En los últimos tiempos, las plataformas de contenidos en streaming (Netflix, HBO, Apple TV, etc.) están produciendo series documentales de deportes y deportistas realmente interesantes. Una de las más exitosas es de HBO sobre la dinastía de los Lakers. En ella, sale cómo en los años 70, en EEUU, la pelota vasca tenía audiencias similares o un poco por encima de la NBA. Seguro que os resulta familiar la tradición que tienen algunos estados (como Florida) por ello. Pero hace unas décadas se extendía más allá.

De hecho, recuerdo cómo uno de mis primeros videojuegos fue uno de Jai Alai en mi primer ordenador: un 486. Sin embargo, posteriormente, la historia de los deportes no pudo ser más distinta. La pelota vasca comenzó a decaer. Y, la NBA tuvo la suerte de encontrarse a un visionario líder del deporte (David Stern) y que aparecieran estrellas como Michael Jordan, Hakeem Olajuwon, Charles Barkley o John Stockton. Casar un deporte con la tendencia de los tiempos a través de la cultura es importante, como se puede ver.

Este fenómeno parece estar ocurriendo ahora con la Fórmula 1. EEUU será el primer país en tener tres carreras en un mismo año a partir de 2023, que incorporará a Las Vegas. El auge de la F-1 en EEUU se explica mucho con el estreno de Drive to Survive, serie de Netflix que batió récord de audiencia. Apple, Netflix y Amazon, pelean con ESPN y NBC por los derechos de emisión en EEUU Las empresas tecnológicas (Zoom, Salesforce, Oracle, etc.) no paran de invertir en patrocinios. La generación de audiencias no es un fenómeno espontáneo.

En este contexto, el efecto Netflix describe el auge en popularidad que están experimentando algunos juegos, deportes o regiones del mundo, cuando hay una serie o película que consigue mucha popularidad en Netflix. Ha pasado con el ajedrez por ejemplo con el éxito de Gambito de Dama. Pero más allá de ello, el impacto en nuestra sociedad de Netflix me hace pensar la relevancia que han cogido estas plataformas de emisiones en nuestras culturas y sociedades. ¿Qué responsabilidad juegan? Si es verdad que son capaces de predecir nuestros gustos y aquello que va a triunfar, ¿queremos dejar la cultura en manos de unos algoritmos entrenados a sí mismos? Es decir, ¿dejaremos que una empresa solo produzca aquello que sabe que nos acabará gustando?

Veamos otro caso. Netflix ha comprado los derechos del catálogo de Roald Dahl. Esta adquisición es la más grande realizada por la plataforma de streaming hasta la fecha. Los derechos de obras clásicas como Charlie y la fábrica de chocolate, Matilda o Las Brujas, pasan a Netflix. Una nueva operación que se enmarca en la guerra que mantiene con Amazon Prime y Disney+ por contenidos exclusivos. Solo en 2021, Netflix manejaba un presupuesto de 17.000 millones de dólares para comprar contenido. ¿Y qué va a hacer con esos derechos? Juegos, series, teatros, animaciones y mucho más. Desde luego que los contenidos digitales y la era de la animación y entretenimiento digital van a vivir una era dorada. Pero también que las producciones culturales pasan a manos de una empresa que puede luego enmarcar el contexto cultural de toda una generación, como hemos venido comentando con los ejemplos antes expuestos.

Por básico que parezca el comentario, no está de menos recordar que cuando se hace una estrategia digital, al final tienes que captar la atención de tu público objetivo. Por eso suelo decir en mis conferencias que Instagram o Youtube compiten con Netflix o planes de ocio tradicionales: están compitiendo por la atención de la persona. Si la atención de una persona acaba siendo captada por una oferta dirigida por empresas tecnológicas que saben lo que nos va a gustar, no serán los próximos años los mejores para nuestro descubrimiento personal. Y tampoco serán los mejores para la innovación cultural, ¿o sí?