que puedan practicar la figura humana desnuda.
Relacionadas
En otras aulas, los lienzos se llenan de coloridas estampas y sus autores y autoras charlan animadamente intercambiando impresiones en torno al arte. Son clases vivas, en las que se nutren de conocimientos de profesionales y, sobre todo, en las que aprenden a mirar el arte y, desde ahí, el mundo que habitan.
Están a punto de terminar el curso y ya sienten la pena del vacío que tendrán en verano, sin la escuela. “Venir aquí es un lujo”, dicen. La mayoría de alumnos y alumnas, por circunstancias de la vida, no tuvo la oportunidad de desarrollar su afición o pasión por el dibujo o la pintura, y ha encontrado en esta escuela, que para gran parte de la sociedad navarra pasa desapercibida, la ocasión de oro. Actualmente, 132 alumnos se benefician, en las instalaciones que acoge el antiguo colegio público José Vila de la calle Tajonar, de una oferta que incluye monográficos de dibujo y pintura, así como talleres trimestrales de esas mismas dos disciplinas artísticas. Allí practican, muchos desde cero, otros con algunos conocimientos aunque no es requisito tenerlos, y van evolucionando, progresando, a la vez que haciendo comunidad en torno a la vida artística y cultural de la ciudad.
“Desde que estoy en la escuela, cuando voy a un museo lo disfruto porque aquí me han enseñado a mirar. Se te abren muchas cosas”, dice Ioxune Gómez, vecina del casco viejo de Iruña de 61 años y alumna de los monográficos de dibujo y pintura. “Vamos aprendiendo técnicas nuevas, y la progresión es extraordinaria. Estamos aquí porque nos gusta, y aunque es un aprendizaje intenso, a la vez es ameno. El tiempo se pasa volando”, apunta su compañera Begoña García, pamplonesa de 67 años.
Antonio Belloso, de 66, llegó sin saber ni coger un lápiz. “Nunca había dibujado, y el proceso ha sido increíble. De estar encorsetado a ir soltándome y cogiendo aire... Gracias a los profesores y al compañerismo, aquí te ayudan a despegar; y eso no tiene precio”, asegura. Con él coincide Rosa Viscarret, de 47 años: “Aquí haces familia. Nos echamos unas risas... Hay un gran intercambio humano”.
“Aquí me relajo y aprendo, tenemos modelos para retratar... No es fácil encontrar sitios donde den solo dibujo”, valora Estíbaliz Garate, vecina de Burlada de 42 años y alumna de Javier Muro en los talleres trimestrales. En su misma aula, Mónica Zhan, de 30 años y natural de Pamplona, afirma: “Crear es muy satisfactorio, y gracias a este curso que me aporta seguridad estoy inspirada para crear dibujos”.
“Aquí compruebas que tus miedos y errores son comunes a los demás, y la autoestima no cae tanto como en casa solo”, dice Gorka Oiza, de 61 años.
Ser un centro de arte vivo
La Escuela Municipal de Artes y Oficios Catalina de Oscáriz es un centro de enseñanzas no regladas dedicado a estudios clásicos de dibujo y pintura a partir de los 16 años. Con inscripción habitual en el mes de septiembre, durante el año el centro imparte dos cursos monográficos de dibujo y otros dos de pintura con 350 horas lectivas cada uno -dos horas de dedicación diarias de lunes a viernes- y también talleres de dibujo y pintura de carácter trimestral que buscan profundizar en cada uno de los aspectos trabajados en los monográficos: retrato, figura humana, tintas, paisaje rural y urbano, pintura rápida, acuarela, etcétera. El profesorado lo componen hoy 4 profesionales: Amaia Aranguren, la más veterana -lleva 30 años en la escuela- y que imparte dibujo junto al artista Alfredo Murillo; Vanessa Fernández, profesora de pintura desde hace 9 años; y el artista Javier Muro, que lleva un año al frente de los talleres trimestrales. Con ellos, el alumnado se inicia “ordenando el pensamiento plástico”, con conceptos clave como proporción, espacio, armonía, luz y sombra, punto y línea, y luego ahonda en su aprendizaje, ensanchando su mirada con géneros y técnicas diversas.
Físicos, acuarelistas, enfermeras, estudiantes de otras disciplinas, jubilados y jubiladas... Entre los asistentes a la escuela hay perfiles muy variados. “Para nosotros los profesores es bonito porque supone un contacto con la vida, con la realidad social, y tenemos que estar atentos a cada alumno y sus circunstancias”, comenta Amaia Aranguren.
A todos les une el interés por el arte, por el que tienen afición y constancia; y las ganas de experimentar nuevas técnicas. “Vengo de la acuarela y tenía ganas de ver las cosas desde otra perspectiva, por eso vine aquí”, dice César Viteri, ecuatoriano de 70 años afincado en Pamplona y alumno de Pintura. Para su compañera Mari Carmen Fernández, de 63 años y prejubilada, “pasar aquí la tarde es muy buena opción. Nunca había tenido oportunidad de aprender arte y se hace muy corto, querríamos un máster para poder seguir...”, dice, deseando que hubiera clases matutinas: “Seguro que muchos nos animaríamos a venir”.
“El espacio existe, hay que llenarlo de contenido, invertir más recursos”, apunta Alfredo Murillo. “Las instituciones no hacen nada, no divulgan lo suficiente esta actividad, y la gente no conoce la escuela, se piensan que solo está la de la calle Amaya...”, comentan varias alumnas que echan en falta una apuesta firme por este centro, que “podría contar con más profesores y un horario más amplio”.
“Quieren apagar el arte, y el arte es vida”, reflexionan.