¿Qué va a encontrarse el público en esta obra que rescata la picaresca femenina, que no es tan conocida?

–El público va a encontrar una tragicomedia, pero que tambien es de alguna manera una road movie que nos lleva a una mirada sobre la cara oscura del Siglo de Oro. Esta visión de la picaresca femenina que como dices es una literatura que no ha tenido la fama ni el reconocimiento de los pícaros, porque todo el mundo conocemos al Lazarillo, al Buscón Don Pablos incluso a Guzmán de Alfarache, pero casi nadie ha tendido una mirada, y mucho menos en teatro, sobre estas mujeres, invita, desde luego, a disfrutar del teatro, del placer de dos inmensas actrices y un gran músico en escena; pero a través de un espectáculo muy esencial, sobre todo busca contar la vida de estas mujeres, de estas pícaras del siglo XVII.

¿Qué le atrae de esas pícaras que ha querido rescatarlo hoy?

–El personaje de la pícara es todavía más actual que el de su reflejo masculino, porque estamos viviendo una época en que la cuestión femenina, llamémosle así entre comillas, está completamente presente en el debate social, en el debate emocional y en el debate cultural. Por eso veía importante rescatar esa literatura y esos personajes. La dramaturgia intenta trenzar todos los hechos ocurridos en tres novelas, La pícara Justina, La hija de Celestina y La niña de los embustes: Teresa de Manzanares, para contar esa otra parte que no se ha contado, de esas mujeres supervivientes, que tienen que pasar por todos los oficios para poder sobrevivir,que son burladoras, son tejedoras, tienen que pasar por el latrocinio, por la prostitución, por ser pedigüeñas, ser timadoras... Es en realidad la mirada al mundo del lumpen, pero lo que me atrajo muchísmo para crear la dramaturgia junto con mi querido Yayo Cáceres, el director, porque estuvimos debatiendo mucho cómo encararlo, es que esa historia, salvo en el caso de La Celestina, que es la abuela de todos estos personajes, apenas se había contado. Apenas habíamos escuchado su voz en primera persona.

¿Y qué nos puede aportar hoy esa mirada al Siglo de Oro y a estos personajes, las pícaras?

–En primer lugar, nos puede aportar un asombro, por lo modernos que resultan los clásicos y sobre todo en casos como éste en que estamos mirando a la capa más miserable de la sociedad, a la cara oscura. Yo creo que hablar de las pícaras del Siglo de Oro en realidad es hablar, fíjate lo que te digo, de los menas del siglo XXI, porque no dejan de ser jóvenes abandonadas, y abandonados, y una capa social amplísima, porque creemos que la picaresca era un hecho puntual y en realidad eran decenas de miles, era una gran parte de la sociedad que vivía en lo que la sociedad americana todavía llama el rebusque, vivir de lo que se pueda. Y hay una gran lección ahí, hay una revisión de nuestra sociedad a través de la mirada a esa sociedad, y desde luego nuestra mirada es tragicómica, hay un montón de ritmo de comedia, de escenas farsescas, hay una gran fiesta interpretativa de dos genias del teatro. Pero a través de esa risa intentamos reflexionar y convivir con los espectadores en la idea de que la picaresca no solo sigue viva sino que sigue presente e inserta en todos los lugares de la sociedad; y por desgracia no solo la picaresca miserable del rebusque, sino también la otra picaresca de la que hablan tanto estos libros, que no dejan de ser crítica social: la picaresca de los poderosos, los que, como se dice en la obra, visten gualdrapas de terciopelo.

Los poderosos corruptos.

–Claro, se habla muchísimo de corrupción, porque al final, como dicen en la obra, los peces grandes se comen a los chicos, que es una frase que viene de La pícara Justina del siglo XVI; ahí ya estaban diciendo que la picaresca viene de arriba, que por esas corrupciones y corruptelas, por ese oro y plata que venía de América y acababa en manos de los banqueros genoveses, por el desastre estructural de la España de los Austrias, por la primacía del clero, etcétera, etcétera, la miseria es una verdadera peste social de la época.

Y de fondo, esa ansiada búsqueda de libertad, un deseo vigente en todos los momentos de la historia.

–Totalmente. Y un deseo que enlaza con el mundo humanista, en realidad con el mundo cervantino; con todos esos personajes, empezando por Celestina, pero si tiras del hilo llegas cómo no a Don Quijote, y a la pastora Marcela, y a la gitanilla, a los personajes femeninos de Cervantes, que como nuestras pícaras de la obra, buscan la libertad. Hay un deseo de liberta de acción, de libertad de trabajo, de libertad de pensamiento, de libre albedrío, que me parece modernísimo.

¿Cómo definiría a Elena de Paz, la protagonista de ‘Malvivir’?

–Si tuviera que definirla en una sola palabra yo diría poliédrica. Porque nuestra Elena de Paz, que además en la puesta en escena de Yayo Cáceres interpretan las dos actrices, Marta Poveda y Aitana Sánchez-Gijón, va pasando por todas la capas de la sociedad, siempre para mal. Va mudando de piel y vemos la infancia durísima de una niña soñadora que ve que todos sus sueños son truncados por los tejemanejes de sus padres y porque la sociedad se opone a una morisca hechicera y a un bohemio francés; luego vemos su juventud como pedigüeña y ladrona por los caminos, vemos cómo se mete en la casa de una viuda arruinada y a través de su papel de criada intenta engañarla, luego cómo hace en una boda de dama y convive con una parte de la alta sociedad que termina fatal; y la historia de amor con Montúfar, el pícaro al que interpretan también ambas actrices, que camina hacia la destrucción como no puede ser de otra manera, porque estas vidas son un desastre.

Un gran reto para las actrices, que interpretan a más de una docena de personajes.

–Ya te digo. Entre las dos incorporan a 14 personajes y ese es el gran desafío, lo que hace de Malvivir un espectáculo muy especial, y es que las dos tienen el desafío de contarnos toda la obra con apenas cuatro elementos, como en los bululús, en esas formaciones de dos actores de la época del Siglo de Oro, y contarnos todo, todos esos mundos, todos esos personajes, todas esas vivencias, para que la imaginación del espectador haga el resto. Y contamos en escena con el gran Bruno Tambascio que es de alguna manera el juglar, el crooner que nos va acompañando en esta historia y da el punto de vista a veces masculino, y de cómo ha visto la historia a estos personajes en contraste con lo que están viviendo.

Por lo que están percibiendo con esta obra, ¿cómo ve la salud del teatro tras el duro periodo de pandemia? ¿El público está con ganas renovadas?

–Sí, creo que hay unas ansias renovadas por revivir ese acto de tribu, de reunión. Los cómicos, los comediantes, notamos en los espectadores un agradecimiento, o reconocimiento, mejor dicho, de que la fiesta teatral es necesaria, es imprescindible. No basta con las pantallas. Necesitamos juntarnos y ver teatro, ver cine, ver danza, ver circo. Necesitamos estar juntos.